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27 Feb 2012

Retirada deportiva vs jubilación laboral: Semejanzas y diferencias

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La retirada del deportista es un fenómeno que, en cuanto proceso, guarda muchas concomitancias con la retirada o jubilación de cualesquiera otros trabajadores, pese a las críticas de algunos autores que se comentan más adelante.

Autor(es): José C. Caracuel
Entidades(es): Universidad de Sevilla, Asociación de Psicología del Deporte de Andalucía
Congreso: XIII Congreso Andaluz de Psicología de la Actividad Física y el Deporte
Valencia 17 al 19 de Noviembre 2011
ISBN: 978-84-939424-0-3
Palabras claves: compromiso, comportamientos antisociales, adolescentes, deportistas

Retirada deportiva vs jubilación laboral: Semejanzas y diferencias

Resumen

Vosotros pensáis que la vida acaba con el fútbol y es cuando empieza
(J.M. Baquero y B. Toshack)

La retirada del deportista es un fenómeno que, en cuanto proceso, guarda muchas concomitancias con la retirada o jubilación de cualesquiera otros trabajadores, pese a las críticas de algunos autores que se comentan más adelante. La diferencia probablemente más destacada estriba en que la retirada del deportista se produce –en la práctica totalidad de los casos- a una edad en la que el resto de los trabajadores son perfectamente productivos y aún los propios deportistas lo son en otras muchas actividades de la vida. Pero también hay algunas concomitancias, como se puede apreciar a continuación.
Ciertas diferencias

  • Edad.
  • Tipo actividad.
  • Búsqueda (deportistas) / No búsqueda de nuevo empleo (trabajadores).
  • Satisfacción trabajo anterior: mayoría de deportistas y algunos trabajadores.
  • Insatisfacción trabajo anterior: algunos deportistas y mayoría de trabajadores.
  • Contexto socio familiar permanece: deportistas / no permanece: trabajadores.

Ciertas semejanzas

  • Cese actividad profesional (a veces, de 100% a 0%).
  • Disminución (incluso pérdida) de ingresos.
  • Estatus social devaluado.

Veamos en primer lugar lo que se refiere a la jubilación propiamente dicha para luego acometer lo que se refiere a los deportistas y su retirada.

Algunas características del proceso de jubilación laboral

En las sociedades llamadas desarrolladas, la jubilación es una conquista social de la clase trabajadora que, por un lado, pone fin a la etapa productiva de una persona  y, por otro, le proporciona un cierto sustento –a menudo insuficiente– como compensación a los años trabajados. Este momento no es percibido de la misma forma por todos los afectados: hay quienes acogen ese momento con verdadero júbilo   –el término tiene esa raíz– y hay quienes lo viven como un verdadero trauma. Esto dependerá de algunos factores que veremos más adelante. El caso es que más tarde o más temprano a todos los trabajadores les llega ese momento en su vida, siempre que la duración de la misma lo permita. En España, la edad más o menos obligatoria (en la actualidad) es alrededor de los 65 años, si bien existen numerosas excepciones –por arriba y por abajo– a este punto de corte. Cada vez son más las empresas e instituciones que jubilan o prejubilan a sus empleados antes de esa edad, bien por cuestiones económicas, bien por deseos de rejuvenecer la plantilla. Y por otra, en algunos casos (las universidades, por ejemplo) permiten la continuación de la actividad hasta los 70 años y más.
Ese nuevo estatus de jubilado produce efectos tanto positivos como negativos en las personas afectadas. Como positivos se suelen señalar el no tener que trabajar, tener más tiempo libre, realizar actividades que no se podían llevar a cabo mientras se trabajaba, aliviar el estrés laboral, dedicarse más a la familia, en definitiva, otro tipo de vida. Por el contrario, también existen efectos negativos, algunos de los cuales tienen que ver con el inadecuado manejo de los que hemos citado como positivos, lo que puede  derivar en inadaptación a un nuevo tipo de vida, donde no se sabe ocupar el tiempo libre, no hay unas actividades alternativas a realizar, no hay familia, es muy reducida o está lejos, no se sabe estar sin trabajar, hay problemas de salud, etc.
Para el individuo que se jubila, los cambios psicológicos pueden consistir, básicamente, en dos tipos de hechos:

