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17 May 2012

Políticas del cuerpo en mujeres deportistas

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Centrado en los relatos autobiográficos de una grupo de mujeres jóvenes deportistas, este trabajo analiza uno de los elementos claves de la subordinación de las mujeres en la actividad física: las imágenes sociales del cuerpo de la joven deportista como refuerzo de estereotipos de género a través de la utilización de las estrategias discursivas de la homofobia y el sexismo que resultan ser fundamentales en el control social y en la reproducción del modelo dominante de feminidad. Tales discursos, convierten en “anómicos” los  cuerpos de estas jóvenes y adolescentes.

Autor(es):Beatriz Muñoz González y Ana Fondón Ludeña
Entidades(es):Facultad de Ciencias del Deporte (Universidad de Extremadura)
Congreso:VII congreso nacional de ciencias del deporte y educación física. Seminario Nacional de Nutrición, Medicina y Rendimiento
Pontevedra, 5, 6 y 7 de Mayo del 2011
ISBN: 978-84-614-9945-8
Palabras claves: Políticas del cuerpo, mujeres deportistas, homofobia, sexismo

Políticas del cuerpo en mujeres deportistas

Resumen

Centrado en los relatos autobiográficos de una grupo de mujeres jóvenes deportistas, este trabajo analiza uno de los elementos claves de la subordinación de las mujeres en la actividad física: las imágenes sociales del cuerpo de la joven deportista como refuerzo de estereotipos de género a través de la utilización de las estrategias discursivas de la homofobia y el sexismo que resultan ser fundamentales en el control social y en la reproducción del modelo dominante de feminidad. Tales discursos, convierten en “anómicos” los  cuerpos de estas jóvenes y adolescentes.

1. EXPERIENCIAS CORPORALES

El origen de este trabajo, debe situarse en relatos – biografías corporales – facilitados por nuestros estudiantes de Sociología del Deporte y de la Actividad Física de la Facultad de Ciencias del Deporte y la Actividad Física. Ellos y ellas se caracterizan por  “disfrutar” de una “excelencia motriz ” (Barbero González, 1989) que se traduce en el hecho de que su cuerpo es fuente de elevada autoestima como resultado de los éxitos escolares en materias como la Educación Física o el deporte escolar y extraescolar y resultado también del reconocimiento y el estatus social que de ese éxito se deriva, especialmente entre su grupo de iguales aunque no sólo entre ellos.

A diferencia de quienes pertenecen a otros ámbitos de actividad y ocio, tienen una mayor conciencia de su cuerpo en cuanto realidad vivida, permanentemente ligado a la experiencia y a situaciones concretas. Podría decirse que sus cuerpos están más presentes en su cotidianeidad; incluso se podría decir que ellos y ellas “ son más cuerpo” ya que si asociamos la conciencia del mismo a su experimentación – al goce y al placer, al dolor, a la tensión, al cansancio, al descanso y la relajación, a la enfermedad o al cuidado y al aseo personal – veremos que todas estas situaciones se encuentran presentes, en mayor medida, en los cuerpos de los deportistas pues la competición resulta ser un contexto de vivencia corporal privilegiado y único para su aparición1.

Quizá esta realidad permita explicar porqué no les resulta una extravagancia escribir su “biografía corporal”. Les pedimos que, voluntariamente, nos hablen de ellos y ellas en cuanto cuerpo y en sus relatos éste adquiere una centralidad y un protagonismo abrumadores. En estos relatos, el deporte y la actividad física – la motricidad – están presentes con intensidad desde la infancia y han estructurado y definido sus vidas. En estos relatos es posible encontrar algunos elementos comunes pero también otros diferenciadores en función de los contextos, de la pertenencia de clase y del género.

