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30 May 2011

Consecuencias de la Deficiencia de Energía en Mujeres Deportistas

Desde la instauración del Título IX, la participación de las mujeres en deportes competitivos y actividades fitness recreacionales se ha incrementado de una forma sorprendente. El ejercicio regular es parte integral de un estilo de vida sano, y entre los beneficios se encuentran la obtención de un mejor rendimiento académico, la mejora del humor y la autoestima.

Autor: Jason D. Vescovi, PhD, CSCS

Jason D. Vescovi Jason ha sido miembro de la NSCA por casi 10 años y ha integrado el Comité Educativo los últimos seis años. Contribuye con la NSCA’s Performance Training Journal y Strength and Conditioning Journal así como con la revisión para la publicación más reciente.

Desde la instauración del Título IX, la participación de las mujeres en deportes competitivos y actividades fitness recreacionales se ha incrementado de una forma sorprendente. El ejercicio regular es parte integral de un estilo de vida sano, y entre los beneficios se encuentran la obtención de un mejor rendimiento académico, la mejora del humor y la autoestima, la reducción del la probabilidad de ingesta de alcohol o cigarrillos, la reducción del riesgo de determinados tipos de cáncer, y la mejora de la salud en general. Sin embargo, un desequilibrio entre las necesidades energéticas del cuerpo y la energía requerida para participar en una actividad física puede tener consecuencias graves en varios sistemas del cuerpo incluyendo el sistema reproductor, óseo y cardiovascular.

El mantenimiento del equilibrio energético constituye un elemento esencial para todos, pero lo es aun más para las atletas. El equilibrio energético se alcanza cuando la cantidad de energía ingerida (por ejemplo, todas las comidas y bebidas consumidas) se equipara con la energía gastada durante el día. Tu gasto energético se compone principalmente de tres partes:

  1. En reposo, o la cantidad de energía que usarías si permanecieras acostada;
  2. el que proveniente de las actividades diarias normales, tales como caminar hasta la parada de bus u ocuparse de las tareas del hogar; y
  3. Del ejercicio, tal como salir a correr, bailar o nadar. Este último componente generalmente es el más variable entre las personas e individuos que, a través del ejercicio regular, consumen muchas más energías que una persona sedentaria.

Por tanto, estar físicamente activa y participar en algún deporte requiere que alcances niveles más altos de ingesta energética para prevenir un déficit energético.

corredora

Sistema Reproductor

Culminada la pubertad, la mujer comienza a tener ciclos menstruales regulares que duran generalmente entre 24 a 35 días. Las mujeres con ciclos menstruales normales (eumenorrea) tendrán de 12 a 13 periodos por año, sin embargo existen circunstancias en las cuales pueden presentarse ciclos menstruales irregulares (oligomenorrea) o hay ausencia del ciclo (amenorrea). La oligomenorrea se define como un ciclo menstrual que dura entre 36 a 90 días, mientras que la amenorrea es definida como un estado en el que no existe periodo menstrual por al menos tres meses y en la que se tiene menos de 3 periodos en los 12 meses previos. Estos trastornos menstruales ocurren con mayor frecuencia en las mujeres que realizan más ejercicio que la población en general y están asociados con bajos niveles de estrógeno (la principal hormona sexual femenina). La supresión del estrógeno en las mujeres físicamente activas se relaciona con la pérdida ósea, y recientemente se ha comprobado que incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular en mujeres jóvenes y sanas. De esta manera, el mantenimiento de periodos menstruales regulares y lo que es aun más importante, niveles normales de estrógeno, es esencial para la salud de la mujer.

En un principio se pensaba que los trastornos menstruales en las mujeres que realizan ejercicios eran el resultado de bajos niveles de grasa corporal, donde un mínimo de 22% era necesario para mantener la función reproductiva normal. Sin embargo, algunas mujeres con niveles de grasa corporal por debajo de este rango continuaban teniendo periodos normales mensuales, lo que sugiere que otros factores juegan un rol en la regulación de los ciclos menstruales. Por lo que los investigadores comenzaron a buscar otras causas para estos trastornos menstruales. Pronto fue algo evidente que las mujeres que tenían un déficit energético eran mucho más propensas a experimentar ciclos menstruales irregulares o ausencia de los ciclos (10). También se descubrió que hay muchas señales del cuerpo que son enviadas a una zona específica del cerebro (el hipotálamo) y que comunican el nivel de energía corporal. El hipotálamo es responsable de interpretar estas señales y de dar instrucciones de cómo debería reaccionar el cuerpo. Además, esta región del cerebro también es responsable de regular el ciclo menstrual.

