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1 Mar 2011

Pel estrés psicosocial como un factor que incrementa la vulnerabilidad a las lesiones deportivas

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Si bien una práctica deportiva adecuada implica interesantes beneficios sobre la salud y el bienestar de los deportistas, el ejercicio físico puede conllevar, sin embargo, un elevado riesgo de accidentes y lesiones si no es practicado bajo unas condiciones adecuadas.


Autor(es):
Pino Díaz *, J. María Buceta** y Ana Mª Bueno***
Entidades(es): * Departamento de Didácticas Especiais. Universidade de Vigo ** Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos de la UNED *** Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológicos de la Universidade da Coruña
Congreso: I Congreso Internacional de las Ciencias Deportivas
Pontevedra– 4-6 de Mayo de 2006
ISBN: 84-611-0552-4
Palabras claves: Esquí de fondo, cineantropometría, composición corporal, somatotipo.

 

INTRODUCCIÓN

Si bien una práctica deportiva adecuada implica interesantes beneficios sobre la salud y el bienestar de los deportistas, el ejercicio físico puede conllevar, sin embargo, un elevado riesgo de accidentes y lesiones si no es practicado bajo unas condiciones adecuadas. Las lesiones deportivas son “accidentes” a los que están expuestos no sólo los deportistas profesionales o aficionados que se dedican al deporte de competición, sino también, aquellas personas que practican deporte o ejercicio físico para fortalecer su salud o como actividad de ocio. Precisamente, la gran diversidad de contextos y objetivos en torno a los que se desarrolla el deporte (escolar, salud, ocio, deporte competición, amateur, competiciones profesionales,…), así como, las diferencias entre estudios respecto a los criterios utilizados para la definición y evaluación de las lesiones deportivas, dificultan la obtención de datos concretos y precisos en relación a su frecuencia y gravedad. En términos generales, Kraus y Conroy (1984) señalan que cada año se producen en los Estados Unidos entre 3 y 5 millones de lesiones deportivas, con una tendencia ascendente en la medida en que también aumenta el número de practicantes, señalando además que este tipo de incidentes representan el porcentaje más elevado dentro del contexto general de accidentes padecidos por los adolescentes y jóvenes adultos. Arnheim (1985) estima en 50 millones el número de lesiones deportivas que se producen anualmente en todo el mundo, y considera que todo deportista tiene un 50 % de posibilidades de padecer una lesión o accidente deportivo. Además, la creciente participación activa de los ciudadanos de cualquier edad en actividades físicas y deportivas, así como, la mayor exigencia de rendimiento en el subgrupo de deportistas que se dedican al deporte de competición, parece incrementar el riesgo de que se produzcan este tipo de incidentes. Las lesiones deportivas constituyen una amenaza al bienestar y la salud de las personas (Garrick y Requa, 1978; May y Sieb, 1987); más concretamente, entre las importantes consecuencias perjudiciales que una lesión conlleva para el deportista que la padece, Buceta (1996) señala las siguientes: Disfunción del organismo que produce dolor, restringe las posibilidades de funcionamiento y puede aumentar el riesgo de disfunciones mayores. Interrupción o limitación de la actividad deportiva, que puede conllevar pérdidas o riesgos de pérdidas tales como, no alcanzar las metas deportivas previstas, pérdida de ingresos económicos, etc., o, en el caso de practicantes no competidores, pérdida de la condición física, aumento de peso corporal, etc. Reajustes en el entorno deportivo al que pertenece el lesionado, lo que, en ocasiones, puede derivar en pérdidas respecto a los resultados deportivos colectivos. Interrupción, limitación o reajustes relativos a otras actividades extradeportivas (e.g. laborales, académicas, familiares). Manifestaciones emocionales adversas (irritabilidad, ansiedad, estados depresivos, hostilidad, etc.) con repercusiones negativas en el bienestar y funcionamiento cotidiano del lesionado. A la vista de las citadas consecuencias, y asumiendo que la propia actividad deportiva conlleva en sí misma un cierto riesgo de que se produzcan lesiones, diferentes disciplinas aplicadas al deporte (medicina, biomecánica, estudio de nuevos materiales y tecnologías, psicología,…) orientan sus esfuerzos hacia la identificación de los factores que pueden aumentar o disminuir este riesgo, así como, hacia el diseño de estrategias y técnicas que permitan el control y modificación de dichos factores. En esta línea, reducir el número de lesiones y/o su gravedad, disminuir el tiempo de recuperación y aumentar la calidad del proceso de rehabilitación, facilitar la reincorporación a la actividad deportiva, así como prevenir recaídas, constituyen objetivos que justifican el creciente interés de las disciplinas que trabajan en torno a las