  • uno más objetivo, como es el cambio de hábitos; de repente, el jubilado va a  encontrarse con que un determinado número de actividades –de las que antes se ocupaba necesariamente– desaparecen casi por completo de la noche a la mañana (salvo excepciones);
  • otro más subjetivo y que, por consiguiente, no todas las personas viven de igual modo, como es la sensación de una posible inutilidad derivada de la mentalidad productiva generalmente inculcada como valor del trabajo.

Ante la jubilación y lo que comporta pueden generarse comportamientos adaptativos o no adaptativos. La forma en que la jubilación afectará a una persona depende, según Vega (1984), de:

  • las actitudes previas (y) el deseo o no de retirarse;
  • el efecto de la disminución de los ingresos económicos;
  • los cambios en la autopercepción;
  • las actitudes generales de la sociedad ante el jubilado; y
  • las circunstancias y relaciones familiares.

Unas personas se adaptarán mejor que otras en función de factores psicológicos tales como el deseo o no de retirarse y la satisfacción o decepción por haberlo hecho. Si el trabajo era sólo un medio de ganarse la vida, sin demasiados alicientes intrínsecos, probablemente se anhele la jubilación, mientras que costará dejar un empleo que proporcione satisfacciones y posibilidades de desarrollo, per se y/o por las circunstancias que le rodeen. Y no sólo dependerá del tipo de trabajo, sino del modo como se vincule el sujeto al trabajo. Para decirlo de una forma gráfica si el individuo está “casado” con su trabajo, dejarlo equivaldrá a un “divorcio” o, tal vez, una “viudedad”. Atchley (1977) delineaba cinco fases por las que pasará un buen número de jubilados: 1º) Pre-retiro, 2º) Luna de miel, 3º) Desencanto, 4º) Reorientación, 5º) Estabilidad.
En la 1ª se tienen expectativas –más o menos irreales– acerca de lo que será la vida una vez jubilado. En la 2ª se planea y se intenta hacer todo lo que no se ha hecho antes, y todo al mismo tiempo. En la 3ª se puede producir una decepción mayor o menor según se hayan cumplido o no las aspiraciones que se tenían. Si se consigue alcanzar la cuarta y/o quinta fases, generalmente se logra un buen ajuste.
Vega (o.c.) predice –en función de ciertos rasgos de personalidad– un buen ajuste para las personas maduras, más bien pasivas y algo conformistas pero que tratan de mantenerse activas. En una línea similar, desde el Centro de Psicología Gerontológica (1985, p. 302), se indica que “el envejecimiento satisfactorio implica actividad física, social y laboral”. En consecuencia, el ajuste será peor en los casos de individuos insatisfechos, que no han llegado a alcanzar metas y que tienen una visión muy negativa de la vejez.
La persona que se jubila no puede ni debe resignarse a una actitud pasiva ni sucumbir a un proceso de generalización por el hecho de tener algún tipo de déficit. Los modelos etápicos (Erikson, Piaget, Zazzo, etc.), han hecho mucho daño a la Psicología al postular un desarrollo (evolutivo e involutivo) uniforme en cada fase de la vida. Así el niño (todos los niños y niñas) de 3-a 6 años hace tal y tal y, lo que es peor, aún NO pueden hacer cual y cual. El desarrollo es asimétrico; no todas las personas hacen y no hacen o dejan de hacer las mismas cosas en los mismos momentos de sus vidas, ni psicológica, ni social ni incluso biológicamente. En el ámbito de la motricidad también se suele dar esta mentalidad etápica y se piensa que los niños no pueden llevar a cabo determinadas destrezas antes de una edad concreta, pero Roca demostró hace ya algún tiempo (1983), enseñando el ascenso y descenso de escaleras a niños que supuestamente no estaban aún suficientemente preparados por su edad. Del mismo modo, estimar que las personas de 60-70 años pierden tales o cuales capacidades, de 70-80 otras tantas pérdidas, etc. y todas sufren el mismo deterioro en los mismos momentos, es una falacia semejante. La evolución es multidimensional; frente a un desarrollo ligado a una supuesta pre-programación –tanto en lo biológico como en lo psicológico- debemos adoptar un punto de vista más flexible y realista y más acorde a la evidencia. No todas las personas de 60, 70, 80 ó 90 años están en las mismas condiciones ni biofisiológicas, ni mentales, ni en todos los aspectos están en el mismo nivel. Como ya se dijo, debe enfocarse el desarrollo de esta fase de la vida de manera positiva, valorando lo que se conserva y, sobre todo, desarrollando conductas saludables a lo largo de todo el ciclo vital, la mejor forma de prevenir los posibles déficits en la adultez y senectud y de enlentecer el envejecimiento, añadiendo, como ya se dice de forma estándar, si no años a la vida, vida a los años.