Podría pensarse que, al contrario de lo que sucede con el resto de la población, no hay diferencias de género ya que en este caso no es posible catalogar a los chicos de “practicantes” y a las chicas de “no practicantes”, de lo que se deriva la invisibilidad de las desigualdades en este ámbito, puesto que la práctica parece ocultar otras subyacentes que tienen que ver con las imágenes sociales sobre las mujeres deportistas y muy especialmente sobre sus cuerpos. Podría pensarse también, que la exitosa incorporación de la mujer a determinadas instituciones como el sistema educativo y la no tan exitosa –  aunque en progresión – a otras como el mercado de trabajo, han contribuido a difuminar  la tradicional atribución y distribución de espacios y actividades a hombres o mujeres incluyendo los que tiene que ver con el ocio y la actividad física. Nada más lejos de la realidad. Estos procesos de cambio social invisibilizan las desigualdades y producen lo que Carmen García Colmenares (2008) denomina la opacidad del género, esa trampa que nos lleva a considerar que una vez eliminadas las discriminaciones más evidentes, la igualdad se ha conseguido.

Pero de todo ello hemos tenido constancia después, tras el conocimiento de la realidad empírica. Nuestros paseos por los parques de nuestra ciudad  habían resultado engañosos hasta el extremo de hacernos sobrevalorar el hecho de que niños y niñas jueguen juntos al fútbol a edades tempranas. Nuestra posición de clase – de clase media – también nos había jugado una mala pasada. Que mujeres cercanas a la cincuentena asistan a gimnasios y clubs deportivos  nos había inducido al error. Han sido los relatos y conversaciones con nuestras alumnas – todas ellas jóvenes deportistas-  los que nos han ido mostrando hasta qué punto la actividad física sigue siendo dominio masculino y siguen existiendo enormes resistencias al cambio.

 

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2. POLÍTICAS DEL CUERPO

Rachel Weitz (2003: ix) se refiere a la construcción social de los cuerpos de las mujeres como el proceso a través del cual las ideas relativas a sus cuerpos se desarrollan y llegan a ser aceptadas socialmente. Añade que a través de las historia, las ideas sobre el cuerpo de las mujeres han desempeñado un papel fundamental alimentando las relaciones de poder entre hombres y mujeres y señala que los cambios que se produce  en ellas, en las ideas, sean del signo que sean, influyen en la posición social de las mujeres. En definitiva alude a un proceso político que se desarrolla a través de luchas entre grupos que compiten con intereses políticos y con un acceso diferencial al poder y los recursos.

En este marco conceptual, distingue tres tipos de políticas del cuerpo. A saber:

– Las políticas de la sexualidad: centradas en cómo las mujeres se socializan de acuerdo a la norma heterosexual euroamericana que pone el énfasis en el placer masculino y en el constreñimiento femenino. De esta manera, los individuos y las sociedades han encontrado que controlar la sexualidad de las mujeres es un modo efectivo de controlar sus vidas. La medicina y la religión han sido, y son, un instrumento eficaz para llevar a cabo estas políticas sobre la sexualidad de las mujeres.
– Las políticas de la apariencia: se refieren a la multiplicidad de maneras en que las mujeres son enseñadas a adoptar las normas culturales relativas a la apariencia femenina.
– Las políticas de la motricidad: alude a cómo los intereses políticos han intentado definir los cuerpos de las mujeres y los comportamientos corporales de manera que se reducen las opciones en las vidas de las mujeres y el poder social.
Obviamente las tres se solapan, de manera que, por ejemplo, al presentar una apariencia culturalmente aceptada las mujeres pueden comprometerse con determinado comportamiento que tendrá determinadas consecuencias en como su sexualidad es percibida por otros. El caso de las jóvenes deportistas es un claro ejemplo del solapamiento de las políticas de la sexualidad, la apariencia y la motricidad y un claro ejemplo también como en las tres, la vergüenza se articula como un eficaz mecanismo de control.

 

3. POLÍTICAS DE LA MOTRICIDAD.

Jennifer Hargreaves (1993) señala que el mayor poder cultural de los hombres  con respecto a las mujeres se pone de manifiesto también en el ámbito del ocio y la actividad física y se materializa especialmente en la desigual distribución del tiempo que unos y otras dedican a ellos, en su acceso diferencial – relacionado directamente con las diferencias salariales y el desigual reparto de tareas doméstica – y en la representaciones sociales sobre las actividades que en estos ámbitos hombres y mujeres  realizan.