lesiones deportivas. Los estudios realizados por diferentes investigadores (e.g. Hanson, McCullagh y Tonymon ,1992 ; Heil, 1993; Pargman, 1993; Palmi, Peirau, Sanuy y Biosca, 1994) coinciden en agrupar los factores causantes de las lesiones en dos amplias categorías: (a) factores externos (infraestructura deportiva y conducta de otros) y (b) factores internos (médico-fisiológicos, biomecánicos o psicológicos). En la primera categoría podrían incluirse todas aquellas variables relacionadas con el material o las instalaciones deportivas sobre los que se basa el trabajo del atleta (e.g. deficiencias en las condiciones ambientales, el tipo y estado de los pavimentos deportivos, implementos deportivos, temperatura ambiente,…), así como, aquellas que tienen que ver con la conducta de los demás deportistas (agresiones de rivales, juego brusco,…). Los factores internos se refieren a todos aquellos componentes que el deportista presenta, bien por predisposición propia, bien por influencias situacionales, y que hacen más o menos probable que el sujeto sufra traumatismos y lesiones con una cierta constancia. Entre otros, la edad, el deterioro del cuerpo, la historia pasada de lesiones, la falta de preparación física para una determinada tarea, la falta de adherencia a medidas preventivas, una alimentación inadecuada, la fatiga o la realización de conductas de riesgo (agresivas, sobreesfuerzos…), son algunos de los factores más relevantes. A esta lista, habría que añadir, así mismo, diferentes variables psicológicas que bien directa, o indirectamente a través de su relación con los factores anteriormente mencionados, pueden incrementar la vulnerabilidad de los deportistas a las lesiones. Así, por ejemplo, una motivación deficitaria puede favorecer problemas como falta de adherencia a medidas preventivas o propiciar déficits atencionales que pueden derivar en ejecuciones técnicas defectuosas que favorecerán la ocurrencia o agravamiento de las lesiones. De manera paralela, una motivación excesiva puede incrementar el riesgo de lesiones, impulsando a los deportistas a sobreesfuerzos innecesarios o a un abuso de práctica que puede también derivar en un aumento de las lesiones o accidentes. Dentro de esta categoría de factores psicológicos de riesgo de lesiones deportivas, el estrés psicosocial parece constituir una variable de singular relevancia. Un importante bagaje de datos clínicos y experimentales apoyan la existencia de una estrecha relación entre la presencia de estrés psicosocial y diferentes trastornos de salud (ver Sandín, 1989; Sandín ,1995; Buceta et al., 2000). Sin embargo, en el contexto específico del deporte, el objetivo de los estudios acerca de cuestiones relacionadas con el estrés se ha dirigido, prioritariamente, a identificar la influencia de esta variable en el rendimiento deportivo, siendo mucho más escasos los datos disponibles acerca de su posible influencia en las lesiones deportivas, lo que justifica el interés de nuevos esfuerzos investigadores que contribuyan a esclarecer en mayor medida tales relaciones. Así, de modo general, la relación entre estrés y lesiones deportivas podría establecerse a diferentes niveles (Buceta, 1996): En primer lugar, la presencia de estrés puede aumentar la vulnerabilidad de los deportistas a las lesiones, dificultar su recuperación o perjudicar su reincorporación a la actividad deportiva, incrementando además el riesgo de reincidencias. En segundo lugar, las propias lesiones constituyen eventos estresantes que afectan el estado emocional del deportista, alterando en muchos casos sus rutinas habituales de funcionamiento y haciendo su vida más estresante, limitada y desagradable. En algunos casos, las lesiones provocan deterioros crónicos con los que deben convivir los deportistas, debiendo considerarse situaciones altamente estresantes. Por otra parte, las lesiones pueden servir, en algunos casos, para cumplir funciones de escape o evitación respecto a la presencia de otras fuentes de estrés presentes en el contexto deportivo (competiciones muy trascendentes ante las que el deportista no se percibe lo suficientemente preparado, resultados adversos,…) que el deportista no es capaz de afrontar de un modo más eficaz. Por último, el estrés, en cierto grado, puede resultar una variable favorecedora de la prevención y rehabilitación de lesiones, al influir positivamente en la adherencia de los deportistas a diversas medidas preventivas y rehabilitadoras. Dentro de este complejo panorama de relaciones, el presente trabajo se centra en el estudio de la influencia del estrés en la determinación del riesgo de sufrir lesiones deportivas. En esta línea, a lo largo de los siguientes apartados se revisarán los posibles mecanismos a través de los cuales podría explicarse esta influencia de la respuesta de estrés en la ocurrencia de lesiones deportivas, así como las distintas variables que pueden contribuir a la presencia de dicha respuesta en los deportistas.