El caso de los deportista

En principio, consideramos que gran parte de lo que se refiere al proceso de jubilación laboral descrito hasta ahora, es aplicable al proceso de la retirada de los deportistas. Esta manera de verlo disiente de las críticas al modelo sociogerontológico que así plantean algunos autores como Blinde y Greendorfer (1985) y posteriormente Sinclair y Orlick (1994) y que suscriben –apoyándose en los anteriores- González y Bedoya (2008). Tales críticas posiblemente se debieran al desconocimiento del modelo de jubilación laboral basado en las competencias que, sin embargo, Fernández-Ballesteros (1985), describiera ese mismo año. Peor aún nos parece otro modelo mediante el que se trató de explicar la retirada deportiva, el llamado (algo siniestramente) modelo tanatológico o de muerte social (Rosenberg, 1982), de corte negativo, por el que el grupo excluye al miembro que ha salido fuera de él (González y Bedoya, 2008).
Una de las principales diferencias entre la jubilación de las personas que llegan a una edad provecta, marcada socialmente por el fin de la productividad laboral, y los deportistas que han de retirase en un momento concreto, radica precisamente en la edad a la que éstos cesan en su actividad. Habitualmente, un deportista profesional, de más o menos élite, se retira hacia los 30-35 años, aunque existe una enorme variabilidad en función del tipo de deporte, de las condiciones del deportista y de otros factores diversos. Nos encontramos, por tanto, con personas jóvenes que ya no están tan capacitadas para la actividad deportiva de rendimiento pero que sí lo están para otros muchos tipos de actividad, física, mental y de (casi) todo tipo. Sin embargo, muchos de estos deportistas no saben o no pueden manejar esa nueva vida, lo que da lugar a situaciones a las que los ex–deportistas son incapaces de adaptarse y desenvolverse con la eficacia deseable. Uno de los factores responsables de esta no adaptación a las nuevas circunstancias es la falta de formación.
Los deportistas de alto nivel son personas que suelen llegar jóvenes a la cima: del éxito, del dinero, de la popularidad, de las relaciones sociales y otras más. Pasan por unos años en los que son tratados de una manera muy especial y muy irreal, con respecto a lo que es la vida de un ciudadano corriente. En este sentido, comentaba hace poco un periodista que son personas que en su vida han tenido que hacer una cola. Presentan muchas carencias en habilidades cotidianas de las demás personas; un colegahacía ver que estos deportistas, cuando acaban su vida de “figuras”, no saben cómo sacar un billete de avión o tren o hacer una reserva de hotel (aunque ahora las cosas son algo distintas debido al buen manejo de internet que suelen tener). Estos ejemplos anecdóticos reflejan con claridad, creemos, parte de la indefensión en la que quedan cuando se les acaban los días de gloria: inermes ante lo que para otros es lo usual.

