¿El Rendimiento Deportivo es compatible con la Salud?
INTRODUCCIÓN
Hoy por hoy es conocida y está bastante extendida la idea de que la práctica físico-deportiva constituye un parámetro sociocultural, que lleva consigo unos efectos beneficiosos bien determinados para la salud (física, psíquica y social) de los individuos (ACSM, 2000, 2002a y 2002b). En la antigua cultura griega su objetivo fundamental se centraba en la adquisición y mantenimiento de la salud física, el equilibrio mental, la integración social y el desarrollo de los principios ético-morales de la persona (Álvarez y Villa, 1996). Desde este punto de vista, la práctica deportiva no sólo debe ser entendida desde un enfoque funcional y biológico (actividad muscular y gasto metabólico), sino que también debe ser concebida de manera más integral y amplia en el sentido de representar una experiencia personal, realizada en un contexto sociocultural y que representa un hábito de vida (Devís, 2000; Devís, 2001). El conocimiento de sus beneficios ha conducido a un gran número de personas a practicar deporte con cierta regularidad en el ámbito recreativo y a un aumento de la presión sobre los deportistas y de la intensidad de sus esfuerzos para mejorar sus resultados en el ámbito competitivo (Santonja et al., 1996; Rodríguez y Gusi., 2002). Si bien es cierto que existe bastante evidencia en relación con los beneficios que supone la actividad física sobre la salud (Bouchard y Shephard, 1994; Biddle., 1995; Rodríguez, 1995a y 1995b; Shephard, 1995a y 1995bPate et al., 1995; De Andrés y Aznar., 1996; Sánchez Bañuelos., 1996; U.S Surgeon General., 1996; Delgado Rodríguez et al., 2001 y Tercedor., 2001), también son conocidos los riesgos que la práctica deportiva de alta exigencia comporta sobre la misma. es cierto que el auge que ha experimentado la práctica deportiva en las sociedades, la inadecuada prescripción y diseño de ejercicios, el incremento de las exigencias y del número de participantes y de competiciones, han provocado un aumento notorio de la prevalencia y la incidencia de alteraciones que afectan a la salud y a la calidad de vida de los individuos (Santonja et al., 1996; Saxon et al., 1999; Pfeiffer y Magnus., 2001; Lequesne., 2004; Hughes y Watkins., 2006; Wright et al., 2007; Meeuwisse et al., 2007). En los últimos tiempos los intereses se han orientado hacia el desarrollo de estrategias y propuestas multidisciplinares de intervención relacionadas con la prevención y/o disminución de riesgos desde una perspectiva bio-psico-social. El objetivo quizás se haya asumido teniendo conciencia de los problemas que puede suponer la práctica deportiva y en el análisis de la idoneidad de los criterios de práctica y ámbito de actuación (rendimiento y/o salud). Al respecto nos podemos realizar algunas cuestiones tales como: ¿son compatibles estos enfoques con el rendimiento en competición?; ¿no debemos tener en cuenta criterios saludables para alcanzar un alto rendimiento en competición?; ¿puede extenderse a lo largo de toda la vida la percepción de “buena salud” de un momento determinado?; ¿qué medidas podemos considerar para disminuir los daños causados por la práctica deportiva de alto nivel?; entre otras. Para dar respuesta a estas cuestiones deberemos reflexionar sobre diversos factores (personales, modalidad deportiva, características del entrenamiento-competición, daños causados, etc), de manera que nos permita una aproximación más integral y amplia del problema. Aunque es difícil mantener un criterio que sustente la idea de que el rendimiento de alta competición es compatible con la salud del deportista, quizás sea posible reflexionar y argumentar un modelo de “saluddeportiva” que atenúe o disminuya los daños causados o que mejore la atención de la persona-paciente. Un análisis que se limite al estudio de un único factor de riesgo-protección o riesgo-beneficio y que no tenga en consideración los objetivos y necesidades del deportista se antoja restrictivo y parcializado y, además, se escaparía del concepto de salud-deportiva y de los modelos de prevención o de reducción de riesgos. Así pues, partiendo de la base de que el deporte de alto rendimiento no es beneficioso para la salud, intentaremos analizar el estado de la cuestión y las estrategias a seguir para reducir las alteraciones que se suceden en la salud y en la calidad de vida de los deportista debidos a la práctica deportiva competitiva.