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MECANISMOS EXPLICATIVOS DE LA RELACIÓN ENTRE ESTRÉS Y LESIONES DEPORTIVAS

Los mecanismos por los que el estrés parece perjudicar la salud han sido ampliamente analizados por diferentes autores (e.g. Sandín, 1995; Crespo y Labrador, 2001), siendo posible su agrupación en tres amplias categorías: (1) alteración de diferentes mecanismos fisiológicos, (2) alteraciones conductuales y (3) alteración de diversos procesos psicológicos. 2.1. Alteraciones fisiológicas En términos generales los mecanismos fisiológicos han sido considerados los mediadores fundamentales en la relación entre estrés y salud, mediante un proceso de sobrefuncionamiento de diversos sistemas del organismo y un debilitamiento del sistema inmunitario que aumentan la probabilidad de que se presenten diferentes trastornos. En este sentido, debe señalarse la existencia de tres ejes de actuación en la respuesta de estrés (eje neural, eje neuroendocrino, eje endocrino) que se disparan ante estímulos específicos, y que presentarían pautas diferentes en cuanto a los mecanismos causantes de las lesiones. El eje neural, parece activarse de manera inmediata ante cualquier señal de alarma. Una activación simpática, así como una activación del sistema nervioso somático, son sus consecuencias fundamentales, si bien, no suele producir trastornos sobre la salud debido a que la activación simpática no puede mantenerse durante mucho tiempo (Crespo y Labrador, 2001). La alteración de los patrones neuromusculares es, entre otras, una de sus consecuencias inmediatas, pudiendo por esta vía incrementar el riesgo de lesiones. Andersen y Williams (1988) y Buceta (1996) señalan cómo esta respuesta de sobreactivación muscular, puede dificultar la flexibilidad y la coordinación motriz, perjudicando la calidad de los movimientos corporales y aumentando de este modo la probabilidad de lesionarse. Cuando las condiciones de estrés se mantienen, y además, la persona percibe que puede hacer algo para controlar la situación estresora se produce la activación del eje neuroendocrino. La finalidad de esta respuesta neuroendocrina es la preparación del organismo para una intensa actividad corporal con la que poder responder a posibles amenazas externas, bien haciéndoles frente (luchando), bien escapando de ellas. En este sentido, este eje se considera el más directamente relacionado con la puesta en marcha de conductas motrices de afrontamiento activo. Su disparo implica una activación de la médula y de las glándulas suprarrenales, con la consiguiente secreción de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina), produciendo efectos similares a los desencadenados por la activación simpática, si bien más lentos y duraderos (Crespo y Labrador, 2001). Entre sus efectos, de modo similar a lo comentado en relación al eje neural, puede observarse un incremento de la estimulación de los músculos estriados (implicados en el movimiento) , pudiendo por esta vía dificultar la coordinación e incrementar el riesgo de lesiones y accidentes. En tercer lugar, cuando las condiciones de estrés continúan, y el individuo considera que nada puede hacer para afrontar tales circunstancias, el eje endocrino se activa, preparando al organismo para resistir o tolerar el estrés. Las consecuencias más importantes se relacionan con la activación del subeje adrenal-hipofisiario, que responde provocando la liberación de glucocorticoides, existiendo considerable evidencia indicativa de que un aumento de estas hormonas se asocia a efectos supresivos de la inmunocompetencia (Sandín, 1989). Paralelamente la hipófisis anterior libera en sangre diversos opiáceos endógenos (endorfinas), que incrementan la tolerancia al dolor en situaciones de estrés, pudiendo disminuir o deteriorar el funcionamiento eficaz de un mecanismo de alarma trascendental en el ámbito de la actividad física y deportiva. Buceta (1996) señala estos mecanismos, como otra de las vías que pueden incrementar la vulnerabilidad de los deportistas a lesionarse. 