Efectivamente. A pesar de que la externalización del trabajo doméstico va permitiendo que muchas mujeres de clases medias se incorporen tardíamente a la práctica deportiva y a la actividad física o la reinicien, la ausencia de muchas otras – pertenecientes a estratos sociales más bajos –, el abandono masivo de chicas adolescentes y la feminización o masculinización de buena parte de las modalidades deportivas parecen sugerir que los obstáculos para su práctica chocan con algo más que con las condiciones materiales de existencia de las propias mujeres. Las imágenes sociales sobre la feminidad entran en conflicto con la participación en “deportes vigorosos” y convierten en anómicas a las mujeres que los practican y en anómicos a sus cuerpos.

Y es que no se trata sólo de ocupar espacios tradicionalmente reservados a los hombres. A diferencia de la incorporación de las mujeres a otros espacios y actividades, en el caso de la práctica de deportes “no femeninos” ésta produce un cuerpo  “extraño” cuya anomalía se convierte en el estigma de la desviación. Ana decía hablando del fútbol que “… el cuerpo cambia con este deporte sobre todo los cuadriceps se ensanchan demasiado y los gemelos también, además de tener cardenales por todos lados. Cuando mi madre me ve se echa las manos a la cabeza y me dice que qué va a pensar la gente cuando me vea”.

El deporte se plantea como un  entorno básicamente homosocial (Blauchard y Cheska, 1986: 168) y el papel y la imagen de la mujer ha sido fundamentalmente el de espectadora de calidad, relegada a un papel pasivo que refuerza las virtudes femeninas. Las damas en los torneos medievales y las actuales chearsleaders sirven de ejemplo y tanto unas como otras reproducen modelos sociales  hegemónicos en el deporte – espectadoras de excepción funcionalmente útiles al espectáculo en su papel de apoyo o animadoras – y reproducen también modelos hegemónicos corporales  que reflejan el estatus inferior del cuerpo femenino que se construye para otro. Unos cuádriceps  y gemelos muy desarrollados no son femeninos y las piernas de una mujer – que juegan un papel esencial en la construcción del modelo dominante de feminidad – deben ser largas, suaves, firmes3. El patinaje, la natación y la gimnasia enfatizan el equilibrio, la coordinación, la flexibilidad y “la gracia” de una mujer – sus virtudes corporales –  el fútbol, el rugby o el lanzamiento de jabalina requieren potencia, agresividad y en algunos casos contacto físico por lo que entran en colisión con las imágenes de la feminidad. La madre de Ana se llevaba las manos a la cabeza y se preguntaba “qué pensaría la gente” al ver sus piernas  magulladas. Así se lo hace saber a su hija. Maria aludía a la fragilidad femenina como mecanismo de disuasión empleado por su abuela. No sea machorra, le decía.

“… les decía a mis padres que en el recreo me quedaba sentada en un banco hablando con mis amigas. Mi pasión era el deporte y sobre todo el fútbol, pero mi abuela me decía que eso era para los hombres `no juegues que te vas a hacer daño, ven aquí y no seas machorra´ me decía…”

No hemos tenido que buscar mucho para encontrar testimonios en este sentido. Es frecuente encontrar en las biografías corporales referencias explícitas a lo que llamaré la intromisión lúdica de las chicas, esa ruptura del monopolio masculino de los juegos motrices que se produce cuando ellas se incorporan a los “juegos de chicos” con consciencia, además, del carácter rupturista de su acción. Los juicios del resto de compañeros y compañeras o de las familias y la comparación silenciosa de los modelos existentes que ellas mismas realizan, contribuyen a ir formando, poco a poco, esa conciencia de intromisión y la conciencia de la existencia de unas normas que regula espacios y movimientos. María, momentos antes de contar los comentarios que hacía su abuela explicaba que “… me orientaba por juegos donde el componente motriz era el protagonismo y en donde la mayoría eran niños, aunque me dijeran que era como un niño…”