Análisis del proceso de la retirada en deportistas

La retirada de la actividad deportiva no debe ser considerado un momento puntual sino un proceso más o menos extendido en el tiempo, en función de las circunstancias en que se produzca. Ogilvie y Howe (1986), señalan 4 fases en la retirada deportiva, quizá desde un plano más emocional: 1ª) Impacto, 2ª) Negación / Agresividad, 3ª) Depresión reactiva (que en algunos casos deriva en mayor) y 4ª) Aceptación / Integración. En la 1ª, el deportista queda un tanto aturdido por el momento de la retirada, tanto más cuanto más brusco haya sido el cese (lesión, rescisión o finalización de contrato, etc.). La 2ª se caracteriza por la negación de lo que es un hecho (un “mecanismo de defensa” según Ogilvie y Howe (1986, p. 531); pueden aparecer conductas agresivas (contra los demás, las instituciones y/o contra sí mismos) y, en algunos casos, adictivas (alcohol, drogas…); estas etapas, aunque intensas, suelen ser temporales (Ogilvie y Howe, o.c.). En la 3ª, aparecen conductas propias de la llamada depresión reactiva: alejamiento de los otros, sentimientos de desamparo y soledad, lo que se dará con tanta más intensidad cuanto la antigua vida (deportiva) llenara más en exclusiva al deportista y menos en el caso de que los mismos hubieran llevado a cabo otras actividades significativas durante su etapa competitiva.

En España, el proceso de la retirada en los deportistas ha sido profusamente estudiado por González (González, 2002; González y Bedoya, 2008; González y Torregrosa, 2009), así como por Lorenzo, M. (2010) y por Torregrosa, Sánchez y Cruz (2004), entre otros. A la hora de analizarlo hay que tener en cuenta numerosos factores causales y circunstanciales que van a determinar –interactivamente- los efectos psicológicos de la retirada así como la adaptación a la nueva situación. Algunos de estos factores serían la temporalidad, los motivos, la toma de decisión y la aceptación.

Temporalidad

La retirada puede ser provisional, por ejemplo, debido a una lesión o enfermedad, o definitiva, por ejemplo, por la finalización de su vida de atleta o también a causa de una lesión o incapacidad muy grave.

Motivos

Múltiples circunstancias pueden llevar al deportista a retirarse (González y  Torregrosa, 2009); entre ellas, como se ha dicho, el cese de la vida deportiva o las lesiones, pero también la edad, la disminución de las prestaciones, el bajo rendimiento, el trabajo o estudio, los traslados, el logro (o no) de los objetivos, el burnout, y un largo etcétera. Con respecto al logro o no de objetivos es precisa una aclaración. Es frecuente en este ámbito que cuando un atleta consigue el máximo de los logros posibles difícilmente pueda conseguir un logro mayor, por lo que decide retirarse en la cúspide. Ello le aporta el beneficio secundario de ser recordado por una hazaña muy brillante y poco usual. Una frase muy frecuente en el mundo del cine, dice: “muere joven y dejarás un bello cadáver”; parafraseándola y aplicándola al ámbito del deporte, podría decirse “retírate joven (y en la cúspide) y dejarás un bello ídolo”.

Toma de decisión

El atleta puede decidir retirarse voluntariamente –como acabamos de explicar en el párrafo anterior– o impelido por circunstancias que le llevan a esa decisión forzadamente y en contra de lo que serían sus deseos y voluntad. Este segundo tipo de circunstancias pueden incluir lesiones, enfermedad, no renovación de contrato (generalmente por la edad), etc., en cuyo caso las consecuencias asociadas pueden ser diferentes y, por ello, el proceso de adaptación y el logro de una adaptación satisfactoria serán más complicados, prolongados y con mayores reacciones emocionales adversas.