2.2. Alteraciones conductuales Las estrategias conductuales utilizadas por el deportista para afrontar las situaciones potencialmente estresantes a las que está expuesto, pueden presentar diferentes pautas de relación con la salud e incidir sobre ésta a través de diferentes mecanismos. En primer lugar el estrés puede producir alteraciones sobre diferentes conductas relacionadas con la prevención y promoción de la salud, bien debido a una disminución de la frecuencia y calidad de estas medidas, bien debido a la presencia de conductas que derivan en una exposición del deportista a estímulos nocivos. En general, la práctica deportiva orientada al rendimiento, requiere el mantenimiento y control escrupuloso de una serie de hábitos relacionados con el cuidado del cuerpo, la alimentación y la recuperación, como consecuencia de las importantes cargas de estrés físico y psicológico a las que son sometidos los deportistas durante el proceso de entrenamiento y la competición. El elevado riesgo de lesión y disfunción implícito en la práctica deportiva, requiere además, la adopción de una serie de medidas preventivas, que convierte las rutinas del deportista en un complejo engranaje de hábitos conductuales, que pueden verse fácilmente alterados por la presencia de niveles inadecuados de estrés. Entre otras, algunas de las medidas preventivas más generalizadas son las siguientes: Realizar regularmente una adecuada preparación física que permita afrontar las elevadas exigencias fisiológicas del entrenamiento y la competición deportiva. Realizar regularmente reconocimientos médicos que verifiquen el perfecto estado de todos los sistemas y estructuras. Realizar diariamente una serie de medidas preventivas imprescindibles, como por ejemplo un adecuado calentamiento antes de someter al organismo a cargas de alta intensidad, colocarse diferentes vendajes o protectores, realizar ejercicios específicos de fortalecimiento de zonas especialmente vulnerables (tobillos, dedos,…). Cuidar diariamente los hábitos de alimentación y, en muchos casos, ingerir sistemáticamente diferentes apoyos farmacológicos. Cuidar del adecuado estado de las equipaciones personales y de la diferente instrumentación necesaria para la práctica deportiva. En otros casos, la presencia inadecuada de estrés no sólo repercute sobre la calidad de los hábitos de prevención y promoción de la salud, sino que favorece la aparición de conductas que implican una exposición del deportista a estímulos potencialmente nocivos para la salud (consumo de alcohol, drogas, fármacos,…). En segundo lugar, algunas estrategias empleadas por el sujeto para el alivio del estrés pueden derivar en consecuencias perjudiciales para la salud. Por ejemplo, la presencia de comportamientos incontrolados, agresivos y de riesgo físico, una forma de manifestarse el componente de “lucha” de la respuesta de estrés, puede incrementar el riesgo de lesiones (Buceta, 1996), de modo especialmente relevante, en aquellos deportes donde el contacto físico es inherente a la práctica deportiva. En otros casos , el estrés puede provocar que los deportistas busquen el control de las situaciones estresantes mediante excesos de entrenamiento que pueden resultar muy perjudiciales. En estos casos, es frecuente que se ignore la propia vulnerabilidad general e incluso la propia historia específica de lesiones, encontrándose deportistas, fundamentalmente de competición, y con una alta motivación de logro, que abusan de la práctica deportiva para conseguir la gratificación de percibir un mayor control sobre estímulos estresantes relacionados con la propia práctica (e.g. sobre la amenaza de fracaso en una competición). Estos abusos desencadenan a largo plazo, el denominado síndrome de sobreentrenamiento al que nos referiremos más adelante. En otras ocasiones, los deportistas recurren al uso de estrategias de afrontamiento cuyo objetivo es escapar o evitar situaciones estresantes. En el contexto deportivo, las propias lesiones o enfermedades pueden suponer eficaces alternativas para escapar o evitar situaciones tales como, excesivas cargas de entrenamiento, el afrontamiento de partidos trascendentales, un resultado adverso durante el encuentro,…, aumentando la vulnerabilidad a las mismas el hecho de que los deportistas hayan aprendido, por experiencia propia, o por observación, que gracias a una lesión pueden evitar tales situaciones. 