Podría decirse, por lo tanto, que el origen de los cuerpos anómicos se sitúa en los juegos infantiles, cuando ellas traspasaron las fronteras que delimitaban espacios y actividades, cuando invadieron territorios, cuando  – como en el caso de María – abandonaron el banco del recreo y las conversaciones con las amigas para jugar al fútbol. Recuérdense sus palabras: “… les decía a mis padres que en el recreo me quedaba sentada en un banco hablando con mis amigas. Mi pasión era el deporte y sobre todo el fútbol…”. Las presiones empezaron en ese primer momento en forma de comentarios que suscitaban la consciencia de hacer cosas distintas que, a su vez, formaban cuerpos distintos.

Ana explica muy bien esta relación causal entre motricidad y cuerpo anómico:

“…Y así comenzó mi infancia predominantemente masculina: imágenes como usar las herramientas de mi padre para jugar, echar partidos de fútbol con mis primos sin camiseta, salir a pescar a las 6 de la mañana ya fuera con mi padre o con mis primos, ayudar a mi padre en cualquier arreglo u obra que hiciese en casa, saltar de forma constante de práctica deportiva en práctica deportiva… son cosas, según todo el mundo, propias de la vida de un chico, ya que estas actividades implican características (un cuerpo hábil, musculoso, poderoso…) propias de los hombres, y aunque mi sexo indica todo lo contrario, estas actividades de mi infancia fueron dando forma a un cuerpo fuerte y fibroso. Puesto que en mi caso el deporte más  practicado era el fútbol no puedo decir que se exaltase mi feminidad, sino todo lo contrario…”

Todos los relatos sugieren un primer momento de tolerancia en donde, si bien “no parecía muy normal”, la afición al fútbol no resultaba especialmente peligrosa y, por lo tanto, no era sancionable. Todos los relatos coinciden también en que el punto de inflexión que convierte una afición en anómica y un cuerpo en anómico es la adolescencia. Es entonces cuando se despligan toda una serie de estrategias tendentes a encauzar los cuerpos.

 

4. POLÍTICAS DE LA SEXUALIDAD.

Las identidades de género no aparecen de la noche al día. Son el resultado de un proceso largo, continuo y firme en donde el aprendizaje social – los modelos de referencia familiares y sociales – y los refuerzos –castigos y recompensas – juegan un papel determinante. De este modo, niños y niñas van aprendiendo el comportamiento socialmente adecuado a su sexo. Si deben jugar con muñecas o balones, si les corresponde tomar la iniciativa o resultar más complacientes, si deben mostrarse audaces o por el contrario la contención es lo que se espera de ellas, si compartirán con el padre el partido de los domingos y comentarán con él la jugada o les tocará ayudar en las tareas domésticas, si serán amonestadas por mostrar demasiada agresividad en los juegos o por huir llorando ante la patada de un compañero. Todo un conjunto de roles, expectativas, creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades perfectamente reglamentados que, poco a poco, se van incorporando al sentido del yo de la persona y también a su cuerpo, porque el género es, además y sin ninguna duda, una realidad encarnada que trasciende a sus contornos y a sus proporciones. La motricidad también forma parte de las identidades de género. Elena escribió:

“ Ahora estoy en 3º de la facultad, tengo casi 21 años, y sigo teniendo ciertas dudas respecto a mi aspecto y mi cuerpo. Tantos años haciendo deportes me han inculcado unas formas de moverme, de posicionarme e incluso de expresarme que nunca han sido muy femeninas”