Complejidad del Paradigma Salud-Rendimiento
El deporte de alto rendimiento representa una actividad problemática dentro de la promoción de la salud puesto que por su naturaleza existen dos riesgos claves (Devís y Peiró, 1992): el control de su intensidad y la posibilidad de lesiones que afecten al sistema osteoarticular y muscular. El desarrollo de una práctica físico-deportiva no está exento de presentar ciertos riesgos que influyen en la salud y la calidad de vida del individuo. No cabe duda que las lesiones muchas veces no pueden evitarse, puesto que la propia actividad deportiva, al igual que otras actividades, conlleva un riesgo en sí misma. La relación entre deporte de rendimiento y salud, a corto plazo, exigen un constante equilibrio entre ambas dimensiones ya que, los problemas de salud afectan negativamente al rendimiento impidiendo, precisamente, el logro de su objetivo fundamental: rendir deportivamente Actualmente han surgido diversas perspectivas para abordar el papel que juega la actividad físicodeportiva en relación con la salud (Devís, 2000; Devís y Peiró, 2001): como un elemento rehabilitador, como un elemento preventivo, y como un elemento de bienestar. La perspectiva rehabilitadora considera que la actividad física actúa como instrumento mediante el cual puede recuperarse la función corporal enferma o lesionada y paliar sus efectos negativos sobre el organismo humano. La perspectiva preventiva utiliza la actividad física para reducir el riesgo de manifestación de enfermedades o de que se produzcan lesiones. Por último, la perspectiva de Bienestar considera a la actividad física como un elemento de desarrollo personal y social, independientemente de su utilidad para la rehabilitación o prevención de las enfermedades o lesiones. Ahora bien, estos enfoques son concebidos desde una perspectiva de actividad física saludable (salud), cuyos criterios frecuentemente son olvidados en el rendimiento deportivo (deporte). Admitiendo que la expresión de la excelencia deportiva requiere de alta exigencia y, por ende, de la asunción del riesgo que ello conlleva, podemos plantearnos si cabría la posibilidad de orientar nuestras acciones bajo criterios bioenergéticos, biomecánicos y neuropsicomotores más “saludables” durante el proceso de formacion y/o preparación del deportista para el alto nivel o, si por lo contrario, es una acción compleja e incompatible con los resultados buscados. Por ello, es necesario definir un modelo de intervención en el que la saluddeportiva, entendida como el grado de bienestar1 y de competencia deportiva2 que permita al deportista expresar, a un nivel elevado, los presupuestos de rendimiento en el entrenamiento y la competición, así como la disminución del riesgo de lesión lo máximo posible, represente un paradigma de acción frente a los modelos exclusivos de salud (bienestar-ausencia de riesgos) o de rendimiento deportivo (éxitos-presencia de riesgos). El objetivo perseguido deberá centrarse en el desarrollo, mejora y mantenimiento de lo que podríamos denominar como “óptimo estado de salud-deportiva” el mayor tiempo posible. La noción de salud deportiva varía de acuerdo a los individuos y a las exigencias del entorno en cada momento. Es obvio que el estado óptimo de bienestar físico, mental y social deportivo es diferente e individual para cada persona. Las intenciones no deben desarrollarse única y exclusivamente durante el período de formación y madurez deportiva, sino que las estrategias propuestas deberán mejorar el seguimiento y el control del “ex-deportista de élite” a lo largo de su vida. En este sentido, el control y valoración del deportista de élite durante el período activo sigue criterios de rigurosidad y regularidad y, el apoyo social que se le presta, supone una fuente de gratificación que ayuda a elevar su autoestima y autoconcepto. Por otra parte, el deportista de alto nivel está sometido a situaciones de estrés que debe resolver en el día a día. En dicho contexto debe poner en práctica los tres pilares que definen a la “dureza menta” (reto, compromiso y control), que podrían suponer un recurso de afrontamiento vivencias extradeportivas. Las exigencias deportivas, las numerosas situaciones que requieren contacto corporal y el juego que implica el golpear, correr, girar, estirar, regatear, saltar, acelerar, aterrizar, caer, lanzar, cabecear, recibir entradas, colisionar, recibir patadas, frenar la masa corporal, cambiar de ritmo y dirección, entre otras acciones, crean riesgos de manera directa o indirecta (Aglietti et al., 1999; Hawkins et al., 2001; Woods et al., 2002). Estos riesgos son responsables de las muchas y diferentes lesiones (Wong y Hong, 2005). Además, la multiplicación de los partidos, los movimiento repetitivos, las características de los terrenos, una preparación y recuperación insuficientes y/o inadecuadas y los hábitos y los estilos de vida del deportista, conduce a una predisposición y/o precipitación de las lesiones deportivas. 