Los ciclos menstruales normales dependen de pulsos regulares cada 60-90 minutos de una hormona llamada gonadotropina, la cual libera la hormona (GnRH) del hipotálamo; sin esto el ciclo menstrual se volvería irregular o ausente (6). Esta hormona luego envía señales a otra parte del cerebro para liberar otras dos hormonas llamadas hormona luteinizante (LH) y hormona folículo estimulante (FSH). La hormona luteinizante también tiene un pulso que ocurre aproximadamente cada 60 a 90 minutos. Una disminución del número de pulsos de LH es usada por los investigadores para identificar trastornos en el hipotálamo (debido a trastornos en la liberación de la GnRH).

En una serie de estudios muy bien diseñados en la Universidad de Ohio, los investigadores mostraron una disminución en los pulsos de LH en las mujeres que tenían ciclos menstruales regulares sometiéndolas a un aumento realmente importante en su gasto energético a través del ejercicio (7). Se comprobó que el cambio en los pulsos de LH fue el resultado de un desequilibrio entre la ingesta de energía y el gasto energético producido por el ejercicio. Ellos comprobaron que cuando los individuos podían consumir la misma cantidad de calorías que gastaban durante el ejercicio, no se producían interrupciones de los pulsos de LH, indicando que las interrupciones en el cerebro no fueron causadas por el ejercicio en sí mismo, pero sí por el déficit de energía. Cuando las señales del cuerpo le indican al cerebro que hay un déficit de energía, el hipotálamo disminuye la velocidad de sus pulsos, lo cual retrasa los pulsos de LH y desencadenan eventualmente irregularidades del ciclo menstrual o posiblemente la ausencia total. Esto sucede por una razón muy simple: para conservar la energía. En las mujeres, la reproducción es considerada como no esencial, lo que significa que no es necesaria para la supervivencia del individuo, y es costosa desde el punto de vista de la energía. Por tanto, para ayudar a conservar la energía cuando el cerebro percibe un déficit, la función reproductora se reduce y es observada sin importancia, provocándose irregularidades menstruales.

Sistema óseo

Entonces, ¿cómo implica que una deficiencia energética pueda conducir a irregularidades menstruales? Algunas mujeres que practican atletismo competitivo podrían estar convencidas de que no tener un ciclo menstrual es algo bueno. A pesar del impacto positivo que el deporte y la actividad física tienen a la hora de aumentar la masa ósea, los trastornos menstruales y los bajos niveles de estrógeno asociados pueden dar como resultado una pérdida ósea, incluso en mujeres jóvenes aparentemente sanas (1, 2, 5, 8). La pérdida ósea crea huesos débiles y podría predisponer a las mujeres físicamente activas a fracturas por estrés y desemboca en tiempo de entrenamiento perdido y disminución del rendimiento. Los niveles de estrógeno reducidos también podrían prevenir el logro de la masa ósea máxima, de ese modo se incrementa la probabilidad de tener poca masa ósea u osteoporosis posteriormente en el transcurso de la vida. Diversos estudios han informado una disminución del 7 al 30% en la densidad mineral ósea (DMO) en la columna y las piernas en atletas que eran amenorréicas (sin periodos menstruales) en comparación con las atletas que eran eumenorreicas (periodos menstruales regulares) (2.5). Cuanto más tiempo una mujer permanece amenorreica, mayor será la cantidad de pérdida ósea. Esto es particularmente importante considerando que sólo se logra una recuperación parcial de la masa ósea cuando las mujeres vuelven a tener periodos menstruales regulares (y niveles normales de estrógeno). En otras palabras, el solo hecho de recuperar los periodos menstruales regulares no garantiza una reaparición de todos los huesos perdidos. Por eso, mantener ciclos menstruales regulares es importante para la salud ósea.

Además de los efectos indirectos que un déficit energético puede provocar en los huesos (por ejemplo, inicio de las irregularidades menstruales), también existen efectos directos. Se ha comprobado en diferentes ocasiones que ciertos factores responsables de estimular la formación ósea son reprimidos como resultado de una deficiencia energética. La reducción en la formación ósea conllevará a un relleno incompleto de las cavidades, las cuales son una parte normal del proceso de remodelación ósea. Por ello que el estado nutricional de una mujer puede también afectar independientemente la salud ósea incluso sin trastornos menstruales manifiestos.

Sistema Cardiovascular

Se ha comprobado que el estrógeno tiene un efecto protector en el sistema cardiovascular, por lo que los trastornos menstruales que resultan en bajos niveles de estrógeno pueden tener consecuencias negativas en la salud cardiovascular, lo cual es una razón por la que vemos un incremento en las enfermedades cardiovasculares en mujeres postmenopáusicas. El colesterol tiene un índice amplio de funciones fisiológicas benéficas y es con frecuencia categorizado como lipoproteínas de alta densidad (LAD) o lipoproteínas de baja densidad (LBD). Dentro de este esquema de clasificación las LBD son conocidas como “colesterol malo” debido a la asociación entre niveles elevados de LBD y enfermedad cardiovascular, en tanto que las LAD son conocidas como “colesterol bueno” debido a la correlación con un riesgo más bajo de enfermedad cardiovascular. Las investigaciones han demostrado que las atletas con amenorrea tienen mayores niveles de colesterol total, triglicéridos y LBD en comparación con las atletas con eumenorrea (3,9); sin embargo, estas mujeres no están consideradas en la categoría de riesgo elevado, ya que los niveles no exceden las recomendaciones nacionales. Además, las mujeres físicamente activas con amenorrea también presentan niveles más elevados de LAD en comparación con aquellas con eumenorrea, lo cual podría ayudar a contrarrestar cualquier riesgo potencial asociado con los niveles elevados de colesterol, triglicéridos, y LBD.