Se trata de algo muy sencillo: el cuerpo de una mujer debe hacer cosas de mujeres, y el cuerpo de un hombre debe hacer cosas de hombres. Pero como en tantos ámbitos de la vida social, en este caso tampoco basta con serlo, sino que además hay que parecerlo y si esto no sucede, el temor a la anomalía hace su aparición ya que ésta puede llegar a subvertir el orden “natural” de las cosas. El cuerpo de una mujer “está hecho para hacer cosas de mujeres” y si no es así algo va mal. Si además no es enteramente un cuerpo de mujer porque, por ejemplo, se excede en musculatura, el asunto es más grave. No cabe duda de que toda explicación del comportamiento humano enraizada en el cuerpo es muy difícil de refutar (Hargreaves 1993:121)

Con todo ello, en las biografías de las jóvenes deportistas llega un momento en que “se hace necesario” escenificar la feminidad. Es la hora de su puesta en escena, de la performance y deben asumir el rol primario de la maternidad. Se trata, en definitiva, de empezar a pensar que el propio cuerpo es un cuerpo finalista destinado a la reproducción, para lo cual, primero debe exhibirse, mostrarse, darse a conocer,  en un proceso –cada vez más largo y cada vez más temprano – en donde el cortejo y sus reglas forman parte también de esas identidades de género. Los relatos muestran cómo llegado este momento – el de la adolescencia – las alarmas suenan y los temores inducidos empiezan a generar desosiego e incertidumbre. Uno de los testimonios más clarificadores me lo facilitó Luisa a través de su autobiografía. Mientras sus amigas y compañeras dedicaban el tiempo libre a los chicos – largas horas de conversación telefónica con las amigas, múltiples cambios de ropa antes de salir con la pandilla y todo aquello que Heargraves define como el culto del romanticismo y la cultura del dormitorio y de la moda (ibid: 125) – ella jugaba al fútbol. Era consciente de cómo su cuerpo estaba bajo sospecha y ello le generaba dudas, incertidumbre y un sentimiento cercano a la vergüenza:

“… ¿estoy gorda? ¿mi cuerpo es demasiado musculoso para gustar a un chico? ¿piensan que pueda ser lesbiana por él y porque practico fútbol? Qué cantidad  tan inmensa de dudas aparecen porque los chicos no te hacen caso. Me sentía fatal, me costaba mostrar mis piernas cuando me vestía [se refiere a vestirse para salir con las amigas], no sabía que hacer, me veía distinta… El problema era yo que optaba por no malgastar mi tiempo en buscar mi “príncipe azul” y dedicaba ese valiosísimo tiempo en el deporte de mi vida: el fútbol…”

A María, es su hermano quién le intenta convencer de lo inadecuado que es su cuerpo. Para él no hay duda, el exceso de músculo limita sus posibilidades de ligar. Su condición de varón le legitima para hablar del asunto.

“ … mi hermano me dice que a muchos chicos no les gustará mi cuerpo, que es demasiado fibroso y que limita mis posibilidades de ligar porque a ellos les gusta un cuerpo más delicado, fino… que eso no es así, porque se pueden tener curvas y estar fibrosa, pero la gente lo achaca a lo malo, [habla del culturismo] me refiero a la pérdida de pecho, a ganar músculo… como si la mujer se embruteciera…”

Resulta claro que, llegada una edad, la figura del acompañante masculino se hace necesaria para alejar fantasmas. Y es que una de las imágenes sociales más extendidas tiene que ver con su orientación sexual; la pervivencia de estas imágenes fue también una de mis mayores sorpresas al empezar a trabajar con las autobiografías. Los medios de comunicación contribuyen a reforzar estas ideas al presentar a las deportistas primero como mujeres y luego como atletas y al vincular, con demasiada frecuencia, su desarrollo muscular con el uso de esteroides. Luisa ayuda a comprender la fortaleza de estos estereotipos y mostrar su lado más dramático:

“Recuerdo un acontecimiento que seguramente ha marcado mi carácter. En el instituto yo seguía con lo del fútbol ¿Por qué tenía que estar todo el día pensando en los Back Street Boys?¿Pensando lo que me gustaría hacer con ellos en una cama  cuando lo mejor que se me ocurría que hacer con ellos era echar una pachanguita? ¿Por qué tenía que haberme quedado al borde del campo chillándole a mis compañeros de clase lo buenos que estaban o lo bien que jugaban cuando me divertía más jugando con ellos?