2.3. Alteración de procesos psicológicos La alteración de los procesos atencionales es uno de los mecanismos propuestos por numerosos autores (e.g. Bramwell, Masuda, Wagner y Holmes, 1975; Cryan y Alles, 1983; Williams, Tonymon y Wadsworth, 1986; Andersen y Williams, 1988 ; Buceta, 1996) para explicar la relación entre la respuesta de estrés y la mayor incidencia de lesiones y accidentes en el contexto deportivo. La eficacia de la ejecución deportiva, en numerosos casos de elevada complejidad biomecánica, depende, entre otros aspectos, del establecimiento de un adecuado foco atencional que permita recibir la información externa y/o interna relevante en cada situación deportiva. La ineficacia en este proceso propiciará errores en la adecuada toma de decisiones y en la posterior ejecución de la respuesta motriz. Bergandi y Witting (1988) señalan que dado que las lesiones deportivas resultan en unos casos, de la fuerza aplicada por agentes externos sobre diferentes partes del organismo (e.g. colisiones con otros deportistas), o por una inadecuada fuerza aplicada por los propios atletas mediante ejecuciones defectuosas, es lógico suponer, que un defectuoso procesamiento de las señales perceptivas relevantes en cada caso (externas/internas) pueden implicar una mayor vulnerabilidad a lesionarse. Diferentes estudios han puesto de manifiesto las repercusiones del estrés sobre el proceso atencional. Williams, Tonymon y Andersen (1990) examinaron la influencia de los eventos vitales estresantes en la visión periférica de un grupo de 32 deportistas de ocio. Los resultados corroboraron un mayor estrechamiento de la visión periférica en aquellos deportistas con puntuaciones más elevadas en eventos vitales, en comparación con el grupo de menor puntuación, al ser expuestos ambos grupos a una situación de estrés inducido en laboratorio. En un estudio posterior, Williams, Tonymon y Andersen (1991), con una muestra de 74 deportistas universitarios practicantes de actividad física con carácter recreativo, consiguieron identificar de nuevo las mismas relaciones. Posteriormente, Thompson y Morris (1994) analizaron el papel moderador de las habilidades atencionales en la relación entre eventos vitales estresantes y las lesiones deportivas. Al comienzo de la temporada deportiva, 120 deportistas, practicantes de fútbol americano, cumplimentaron diferentes cuestionarios orientados a la evaluación de los eventos vitales estresantes y las habilidades atencionales . Para la evaluación del nivel de vigilancia atencional, se aplicó el Symbol Digit Modalities Test (Smith, 1982), mientras que para evaluar la capacidad de focalización se aplicó el MacQuarrie Test of Mechanical Ability (MacQuarrie, 1927). Los deportistas fueron seguidos a lo largo de la temporada con el objetivo de evaluar la incidencia de lesiones a lo largo de la misma. El análisis de regresión aplicado, confirmó la existencia de relaciones directas entre niveles bajos de focalización y una mayor vulnerabilidad a lesionarse, así como, la capacidad moderadora que la vigilancia atencional tiene en la relación entre los eventos estresantes y las lesiones. Los autores concluyen basándose en estos resultados que el estrés incrementa el riesgo de lesión mediante la reducción de la vigilancia atencional de los deportistas. Buceta (1996) señala que las diferentes manifestaciones del estrés (estado de sobrealerta, ansiedad, hostilidad, depresión, desgaste/agotamiento psicológico) presentan pautas de relación diferentes con la efectividad atencional y en última instancia con las lesiones deportivas. Cuando la respuesta de estrés se caracteriza por niveles de activación excesivamente elevados (característicos de manifestaciones como la ansiedad u hostilidad) el enfoque atencional se reduciría, llevando al deportista a ignorar información relevante, bien propioceptiva, bien procedente del entorno, que afectaría negativamente a la toma de decisiones y a la ejecución posterior, incrementando por esta vía su vulnerabilidad a lesionarse. Por el contrario, niveles de activación excesivamente bajos, característicos de manifestaciones del estrés como la depresión o el agotamiento psicológico, propiciarían un estado de alerta inadecuado y una dispersión excesiva del foco atencional que puede favorecer graves descuidos, una valoración inadecuada de los riesgos de cada ejecución o una deficiente preparación para la práctica, incrementando por estas vías la vulnerabilidad a las lesiones. Además, no solo la presencia inadecuada de estrés afecta a estas relaciones, la ausencia del mismo (característico de entrenamientos monótonos o repetitivos), puede también favorecer las lesiones debido a una dispersión atencional disfuncional.

