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16 May 2012

Práctica deportiva, salud mental y dolor, en universitarios

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El cerebro no funciona independientemente de los hábitos, ni de las formas y sistema de vida (García, 2012), al igual que el resto del cuerpo (sistemas nervioso, muscular, óseo, circulatorio, etc.). De esta manera, como señalaba nuestro primer Premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, es la actividad de la persona lo que permite que el individuo, mediante hábitos, costumbres y prácticas culturales, esculpa su cerebro (Pérez, 2011), y también su cuerpo.

Autor(es):Francisca Fariña, Ramón Fernández-Cervantes, Antonio Souto y Mª José Vázquez
Facultad de Ciencias de la Educación y del Deporte (U. Vigo)

Congreso: IV Congreso Internacional de Ciencias del Deporte y la Educación Física. (VIII Seminario Nacional de Nutrición, Medicina y Rendimiento Deportivo)
Pontevedra, España, 10-12 Mayo 2012
ISBN: 978-84-939424-2-7
Palabras Clave: : Salud mental, práctica deportiva y dolor.

Práctica deportiva, salud mental y dolor, en universitarios

RESUMEN COMUNICACIÓN/PÓSTER

En este trabajo se estudia, en una muestra de universitarios, si la práctica deportiva media en la intensidad de dolor que perciben habitualmente y en la salud mental. Para ello se ha utilizado una muestra de 461 estudiantes universitarios (257 que practican deporte y 204 que no realizan ningún deporte), 138 son varones, de los cuales 112 practican deporte, y 323 son mujeres de las que 145 practican deporte), a los que se les aplicó un cuestionario creado ad hoc, en el que se le pedían datos sociodemográficos y se formulaban preguntas relacionadas con la actividad deportiva que realizaban; además cumplimentaron la escala de salud mental SCL-90-R y respondieron una Escala Visual Analógica del Dolor. Los datos señalan que existen diferencias significativas entre universitarios que practican deporte y aquellos que no lo practican en la salud mental, no encontrándose diferencias significativas en la intensidad percibida del dolor. En conclusión, los resultados avalan seguir profundizando en la investigación de la relación entre estas variables.

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Contenido disponible en el CD Colección Congresos nº21.

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Introducción

El cerebro no funciona independientemente de los hábitos, ni de las formas y sistema de vida (García, 2012), al igual que el resto del cuerpo (sistemas nervioso, muscular, óseo, circulatorio, etc.). De esta manera, como señalaba nuestro primer Premio Nobel, D. Santiago Ramón y Cajal, es la actividad de la persona lo que permite que el individuo, mediante hábitos, costumbres y prácticas culturales, esculpa su cerebro (Pérez, 2011), y también su cuerpo. Así, la actividad física y el deporte pueden mejorar el bienestar físico y psicológico (p.e., Dishman, 1994; Jiménez, Martínez, Miró y Sánchez, 2008; Souto y Fariña, 2010).

En esta línea,  la OMS recomendó que todas las personas deberían realizar, como mínimo, 30 minutos al día de actividad física; afirmando  que el sedentarismo  se encuentra entre los  diez principales factores de riesgo de mortalidad y discapacidad en el mundo, estando fuertemente relacionado con enfermedades cardiovasculares, diabetes, obesidad, hipertensión, osteoporosis, depresión, ansiedad, etc.). En la misma línea, diferentes autores han significado los beneficios del ejercicio físico y la práctica deportiva, tanto a nivel físico como psicoemocional (Jürgens, 2006; López-Cózar y Rebollo, 2002; Martínez Vizcaíno y Lozano, 1998; Pak-Kwong, 1995; Souto y Fariña, 2009). Si bien, mayoritariamente, la investigación científica sobre los efectos de la práctica deportiva se ha centrado en las repercusiones a nivel fisiológico (De Gracia y Marcó, 2000; Fariña, Souto y García, 2010), extendiéndose, posteriormente, a la salud física y mental (Dishman, 1994; Jiménez, Martínez, Miró y Sánchez, 2008), pero con mayor profusión a la salud física (Jiménez, Martínez, Miró y Sánchez, 2008, Fariña, Souto y García, 2010), y focalizándose, principalmente, en personas mayores.