El caso es que todo sucedió un día en que me encontré en el recreo con mi prima dos años mayor que yo. Qué mala pata que ese día mi prima, como todos, estaba cariñosa y me dio un gran abrazo y dos besos. Esto que para cualquiera sería un hecho familiar, en mi fue el detonante que parecían esperar mis compañeras para dictar que el mío era un caso de incesto lésbico. Fue horrible. Parecía que lo estaban esperando. Ahora veo que mi no comportarme como se esperaba fue castigado a modo de rumores falsos.. y es que se controla la práctica de deportes masculinos en las mujeres a través del miedo a los rumores. Además, la sociedad repite mil veces que en el fútbol todas las mujeres son lesbianas”

En los partidos de baloncesto es frecuente que los jugadores se saluden tocándose el culo; las cámaras de televisión reprodujeron hasta la saciedad la famosa escena del partido de liga entre el Real Madrid y el Valladolid en el Santiago Bernabeu – temporada 1991 – en donde Michel le tocó los genitales al jugador Valderrama. No pasó nada, en realidad y en el fondo, este tipo de prácticas están muy extendidas como mecanismo de distracción y/o provocación del contrario en los deportes de contacto. Los abrazos y besos que se dan los deportistas para celebrar una buena jugada o un triunfo son entendidos como expresión de alegría y de camaradería y deberíamos pensar si las mismas acciones realizadas por mujeres obtienen la misma consideración. Mucho me temo que no y que los requerimientos del parecer – del parecer mujeres – son mayores para ellas. El abrazo de Luisa fue interpretado erróneamente incluso antes de que se produjese porque sus compañeras de instituto estaban esperando cualquier actuación para confirmar “sus sospechas” y firmar la sentencia.

 

5. POLÍTICAS DE LA APARIENCIA

Otro de los rasgos comunes encontrados en las autobiografías corporales, tiene que ver con la puesta en marcha, por parte del entorno familiar, de toda una serie de mecanismos para intentar encauzar esos cuerpos que van construyéndose distintos por medio de procesos también distintos. Los relatos dibujan una situación que parece estar pautada. Las familias comienzan a gestionar una serie de actuaciones tendentes a la consecución del objetivo: la sexualización adecuada de los cuerpos de sus hijas.

Una de las primeras actuaciones que se emprenden consiste en sugerir la conveniencia de cambiar de actividad deportiva. Se inicia entonces, y en muchos casos, un proceso de nomadismo deportivo forzado en el cual las adolescente empiezan, con bastante poco éxito, a transitar de un deporte a otro o de una actividad a otra en la búsqueda de una alternativa adecuada:

“…mi abuela me decía que no pasaba nada si no jugaba, que el deporte no era para las mujeres que yo me dedicara a aprender a coser y a otras cosas. Y yo lo intentaba pero

acababa de dejar todo lo que empezaba porque no acabada de llenarme…” (María)

Este nomadismo deportivo no es exclusivo de las chicas. Los trabajos de José Ignacio Barbero (2007) ponen de manifiesto cómo en el caso de los varones existe un periodo en el cual éstos también van y vienen buscando el deporte que más les satisfaga. Sus razones tienen que ver con la búsqueda de nuevas experiencias, con acompañar a los amigos o con el hastío que les empieza a producir el que practican. Son razones compartidas también por las chicas por lo que no tienen ese rasgo de exclusividad del nomadismo deportivo forzado experimentado por las adolescentes para quienes la imposición familiar o la sugestión obran con fuerza sobre sus decisiones.
A Ana sus padres la apuntaron a gimnasia rítmica “que era más suave”:

“Mis padres me apuntaron a gimnasia rítmica que era más suave. Me compré un traje, una cinta y la verdad es que me lo pasaba bien pero nunca como antes. Duré año y medio porque la gimnasia rítmica no era lo mío”

En el caso de Eva optó por darle una oportunidad a sus padres  y decidió pedirle a su madre que la “apuntara a sevillanas”. No cabe duda de que estas no cuestionarían su feminidad.