Aceptación

Finalmente y como consecuencia de la interacción de los factores antedichos, se producirá una aceptación de la retirada más o menos satisfactoria, propiciando o dificultando la adaptación a la nueva vida.

Efectos psicológicos de la retirada sobre el deportista

De acuerdo con Rodrigo (1984), la magnitud de la influencia de la retirada sobre los cambios psicológicos, así como el sentido de tales cambios va a depender de la naturaleza o tipo de los acontecimientos que se produzcan, de la actitud del sujeto, de la manera de afrontarlos y de la capacidad para manejarlos. La realidad contextual se podrá cambiar o no, pero las otras variables -actitud del sujeto, manera de afrontarlos y capacidad para manejarlos- sí.

Tipos de acontecimientos
Lo que ocurre cuando un deportista se retira puede tener, en general, un matiz positivo o negativo (González y Torregrosa, 2009), si bien en muchos casos este matiz va a depender no tanto del acontecimiento en sí como de la actitud con que el deportista lo perciba y las condiciones en que lo afronte.
Entre los acontecimientos a priori positivos se cuentan: tener más tiempo libre, disponer de una mayor dedicación a la familia, atender  otras actividades, ampliar la formación académica y/o profesional, realizar trabajos diferentes o relacionados con el deporte, alivio del estrés y la presión competitiva –sobre todo si se empezó muy joven a competir–, viajar y conocer sitios con calma, etc.
Por el contrario, entre los factores en principio negativos se pueden dar: inadaptación social y/o profesional, estrés generado por esa misma inadaptación (u otros factores), encontrarse sin trabajo (y sin competencias para desempeñarlo), problemas familiares (sobre todo conyugales, si es el caso), pérdida de estatus social y mediático, relaciones escasas al margen del deporte, pérdida de fama y reconocimiento público (bajada de autoestima), y otros.
Estos efectos se pueden ver magnificados o paliados en los casos en que el deportista haya previsto ciertas contingencias durante su vida en activo. Estas previsiones incidirán de las siguientes formas.  
En un deportista que ha estado centrado casi en exclusiva al deporte, los efectos negativos se potenciarán; al contrario ocurrirá si además del deporte ha tenido una mayor amplitud de miras y de actividades.
Si se ha preocupado de formarse profesionalmente mientras estaba en activo, al retirarse contará con herramientas para ocuparse en algún tipo de empleo bien al margen del deporte, bien en el mismo deporte (por ejemplo, cursos de entrenador, de agente de jugadores, medicina deportiva, etc.).
En cuanto a las previsiones económicas, es frecuente encontrar deportistas que durante su vida como tales, por ser jóvenes (a veces muy jóvenes), tener dinero relativamente fácil (a veces –como se dice en una popular película– una cantidad indecente de dinero) y desproporcionado con relación al salario de cualquier trabajador normal, despilfarrando sin la más mínima previsión de futuro. Esto va a incidir muy negativamente en los momentos posteriores a la retirada, sobre todo si –como suele ser habitual– esta forma de vida va acompañada de una nula preparación profesional. En cambio, una buena planificación económica para el día de mañana –hay profesionales de la economía especializados en asesorar a deportistas y otros profesionales similares (actores, toreros, etc.)– va a posibilitar el afrontar el porvenir con cierta seguridad, muy especialmente en los primeros momentos del retiro y en la transición hacia una vida “normalizada”.
Finalmente –aunque la casuística podría ser más amplia– algunos deportistas viven en una especie de burbuja donde todo es adulación, facilitación de la vida, compañía constante, casi “idolatría” de los aficionados, los medios, etc. Todo ello crea un concepto de sí mismo ficticio, pues se apoya en valores a veces irreales y siempre efímeros. Esto, lógicamente, incidirá de forma negativa cuando llegue el momento de decir adiós a la práctica profesional. Algunos deportistas ya experimentan algo parecido durante periodos de convalecencia y recuperación de lesiones, lo cual casi podría constituir una buena experiencia (salvando lo negativo y doloroso), por cuanto blinda un tanto al deportista en relación con lo que va  a ser ese abandono que sufrirá cuando le llegue la retirada definitiva. Es difícil encontrar deportistas de élite que sean lo suficientemente realistas para detectar cuánto hay de ficticio y pasajero en esos momentos y, sobre todo, actuar en consecuencia. Esta podría ser una buena tarea para los psicólogos del deporte que trabajen con este tipo de profesionales