1 Se puede entender como el conjunto de percepciones subjetivas de humor y felicidad (Devís, 2000). 2 Entendiendo por competencia deportiva el estado de aptitud que se relaciona con el sentimiento de bienestar durante la realización de una práctica físico-deportiva. En este sentido, las lesiones deportivas tienen una gran importancia en el contexto del deporte, pues conllevan un tiempo de inactividad con múltiples consecuencias adversas, más o menos perjudiciales en función de la gravedad de la lesión, del momento en el que se producen y de su evolución (Pfeiffer y Magnus, 2000). Las lesiones deportivas pueden afectar a cualquier parte del cuerpo, observándose una vulnerabilidad específica según el tipo de movimientos corporales que conlleve la actividad deportiva que se practique y, además, puede llevar al abandono de la práctica de manera esporádica o, en el peor de los casos, al abandono definitivo de la práctica deportiva (Buceta, 1996). Deben ser consideradas como eventos perjudiciales por diferentes motivos o características (Buceta, 1996): suponen una disfunción del organismo, conllevan una interrupción o limitación en la práctica física y de las actividades extradeportivas, suponen cambios en el entorno deportivo. Implican, en general, cambios en la vida personal y familiar. Su rehabilitación exige tiempo, esfuerzo y dedicación, resistencia a la frustración y al dolor. Suelen ir acompañadas de experiencias psicológicas que afectan el funcionamiento y bienestar de la persona lesionada y de los que la rodean y, también, suponen pérdidas económicas considerables.
III. Las lesiones deportivas y su repercusión en la salud
La práctica deportiva presenta un alto índice de incidencia lesional, debido a las exigencias competitivas en las que se desarrolla. Para algunos autores la actividad física efectuada en un ambiente competitivo es incompatible con la salud dede el momento en que el resultado se considera el principal objetivo (Manidi, 2002). Diversos son los factores que pueden influir en la manifestación de una alteración con respecto a la práctica físico-deportiva y la salud: las cargas de entrenamiento-competición que van a actuar sobre las diferentes estructuras del cuerpo y los comportamientos psicosociales inadecuados como el ejercicio obsesivo y el doping. Griffin et al. (2006), observaron que las lesiones del ligamento cruzado anterior (LCA) se pueden producir por diversos factores: ambientales, anatómicos, hormonales, biomecánicos, nueromusculares y familiares. Otro aspecto a destacar tiene relación con la estructura anatómica afectada o la tipología de la lesión. En una revisión realizada por Manidi (2002) informó que las conclusiones de distintos estudios han puesto en evidencia que los accidentes más frecuentes son los relacionados con problemas articulares, en un 44%; contusiones, en un 23%; y fracturas, en un 17%. Asimismo, se afirmó que la cantidad total de ejercicios, la frecuencia y la duración, así como la intensidad de ciertas prácticas (en particular en el caso de los deportes de equipo) pueden aumentar el riesgo de lesiones. A continuación mostramos algunas de las conclusiones revisadas por Manidi (2002): ? En los Países Bajos, se estimó, que la práctica deportiva competitiva era la causa de 3,3 accidentes cada 1000 horas. ? En un estudio realizado en el mismo país reveló que aquellos sujetos que se mantenían inactivos manifestaban más números de lesiones comparados con un grupo de futbolistas. ? En Alemania los accidentes deportivos representan del 10 al 15 % de la cifra total de accidentes y del 5 al 10% del número de hospitalizaciones y de curas diarias. El coste anual de las lesiones debida a una práctica deportiva competitiva es de 25 millones de dólares. Sin embargo, los autores del estudio estiman que del 50 al 60% de los accidentes debidos al deporte no provocan más que una interrupción momentánea de su práctica. ? De cada 100 accidentes consecutivos debidos a la práctica deportiva, 20 son accidentes menores, 50 entrañan