La dilatación de la arteria braquial mediada por flujo es otra medida de riesgo de enfermedad cardiovascular, que evalúa cómo una arteria (en este caso la arteria braquial en el brazo) se dilata como respuesta a un incremento en el flujo sanguíneo, donde una respuesta reducida sugiere una deficiencia de la función cardiovascular. Los diversos estudios han reportado una reducción en la dilatación mediada por el flujo en atletas con amenorrea en comparación con las atletas con ciclos menstruales regulares, lo cual también fue asociado con perfiles de colesterol desfavorables (9). Se requiere de una mayor investigación en esta área, ya que no están muy claras las consecuencias a largo plazo en la salud cardiovascular en atletas con amenorrea. Entre tanto los cambios desfavorables en el colesterol, triglicéridos y la función cardiovascular no deberían ser ignorados, así como las recomendaciones para alcanzar un equilibrio de energía; y se debería alentar con mucha tenacidad a las mujeres físicamente activas a mantener o recuperar la función menstrual normal.

Conclusión

Un déficit energético puede inducir a trastornos en el ciclo menstrual, lo cual está asociado con bajos niveles de estrógeno. Por consiguiente, los bajos niveles de estrógeno están relacionados con la pérdida ósea y alteraciones desfavorables en factores asociados con la enfermedad cardiovascular. Desafortunadamente, en una encuesta de médicos, terapeutas físicos y entrenadores de atletismo, menos de la mitad fue capaz de identificar estos componentes interrelacionados y sorprendentemente sólo el 9% de los médicos se sintió cómodo discutiendo sobre un tratamiento para estas condiciones (4).

La educación de los individuos que trabajan con atletas mujeres, así como de las atletas mismas, son la base para la prevención. Entre tanto, las mujeres deberían continuar llevando vidas físicamente activas, practicando algún deporte y consumiendo calorías adecuadas para mantenerse saludables y competitivas.

Referencias

  1. Cann CE, Martin MC, Genant HK, Jaffe RB. (1984). Decreased spinal mineral content in amenorrheic women. The Journal of the American Medical Association, 251:626-629.
  2. Drinkwater BL, Nilson K, Chesnut CH, Bremner WJ, Shainholtz S, Southworth MB. (1984). Bone mineral content of amenorrheic and eumenorrheic athletes. The New England Journal of Medicine, 311: 277-281.
  3. Friday KE, Drinkwater BL, Bruemmer B, Chesnut C, Chait A. (1993). Elevated plasma low-density lipoprotein and high-density lipoprotein cholesterol levels in amenorrheic athletes: effects of endogenous hormone status and nutrient intake. The Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism, 77:1605­1609.
  4. Grassel J, Hoch AZ, Staton MA, McDowell NM, Vetter CS, Moraski LA, Young CC. (2003). Awareness of the female athlete triad in physicians, coaches, athletic trainers and physical therapists. Medicine and Science in Sports and Exercise, 35:S326.
  5. Gremion G, Rizzoli R, Slosman D, Theintz G, Bonjour JP. (2001). Oligo-amenorrheic long-distance runners may lose more bone in spine than in femur. Medicine and Science in Sports and Exercise, 33:15-21.
  6. Knobil E. (1999). The Wisdom of the Body Revisited. News in Physiological Sciences, 14:1-11.
  7. Loucks AB, Verdun M, Heath EM. (1998). Low energy availability, not stress of exercise, alters LH pulsatility in exercising women. Journal of Applied Physiology, 84:37-46.
  8. Pettersson U, B. Stalnacke B, Ahlenius G, Henriksson-Larsen K, Lorentzon R. (1999). Low bone mass density at multiple skeletal sites, including the appendicular skeleton in amenorrheic runners. Calcified Tissue International, 64:117-125.
  9. Rickenlund A, Eriksson MJ, Schenck-Gustafsson K, Hirschberg AL. (2005).Amenorrhea in female athletes is associated with endothelial dysfunction and unfavorable lipid profile. The Journal of Clinical Endocrinology and Metabolism, 90:1354-1359.
  10. Zanker CL, Swaine IL. (1998). Relation between bone turnover, oestradiol, and energy balance in women distance runners. British Journal of Sports Medicine, 32:167-171.

Credit: This article originally appeared in NSCA’s Performance Training Journal, a publication of the National Strength and Conditioning Association. For a free subscription to the journal, browse to www.nsca-lift.org/performance

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