Sin embargo, a nuestro entender, se muestra también de alto interés analizar el efecto del ejercicio físico y la práctica deportiva sobre la salud mental, debido al alto riesgo que la población mundial, en general, y la española,  en particular, presentan  de padecer este tipo de enfermedad, y al efecto protector que desempeña el ejercicio físico sobre el bienestar psicoemocional y la salud mental. No en vano, la Encuesta Nacional de Salud 2006 (Instituto Nacional de Estadística, 2006) señala que “el 21,3% de la población española de más de 16 años presenta riesgo de padecer mala salud mental. De manera más concreta, el 15,6% de los hombres y el 26,8% de las mujeres que se entrevistaron eran susceptibles de padecer algún problema o patología de salud mental, incrementándose el riesgo a medida que aumenta la edad.  Una de las enfermedades de salud mental de mayor presencia es la depresión, así el meta-análisis llevado a cabo por Mitchell, Vaze y Rao (2009), con 41 estudios, que implicaban a 50371 participantes de diferentes países,  informa que la prevalencia general  de depresión en los servicios de Atención Primaria era de 19,5%; igualmente, se encontró, acorde con los datos del estudio PREDICT, diferencias de prevalencia interpaíses.

En el estudio PREDICT, se ha hallado, específicamente, en cuanto al sexo masculino, que son los ciudadanos de Reino Unido los que, en mayor medida, padecen depresión con un 12,7%,  en cuanto a la género femenino, son las españolas con un 18% (Cano-Vindel, Martín, Wood,  Dongil, Latorre, 2012). De esta manera, se ha evidenciado que la depresión es un problema de salud importante en las sociedades modernas, mientras que, por otra parte, como señalan Palenzuela, Calvo y Avero, (1998) “existen indicios de que el ejercicio físico puede actuar como un mecanismo de freno o protección contra la depresión al afectar a un factor de vulnerabilidad a la depresión (la insatisfacción) y al desarrollo de la misma” (p. 37). En cuanto a esto último, los recientes hallazgos de Wichers et al. (2012) refuerzan dicha aseveración. Igualmente, otros estudios han encontrado que el ejercicio físico y el deporte reducen la depresión (Lawlor y Hopker, 2001; McDonald y Hodgdon, 1991) y disminuyen la reactividad al estrés y mejoran el afrontamiento del mismo (Crews y Landers, 1987; Holmes, 1993), rebajando los niveles de ansiedad (Akandere y Tekin, 2005; Berger y Owen, 1983; Garnier y Waysfeld., 1995; Petruzzello, Landers, Hatifield, Kubitz y Salazar, 1991).

Por otra parte, uno de los problemas osteomusculares de mayor relevancia en salud pública es el dolor, por su alta prevalencia en la población, con cifras que oscilan entre el 13,8 y el 63% cuando se analiza un período inferior a 1 mes; entre ellos, el dolor de cuello, de espalda y lumbar; siendo éstos los más frecuentes, con prevalencias de entre el 20 y el 30%, aproximadamente (Hillman Wright, Rajaratnam, Tennant, Chamberlain, 1996; Niño, Hernández, Orozco y Camargo, 2009; Raspe, Matthis, Croft, O’Neill, 2004). La práctica de ejercicio físico modula la percepción de dolor debido a la modificación de los diferentes neurotransmisores implicados en la generación, transmisión e interpretación de la señal dolorosa. Por el contrario, la inactividad física se asoció con mayor padecimiento de dolor osteomuscular de tipo crónico, en particular con dolor generalizado (Holt, Werpen, Zwart, y Hagen, 2008). Diversos estudios muestran que las personas que no practican deporte presentan menor tolerancia al dolor que los deportistas (Scott y Gijsbers, 1981; Tajet-Foxell y Rose, 1995).