una interrupción de la actividad de una a cuatro semanas, y 30 son accidentes graves. ? La edad media de las víctimas es de 23 años en los hombres y de 19 en las mujeres. ? El fútbol, y en general los deportes de equipo, ocasionan el 80% de los accidentes registrados en la población masculina. Según los autores (Lequesne, 2004; Ageberg et al., 2005; Griffin et al., 2006; Saxon et al., 2006), las lesiones deportivas son causa principal de afectación artromuscular a distintos niveles a lo largo del tiempo que se pueden manifestar con inestabilidad, laxitud, cambios degenerativos, alteración en la actividad muscular y en el control de los movimientos, etc) y al desarrollo competente y autónomo de las actividades de la vida diaria. Al respecto, Noyes et al (1983) encontraron que en un grupo de individuos con LCA, el 44% de los sujetos mostraron dificultades para caminar y el 77% presentaban dificultades para realizar una práctica deportiva. Hughes y Watkins (2006), señalaron que el 70% de las lesiones de LCA ocurren con una alta repercusión negativa sobre la articulación de la rodilla en el deporte. Saxon et al (1999) estudiaron la repercusión que tiene el incremento de la práctica deportiva y la ocurrencia de lesiones deportivas sobre la manifestación de osteoartritis. Entre los estudios revisados señalaron que en los sujetos operados de LCA se apreciaban cambios osteoarticulares al cabo de 10 a 20 años después de la lesión con una incidencia del 60% al 90%. Por su parte, Lequesne (2004), informó que los ex-futbolistas y los ex-deportistas de élite de diversas modalidades deportivas presentan una incidencia de osteoartrosis de cadera y rodilla de un 5% y 15%, respectivamente.En otros trabajos se ha observado una incidencia mayor de osteoartrosis en aquellos deportistas de élite con respecto a los de menor nivel y al grupo control (Ross et al., 1994): 15,5% vs, 4,2% y 1,6%, respectivamente. Por otro lado, Wright et al. (2007), estudiaron el riesgo de ruptura del LCA de la rodilla contralateral sana de aquellos sujetos que habían sido operados del ligamento. Los autores han encontrado que existe un riesgo relativo similar (3%) de incidencia lesional en ambas rodillas. Los datos son numerosos si tenemos en cuenta el perfil lesional (tipo, gravedad y mecanismo lesional) y la modalidad deportiva. Evidentemente, el fenómeno exige un análisis de mayor profundidad y rigor para una aproximación más exhaustiva a la realidad del problema. Un aspecto a destacar es la necesidad de promocionar y fomentar la realización de estudios realizados en diversas poblaciones y modalidades para prevenir y/o atenuar los riesgos asociados.
IV. Prevención de riesgos y atenuación de consecuencias
Hasta hace relativamente pocos años, los esfuerzos se centraban en el tratamiento del trauma en sí, prestando especial atención al proceso terapéutico desde una perspectiva clínica. Sin embargo, en los últimos tiempos los intereses se han orientado hacia el desarrollo de estrategias y propuestas multidisciplinares de intervención relacionadas con la prevención y la readaptación de las lesiones deportivas y del deportista desde una perspectiva bio-psico-social. El objetivo quizás se haya centrado, teniendo conciencia del riesgo que supone la práctica deportiva, en la búsqueda de herramientas profesionales que potencialmente supongan un factor de “huida” de la incidencia lesional en el contexto deportivo, la disminución del tiempo de exposición de la situación patógena o la atenuación de las repercusiones que, inevitablemente, ello conlleva con el tiempo. La complejidad de la prevención y la intervención en relación con las lesiones deportivas requiere de equipos multidisciplinares en los que el equipo médico-terapéutico, los preparadores físicos y los readaptadores físico-deportivos, al igual que otros profesionales del ámbito de la “salud deportiva”, intervengan de manera coordinada con el fin de facilitar y/o garantizar, en la medida de los posible, una mejor salud y calidad de vida futura del deportista de alta competición. La enorme heterogeneidad de los factores de riesgo predispuestos define un rasgo predominante en la actuación en relación con las patologías deportivas en el alto rendimiento: su complejidad de diagnóstico, prevención y tratamiento o intervención físico-deportiva. En este sentido, las lesiones constituyen un desafío para los distintos profesionales cuyo éxito depende en gran medida de una actuación multidisciplinar coordinada y rigurosa. No