DETERMINANTES DE LA RESPUESTA DE ESTRÉS RELACIONADA CON LAS LESIONES DEPORTIVAS

3.1. Situaciones potencialmente estresantes presentes en el contexto deportivo Si bien la presencia de situaciones potencialmente estresantes no es condición suficiente para que se produzca la respuesta de estrés, ni tampoco para predecir la intensidad de la misma o sus efectos específicos sobre diferentes modos de funcionamiento, parece lógico suponer que, cuanto mayor sea la trascendencia objetiva de la situación, su frecuencia, duración e intensidad, mayor será su potencial estresante. Múltiples situaciones externas a las personas y demandas internas de éstas, pueden tener el potencial suficiente como para provocar estrés. Según Buceta y Bueno (1995), en términos generales, son potencialmente estresantes las situaciones que implican cambios relevantes en la vida cotidiana de las personas, que tienen trascendencia para ellas, sobre todo si son novedosas, inciertas, ambiguas, conflictivas, difíciles, irresolubles, o que resultan dolorosas, desagradables, molestas, incómodas o poco gratificantes. Las propias manifestaciones del estrés (e.g. síntomas de ansiedad, menor energía,…), y sus efectos sobre la salud o el rendimiento, pueden ser potenciales estresores, no sólo mediante su presencia, sino también mediante la anticipación de su aparición. Folkman, Lazarus, Dunkel-Schettel, Delongis y Gruen (1986) y Lazarus y Folkman (1987) distinguen seis factores o fuentes potenciales de amenaza: (a) amenazas a la autoestima, (b) amenazas al bienestar de un ser querido, (c) no alcanzar una meta importante en el trabajo, (d) pérdida del respeto de otra persona, (e) dificultades económicas y (f) amenazas al propio bienestar. Por su parte, Crespo y Labrador (2001) , señalan la distinción de dos tipos de estresores:

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