No obstante,  cuando se trata de la actividad física que lleva a cabo un deportista profesional de alto rendimiento, puede tener efectos negativos en el sistema osteomuscular, igualmente que aquella realizada de forma  irregular (Cantón, 2001; Niño, Hernández, Orozco y Camargo, 2009; Steiner, McQuivey, Pavelski, Pitts y Kraemer, 2000). Los resultados obtenidos con muestras de estudiantes son inconsistentes; así, Camargo, Orozco, Hernández y Niño (2009) encuentran que  quienes realizan menos actividad física padecen más dolor; mientras que Mitchell, O’Sullivan, Smith, Burnett, Straker, Thornton (2009) obtienen lo contrario; por su parte,  Souto, Fariña y García (2010) hallaron que los universitarios que practican deporte informan de una menor intensidad del mismo, pero sin significación estadística.
Por todo lo expuesto, en este trabajo se analiza, en una muestra de universitarios,  si la práctica deportiva media en la intensidad de dolor que perciben habitualmente y en la salud  mental.

Método

Participantes

En este estudio se ha utilizado una muestra de 461 estudiantes universitarios (257 que practican deporte y 204 que no realizan ningún deporte), 138 son varones, de los cuales 112 practican deporte, y 323 son mujeres de las que 145 practican deporte).

Instrumentos y procedimiento

La selección de los participantes fue accidental, tomándose todos aquellos estudiantes que acudieron a la clase en el día de la evaluación y que quisieron participar de forma voluntaria. Quienes, en pases colectivos, cumplimentaron un cuestionario ad hoc, en el que se les pedía datos sociodemográficos y se formulaban preguntas  relacionadas con la actividad deportiva que realizaban; además cumplimentaron la escala de salud mental  SCL-90-R y respondieron  una Escala Visual Analógica del Dolor.

De este modo, para la evaluación del estado de salud mental recurrimos a la Lista de Comprobación de Síntomas 90-R/Symptom Check List 90-R (SCL-90-R) de Derogatis (1977, 2002). El SCL-90-R fue desarrollado para evaluar patrones de síntomas presentes en el individuo, y consta de 90 ítem en los que el sujeto informa de sus síntomas psicológicos, psiquiátricos y somáticos. La escala de respuestas es de cinco puntos: “nada” (0), “un poco” (1), “moderadamente” (2), “bastante” (3) y “muchísimo” (4). Este instrumento evalúa 9 dimensiones primarias:

Somatización. Esta dimensión, compuesta por 12 ítems, evalúa la presencia de malestar que la persona percibe relacionado con diferentes disfunciones corporales (e.g., cardiovasculares, gastrointestinales, respiratorios).

Obsesión-compulsión. Esta subescala engloba síntomas que están claramente identificados con el síndrome clínico del mismo nombre. En concreto, se focaliza en pensamientos, impulsos y acciones que son experimentados como imposibles de evitar o no deseados.

Sensibilidad interpersonal. Los nueve síntomas de esta dimensión detectan la presencia de sentimientos de inferioridad e inadecuación sobre todo cuando la persona se compara con los otros, hipersensibilidad a las opiniones y actitudes ajenas y, en general, incomodidad e inhibición en las relaciones interpersonales.

Depresión. La depresión se mide a través de 13 ítems que recogen signos y síntomas clínicos propios de los trastornos depresivos: estado de ánimo disfórico, falta de motivación, poca energía, sentimientos de desesperanza, ideas autodestructivas y otras manifestaciones cognitivas y somáticas características de los estados depresivos.

  1. Ansiedad. Los diez ítems de esta escala son los clásicamente referidos a las manifestaciones clínicas de la ansiedad, tanto en la generalizada como aguda (pánico), tales como nerviosismo, tensión, ataques de pánico y miedos. Además, también mide signos generales de tensión emocional y sus manifestaciones psicosomáticas.
  2. Hostilidad. Los seis ítems de esta dimensión aluden a pensamientos, sentimientos y conductas propios de estados de agresividad, ira, irritabilidad, rabia y resentimiento.
  3. Ansiedad fóbica. Los siete ítems de la ansiedad fóbica aluden a una respuesta persistente de miedo a personas concretas, lugares, objetos y situaciones que es, en sí misma, irracional y desproporcionada en cuanto al estímulo que la provoca
  4. Ideación paranoide. La sintomatología paranoide se aprecia mediante seis ítems que evalúan comportamientos paranoides fundamentalmente en cuanto a desórdenes del pensamiento, incluyendo características propias del pensamiento proyectivo tales como suspicacia, centralismo auto-referencial e ideación delirante, hostilidad, grandiosidad, miedo a la pérdida de autonomía y necesidad de control.
  5. Psicoticismo. Los diez síntomas que evalúan la dimensión psicótica están referidos a estados de soledad, estilo de vida esquizoide, alucinaciones y control de pensamiento. En la población general esta dimensión está más relacionada con sentimientos de alienación social que con psicosis clínicamente manifiesta.