obstante, este modelo de intervención no debe ceñirse a un contexto y momento temporal en el cual el sujeto en activo expresa su máximo rendimiento, sino que debe desarrollarse e interaccionar dentro de un modelo de educación saludable para el deportista, entrenadores y clubes y, además, extenderse a la cobertura sanitario a lo largo de la vida de los deportistas. Algunos autores han definido una secuencia de prevención en la que deberemos tener en cuenta una serie de aspectos si queremos disminuir los riesgos que la práctica competitiva conlleva (Van Mechelen et al., 1997): establecer la magnitud del problema y describirlo en términos de cantidad, incidencia, severidad y consecuencias (incapacidad funcional y costes) de las lesiones, identificar los factores de riesgo y los mecanismos que procovan las lesiones, introducir las medidas necesarias para reducir el riesgo y la severidad de las lesiones y evaluar el efecto de las medidas implementadas. El conocimiento y análisis de las medidas a adoptar y, concretamente, sobre los criterios básicos de diseño adecuado e individualizado de los programas y tareas, podrían representar dos aspectos importantes para la disminución de la incidencia lesional o del tiempo de exposición a la situación patológica en el contexto de un rendimiento “saludable”. Desde este punto de vista, el ejercicio físico es una herramienta potencialmente útil para el desarrollo, mejora y optimización de la salud físico-deportiva del individuo. Al hablar de diseño adecuado de las tareas nos referimos a la intervención que los profesionales realizan basándose en la evidencia científica sobre la repercusión de los esfuerzos de entrenamientocompetición y los beneficios otorgados a la correcta prescripción de los ejercicios implementados y los métodos de recuperación adoptadas tras los mismos. Concretamente, nos referimos a las orientaciones relacionadas con los contenidos de los programas de entrenamiento en relación con los siguientes aspectos que describen la recurrencia de las lesiones o el agravamiento de la lesión: el calentamiento, la inclusión, alternancia y realización consciente de ejercicios funcionales y seguros, la hidratación, la fatiga, el déficit de fuerza y resistencia y, también, la historia clínica, entre otros. Igualmente, deberemos considerar que en el contexto competitivo el deportista se siente sometido a exigencias y presiones que pueden incrementar la vulnerabilidad y precipitar la ocurrencia de una determinada patología. Por ello, las estrategias también deben tener en cuenta aquellos aspectos recomendados para afrontar situaciones potencialmente estresantes y controlar las consecuencias perjudiciales. En este sentido, la formación orientada a mejorar las habilidades de afrontamiento y evitación de situaciones estresantes podría generalizarse a otros momentos de vida. Por lo tanto, se trata de garantizar en la medida de lo posible una práctica física bajo una situación de seguridad deportiva, entendida como el conjunto de actuaciones y consejos físico-deportivos orientados a prevenir los riesgos asociados a la práctica físico-deportiva en el rendimiento de alta competición. Estas acciones no sólo involucran al deportista y al entrenador-preparador, sino que también deben responsabilizar a las instituciones y clubes en materia de inversión en investigación-formación y en mediosmétodos que garanticen con mayor viabilidad el “éxito” en cuanto a la salud-deportiva y el rendimiento de sus deportistas.
V. Conclusiones
La práctica físico-deportiva en un contexto competitivo de alto nivel conlleva, de manera inherente, riesgos asociados que son imcompatibles, en ocasiones, con una buena salud del deportista de élite. Lo que en un momento determinado puede suponer un grado de rendimiento y bienestar óptimo, en otros, puede representar graves alteraciones en el equilibrio artromuscular y psíquicosocial del individuo. Por ello, se hace necesario la realización de trabajos de investigación destinados a orientar e implementar estrategias para una mejor prevención y preparación del deportista de alto rendimiento desde una perspectiva de salud-deportiva. Con ello, no se pretendería descontextualizar la práctica competitiva ni la modificación de los objetivos perseguidos en sentido de “disminución de resultados”, sino que se busca analizar aquellos elementos de protección para optimizar el rendimiento y la calidad de vida durante el mayor tiempo posible.
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