“Decidí  decirle a mi madre que me apuntara a sevillanas. Y me apunté, pero la verdad es que no era muy diestra así que antes de un año me borré porque además me aburría mucho y ya estaba harta… me di cuenta de que lo que verdaderamente me gustaba era el fútbol y volví a las andadas”.

Pero su familia no se dio por vencida y decidió seguir en su estrategia de encauzamiento. Ellos también volvieron a las andadas y dirigieron sus energías en planificar una tarde de compras. Y es que otro de los momentos clave en este proceso de regulación de los cuerpos de las adolescentes futbolistas tiene que ver con la decisión de iniciarlas en el consumo, todo un rito iniciático presente en los relatos autobiográficos, las compras como exorcismo de la deportista.

“… y me llevaron de compras mi madre, mi padre y mi abuela”. Me compraron de todo y dos pares de zapatos con algo de tacón. Fuimos toda la familia y nos lo pasamos muy bien. Lo recuerdo perfectamente… y al llegar a casa mi madre me pintó pero me fui a ver a mi prima a que me quitase todo y me pintara algo menos…. mi madre se había pasado” (Eva)

Se trata de la sexualización de sus cuerpos a través del consumo; de la conversión del cuerpo productor – no son pocos los autores que establecen la analogía entre el cuerpo de la fábrica y el cuerpo de la competición4 – en cuerpo consumidor pues el nuevo mecanismo regulador de los cuerpos en las sociedades hipermodernas es el consumo (Muñoz González, 2007)5.

El recurso a la ropa, no obstante, no es novedoso. Antes del rito exorcista de salir de compras, en edades más tempranas, las madres – me refiero a ellas pues no dispongo de ningún testimonio en donde aparezcan los padres – iniciaron su particular cruzada intentando sustituir el pantalón por la falda, de esta manera, el temor a enseñar las braguitas, restringe el movimiento:

“… para mi el hecho de no poder moverme…si me vestían de un modo me sentía mal, como si no pudiese disfrutar de mi cuerpo. Tenía que procurar no agacharme o hacer un movimiento que pudiera mostrar mis braguitas, sobre todo si había niños delante…” (Belén)

Parece claro que ninguna de las estrategias adoptadas logró el objetivo perseguido.  Todas las jóvenes con cuyos relatos trabajo, han seguido participando en sus actividades deportivas con mayor o menor fortuna a pesar de los obstáculos que se han ido encontrando. Algunas de ellas han reconocido que, si bien decidieron seguir jugando al fútbol o haciendo pesas,  abandonaron otras actividades de su tiempo libre y de ocio. Fue el precio que pagaron para no desviarse demasiado de la norma corporal.

De manera más o menos explícita, a través de comentarios que suscitan la comparación con otros cuerpos definidos como adecuados, han sido conscientes del papel subordinado de las mujeres en el deporte y de cómo las imágenes sobre sus cuerpos son un elemento clave en el mismo. Las constantes alusiones a “no vas a gustar”, “qué van a decir”, “mírate en el espejo” se constituyen en las herramientas de autoevaluación utilizadas por estas jóvenes deportistas. En la visión de los otros que a través de estos comentarios se pretende que ellas realicen de sí mismas, se sitúa la génesis de la vergüenza. Los comentarios recibidos, las comparaciones realizadas despiertan el temor a no satisfacer expectativas, de forma que la vergüenza y el rubor se suscitan cuando la conducta no se adecua al contexto (social, normalizado, heterosexual y sexista). Es entonces cuando la situación se vuelve insegura pues surgen las dudas sobre la identidad de género, la orientación sexual, el cuerpo… Solo restableciendo la conducta adecuada al contexto es posible  la situación segura en donde el rubor desaparece; el orden social  no se redefine, y por lo tanto, no se trata de modificar la distribución del poder social (y en consecuencia el contexto), el orden social se restablece y, en consecuencia, es la conducta la que debe modificarse.