Teniendo en cuenta este cúmulo de circunstancias es frecuente encontrarse con ex-deportistas que –como apuntaban antes Ogilvie y Howe (1986)- atraviesen un periodo de transición durante el cual se experimentan sensaciones tales como shock inicial, no aceptación de la nueva situación, enfado y resentimiento consigo mismo y con otros, sensación de pérdida y aislamiento, etc. Consecuentemente, no es improbable la aparición de episodios depresivos, a veces transitorios, a veces cronificados, a veces de consecuencias trágicas, llegando algunos casos a la drogadicción e incluso al suicidio.
Una vez superada esta fase transicional –que, por fortuna, no en todos los casos cursa necesariamente en la forma descrita– se produce una respuesta más estable que puede ser más o menos adaptada a la nueva situación. González y Bedoya (2008), han descrito ciertos aspectos que facilitan el proceso de adaptación. Ésta dependerá de los recursos (sociales, familiares, económicos, formativos, profesionales…) de que disponga el deportista. Las personas que no se adaptan adecuadamente pueden desarrollar cuadros clínicos con somatizaciones, obsesiones, agresividad, desajustes sociales y conyugales, además de algunos de los descritos en el párrafo anterior. Estos individuos suelen tener poco éxito en las actividades que emprenden, lo que agrava el cuadro. En cambio, los hay que reaccionan de una forma más amortiguada; no es infrecuente la actitud de cortar totalmente con el deporte y su ámbito, buscándose el olvido de tal contexto. O bien hay una reacción inicial de satisfacción con la nueva situación, por los motivos ya vistos. Esta reacción es seguida un tiempo después, en algunos casos, por una cierta nostalgia: se echa de menos el pasado y aquella vida más satisfactoria. Pero si esa nostalgia no se produce, o es bien manejada por el ex-deportista, queda en buenos recuerdos que no tienen por qué interferir en una buena respuesta adaptativa a los nuevos tiempos.
No quisiéramos que el lector acabara con mal sabor de boca, pese a que ha podido dar la impresión de que el balance entre los aspectos problemáticos y los satisfactorios que acarrea la retirada de los deportistas –sobre todo los de alto nivel– sea más bien negativo. Diríamos que sucede como en todo proceso de jubilación, con las peculiaridades que se han puesto de manifiesto en párrafos anteriores. El deporte es una magnífica escuela donde se pueden aprender conceptos, hábitos, valores, competencias, etc., muy útiles para la vida no sólo deportiva sino también extradeportiva, tanto presente como futura. Por tanto, un deportista bien orientado –por sí mismo o por la ayuda de algún profesional (entrenador, psicólogo, profesor…)– puede aprender un bagaje muy aprovechable para su futuro de no deportista.
Por acabar como empezamos, nos permitimos recomendar vivamente al lector el libro de Gabriel Masfurroll –un antiguo nadador de competición– Aprender de los mejores (vid. Referencias), donde se recopila un conjunto de testimonios de ex-deportistas de élite (Butragueño, fútbol; Jané, waterpolo; Doreste, vela; Epi, baloncesto; Bruguera, tenis; y otros/as más) acerca de algunas de las cuestiones que nos han ocupado hasta ahora. Estas figuras destacan:
a)  la importancia de compaginar deporte y formación,
b) cómo la práctica deportiva les enseñó y preparó para afrontar la vida después de la misma (o en el deporte de otra manera),
c) la importancia de fijar unos objetivos claros tanto para el periodo activo como para los posteriores, y
d) la conveniencia de contar con algunas personas que orienten al deportista tanto en su época formativa como en su preparación para la retirada.
Las personas que afronten un proceso de jubilación laboral deberían aplicar algunas de las estrategias descritas en el caso de los deportistas para manejar los efectos y circunstancias de la transición a una etapa vital diferente. Así, deberían empezar a prepararse para lo que se les avecina antes de que llegara el momento; procurarse algún tipo de afición u ocupación no necesariamente retribuida para el tiempo libre y de ocio que van a disfrutar en adelante; planificar el tipo de actividad física (aspecto esencial) que van a ejercitar como hábito, lo cual resulta imprescindible para retardar el envejecimiento y para prolongar el mantenimiento de ciertas capacidades y aptitudes psicológicas en las mejores condiciones posibles. Tiempo atrás se consideraba que el envejecimiento constituía una fase del ciclo vital de índole deficitaria, caracterizada por las pérdidas en las condiciones tanto física como psicológica, que se iban deteriorando progresivamente. Frente a este pensar tan negativo, se alza otro mucho más positivo, basado en las competencias que se mantienen (Fernández-Ballesteros, 1985) y que incluso se podrían mejorar si las personas mantienen hábitos de ejercicio físico e intelectual a lo largo de su vida y dichos hábitos se prolongan durante la etapa de jubilados. Por su parte, los deportistas que se retiran también pueden aprovechar algunas de las orientaciones y herramientas establecidas en los casos de jubilación laboral, tanto de tipo psicológico (por ejemplo, Bayés, 2009; Fernández-Ballesteros, 2009), como social y de salud (por ejemplo, Torres y Perea, 2010) y las pequeñas grandes estrategias  descritas por Skinner y Vaughan (1983). Afrontar el proceso de jubilación laboral o de retirada deportiva sin saber qué va a pasar ni qué se va a hacer cuando llegue el día es una actitud negativa; debe encararse ese momento con unos objetivos claros, realistas y novedosos. Las instituciones, organismos, empresas, clubes, etc., deben plantearse que no sea un momento brusco sino progresivo; por nuestra parte, los profesionales de la Psicología tenemos ahí un reto profesional (Torregrosa, Sánchez y Cruz, 2004) y un posible yacimiento de empleo. O nos preparamos bien o los “coach”, esa nueva secta de intrusos, nos comerá también ese terreno.