La intensidad del dolor se midió mediante la Escala Visual Analógica del dolor. Ésta se distribuía entre los valores  0 a 10, donde 0 representaba la  ausencia de dolor y 10 el máximo dolor imaginable. Los participantes debían de señalar el grado de dolor que experimentaban habitualmente en su vida diaria.

Resultados

Los resultados (ver tabla 1) señalan que existen diferencias significativas entre universitarios que practican deporte y aquellos que no lo practican en la salud mental, concretamente en las dimensiones Obsesión-Compulsión, Susceptibilidad interpersonal y Depresión. Por el contrario, no se encontraron diferencias significativa, F(1, 459) = 1,233; ns,mediadas por la práctica deportiva (Ms 4,23 y 3.96, para los practicantes y no practicantes de deporte, respectivamente) en la intensidad de dolor que consideran que perciben habitualmente.

Tabla 1. Anovas salud mental para el factor práctica deportiva.

Tabla 1. Práctica deportiva, salud mental y dolor, en universitarios

Contenido disponible en el CD Colección Congresos nº 21

 

Discuión

Los hallazgos de este estudio permiten establecer una relación directa entre la práctica deportiva y la salud mental, concretamente con las dimensiones Depresión, Susceptibilidad interpersonal y Obsesión-Compulsión.

La literatura científica, tal y como ya hemos indicado previamente, señala que el ejercicio físico y la práctica deportiva tiene efectos positivos sobre la depresión (Lawlor y Hopker, 2001; McDonald y Hodgdon, 1991, Wichers et al., 2012), e incluso, en el estudio de  Palenzuela, Calvo y Avero, (1998) en el que no se encontró que el ejercicio físico  redujera el nivel de depresión, los autores concluyeron  que había  indicios de que  pudiera actuar como un mecanismo de freno o protección contra la depresión. Igualmente, Wichers et al. (2012) han obtenido, con población clínica, que el ejerció físico mejora, a corto plazo, el estado  depresivo. Sin embargo, las dimensiones Susceptibilidad Interpersonal y Obsesión-Compulsión se encuentran menos estudiadas, lo que otorga mayor relevancia a estos resultados.

En cuanto al dolor, los resultados encontrados, igual que Souto, Fariña y García (2010), no evidencian diferencias significativas entre los participantes que realizan deporte y aquellos que no practican, aunque contrariamente a estos autores, en este estudio los primeros informan de mayor percepción de dolor que los segundos, en línea con lo hallado por Mitchell, O’Sullivan, Smith, Burnett, Straker, Thornton (2009), y contrariamente a lo alcanzado por a Camargo, Orozco, Hernández y Niño (2009). Cabe pensar, que la inconsistencia en los estudios se pueda deber a variables mediadoras, tales como el tipo de deporte practicado y las demandas físicas que este exige y el riego de lesiones.

De esta manera,  los resultados de esta investigación sugieren seguir trabajando en este ámbito, si bien  con una  mayor operativización de las variables. Como señalan Camargo, Orozco, Hernández y Niño (2009) es importante estudiar  el dolor en jóvenes, porque la manifestación  de éste a  edad temprana  puede ser un predictor de dolor crónico en la edad adulta.

Para finalizar, afirmar que, pese a la debilidad señalada del estudio, los datos permiten concluir que el ejercicio físico y la práctica deportiva mejora el estado de salud mental; si bien para poder llevar a cabo afirmaciones más categóricas y concretas se requiere seguir profundizando en el estudio de la relación de estas variables.

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