1 Nada mejor para expresar esta idea que las palabras de una de las estudiantes que explicaba de esta manera lo difícil que le resultaba hablar de su cuerpo aislándolo de situaciones concretas:“… mis recuerdos sobre mi cuerpo a estas edades [se refería a las más tempranas], a diferencia de los de mi madre, se caracterizan, más que por el recuerdo de mi cuerpo en sí, por el recuerdo de pequeñas anécdotas, muchas, donde éste estaba presente”.

2 La denominación original de Raquel Weitz es politics of bodily behavoir, pero nos ha parecido adecuado traducirla como “políticas de la motricidad”considerando, no obstante, la limitación y reducción que ello pueda suponer puesto que la acepción inglesa sugiere algo más que movimiento e incluiría la gestualidad y la actitud corporal.

3 Para un análisis más detallado de la construcción del cuerpo femenino en las sociedades contemporáneas  me remito a un trabajo anterior “De la misoginia corporal y la perfección patriarcal. Algunas notas sobre la construcción de cuerpo femenino” (Muñoz González, 2006).

4 Toda la corriente marxista de la Sociología del Deporte del grupo PARTISANS

5 Bauman (2006: 119) sintetiza muy bien esta idea al afirmar que el consumo “narra el proceso de la vida como una sucesión de problemas  eminentemente `resolubles´ que, no obstante, precisan (y sólo pueden) ser solucionados por medio de instrumentos  que sólo están disponibles en las estanterías de los comercios”. De esta forma y considerando la extraordinaria vinculación entre imagen corporal e identidad en las sociedades contemporáneas no es difícil conectarla con el estilo de vida y el consumo (Turner y Rojek, 2001).

Bibliografía

BARBERO GONZÁLEZ, José Ignacio (1989) “La educación física, materia escolar socialmente construida”, Perspectivas de la actividad física y del deporte, nº 2, pp. 30-34.

BARBERO GONZÁLEZ, José Ignacio (2007) Ficción de historia de vida colectiva de alumnado de Magisterio-EF. Inédito (Documento facilitado por el autor)

BAUMAN, Zygmunt (2006) Vida líquida, Barcelona, Paidos.

BLAUCHARD, Kendall y CHESKA, Alyce (1986): “Problemas contemporáneos y Antropología del Deporte” . En Antropología del Deporte, Barcelona, Bellaterra, pp. 165-180.

GARCÍA COLMENARES, Carmen (2008): “Género y educación. Resistencias del profesorado y el alumnado de Magisterio”, Conferencia impartida en la I Jornadas Genero y Curriculo en la Formación del Profesorado, Facultad de Formación del Profesorado de Cáceres, Universidad de Extremadura.

HARGREAVES, Jennifer (1993): “ Promesa y problemas en el ocio y los deportes femeninos” en J.I. BARBERO (ed, Materiales de Sociología del Deporte, Madrid, La piqueta, pp. 109-132

MUÑOZ GONZÁLEZ, Beatriz (2006): “De la misoginia corporal y la perfección patriarcal. Algunas notas sobre la construcción del cuerpo femenino” en B. Muñoz González y J. López García (coords.), Cuerpo y medicina. Textos y contextos culturales, Cáceres, Cicón, pp. 85-112.

MUÑOZ GONZÁLEZ, Beatriz (2007): “Conocimiento experto, consumo y cuerpo: relaciones “en” y “para” la hipermodernidad”,  Agora para la Educación Física y el Deporte, nº 4-5 (ejemplar dedicado a “Una escuela con cuerpo”), pp. 7-19.

TURNER, Bryan Stanley. y ROJEK, Chris (2001): Society and culture. Principles of scarcity and solidarity, London, Sage.

WIETZ, Raquel. (2003): The politics of women´s bodies. Sexuality, appearance and behavior,  Oxford University Press.

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