Bibliografía

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Bayés, R. (2009). Vivir: guía para una jubilación activa. Barcelona: Paidós.
Blinde, E.M. y Greendorfer, S.L. (1985).A reconceptualization of the process of  leaving the role of competitive athlete. International Review of Sport Sociology, 20, 87-94.
Lorenzo, M. (2010). Diagnóstico de la empleabilidad ante la retirada deportiva en jugadores profesionales de un club de fútbol. Tesis de Master. Universidad de Sevilla (no publicada).
Centro de Psicología Gerontológica (1985). Imagen de la vejez percibida en medios de comunicación social en Colombia. Bogotá: Centro de Psicología Gerontológico.
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Fernández-Ballesteros, R. Hacia una vejez competente: un desafío a la ciencia y a la saociedad. En M. Carretero, J. Palacios y A. Marchesi (compils.), Psicología evolutiva. Madrid: Alianza.
Masfurroll, G. (2005). Aprender de los mejores. Barcelona: Planeta.
Ogilvie, B.G. y Howe, M. (1986). El trauma de la finalización de la vida deportiva. En J.M. Williams, Psicología aplicada al deporte, (pp. 523-548). Madrid: Biblioteca Nueva (1991).
Roca, J. (1983). Desarrollo motriz y Psicología. Barcelona: Instituto Nacional de Educación Física.
Rodrigo, M.J. (1984). Ciclo familiar y ocupacional. En J.L. Vega, Psicología evolutiva, (pp. 117-152). Madrid: UNED.
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Vega, J.L. (1984). Psicología evolutiva. Madrid: UNED.

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