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14 May 2012

Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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Contenido disponible en el CD Colección Congresos nº21.

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La obesidad es un fenómeno multifacético. Se reconoce por las autoridades médicas, en particular por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como una epidemia. Sus consecuencias pueden ser dramáticas para la salud, pudiendo implicar una muerte prematura. Sus relaciones con los factores socioeconómicos, psicológicos y medioambientales presentan también consecuencias que no se pueden descuidar.

Autor(es): Francisco Ruiz Juan* y Maurice Piéron**
Entidades(es): *Universidad de Murcia (España) – **Universidad de Lieja (Bélgica)
Congreso: IV Congreso Internacional de Ciencias del Deporte y la Educación Física. (VIII Seminario Nacional de Nutrición, Medicina y Rendimiento Deportivo)
Pontevedra, España, 10-12 Mayo 2012
ISBN: 978-84-939424-2-7
Palabras Clave:

Sedentarismo y obesidad en población adulta

1. Introducción

La obesidad es un fenómeno multifacético. Se reconoce por las autoridades médicas, en particular por la Organización Mundial de la Salud (OMS), como una epidemia. Sus consecuencias pueden ser dramáticas para la salud, pudiendo implicar una muerte prematura. Sus relaciones con los factores socioeconómicos, psicológicos y medioambientales presentan también consecuencias que no se pueden descuidar. La obesidad y el sobrepeso se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud.Trataremos sucintamente de estos distintos aspectos en esta introducción.
La obesidad, entendida como un exceso de grasa corporal, es una “enfermedad crónica” considerada por la OMS como la epidemia “no infecciosa” del siglo XXI. Cuando se trata de la obesidad se puede, sin gran riesgo de error, hablar de globalización. La prevalencia de la obesidad y el sobrepeso sigue incrementándose de manera alarmante en todo el mundo, tanto en los países desarrollados como subdesarrollados. callurl(“http://www.buenasalud.com/lib/ShowDoc.cfm?LibDocID=3698&ReturnCatID=1901”);StartAdv2(); Pero, la epidemia alcanza niveles muy altos en muchos países industrializados. La OMS reconoció que la obesidad representaba una amenaza muy seria sobre la salud de la población (WHO, 1998) que afecta a jóvenes y adultos.
En 1995, un Comité de expertos de la OMS dio una definición internacional de la obesidad del adulto. Un grupo de expertos, también reunido por la OMS, redactó un informe titulado “Obesidad: prevención y gestión de la epidemia global”, que constata que “la frecuencia actual del sobrepeso y la obesidad es tal que sustituyen progresivamente a los problemas más tradicionales de Salud Pública, como la desnutrición y las enfermedades infecciosas, entre los factores más significativos de alteración del estado de salud” (WHO, 1998).
El aumento de la obesidad varía de un país a otro ya que no en todos se alcanza de manera idéntica. Datos recogidos en un análisis de la literatura epidemiológica evidencian niveles muy distintos de aumento durante estos últimos años según sean unos países u otros (Flegal, 1999; Flegal, Carroll, Ogden & Johnson, 2002).
En este capítulo sobre la obesidad, recurriremos muy frecuentemente a la literatura de países “anglosajones” y, más concretamente, a los EE.UU. y Gran Bretaña por varias razones:

  1. La prevalencia del sobrepeso y de la obesidad es muy elevada. Por lo tanto, creó una muy fuerte preocupación sobre las relaciones entre la obesidad y la salud. La obesidad se asocia a varias enfermedades (co-morbilidades) que son la consecuencia. El problema apareció, claramente, en varias investigaciones nacionales sobre las prácticas de vida.
  2. Esta preocupación ha suscitado investigaciones de muy de alta calidad desde hace algunas décadas. Las metodologías de investigación pueden constituir una fuente de inspiración para otros investigadores.
  3. Los países del sur de Europa, en particular España, presentan prevalencias de obesidad en continuo aumento. Siguen la estela de los EE.UU. y de Gran Bretaña en las vías trazadas hacia esta epidemia.
  4. La prevalencia de la obesidad de los jóvenes españoles es también muy preocupante. Los estudios de “seguimiento (tracking)” indican, claramente, que existe una estrecha relación entre la obesidad durante la infancia y la adolescencia que va a continuarse cuando el sujeto se convierte en adulto. España figura entre los países de más fuerte prevalencia de obesidad en los jóvenes de 15 años, como lo indica la investigación internacional del HBSC. Los resultados de nuestra investigación en los adolescentes escolarizados presentan una excelente coherencia con los resultados del HBSC (ver capítulo 14 del libro “Actividad físico-deportiva y salud. Análisis de los determinantes de la práctica en alumnos de Enseñanza Secundaria”, 2009).

1.1. Relación con la salud

La obesidad es una enfermedad crónica, epidémica, prevenible y de alto costo, caracterizada por una acumulación anormal o excesiva de la grasa corporal. Está enfermedad es considerada por la OMS como la segunda causa de muerte prevenible, después del consumo de tabaco. La obesidad constituye un factor importante que contribuye a la enfermedad. Sus relaciones se conocen cada vez mejor con los problemas cardíacos, la diabetes de tipo dos,…. (Bouchard, 2000; Bouchard & Blair, 1999; Bray, 1990).
El sobrepeso y la obesidad tienen graves consecuencias para la salud. El riesgo aumenta, progresivamente, a medida que lo hace el IMC, al aumentar el riesgo de una persona a padecer enfermedades y muerte súbita. La obesidad es un importante factor de riesgo de enfermedades crónicas, tales como: (a) las enfermedades cardiovasculares (b) la diabetes, que se ha transformado rápidamente en una epidemia mundial; (c) las enfermedades del aparato locomotor, y en particular la artrosis; y (d) algunos cánceres, como los de endometrio, mama y colon. Hay que destacar que la obesidad infantil se asocia a una mayor probabilidad de muerte prematura y discapacidad en la edad adulta. Estos trastornos o enfermedades (co-morbilidades) se agravan con la severidad de la obesidad y mejoran, casi siempre, cuando la obesidad es tratada de forma adecuada.
Actualmente, se admite que la obesidad constituye una patología multifactorial y que los determinantes de la obesidad son numerosos. Aunque los factores genéticos determinan la susceptibilidad al aumento del peso, no se admite este factor como rotundo determinante para el aumento de la obesidad en las poblaciones.
El aumento de la obesidad, observado durante estas últimas décadas, ha ocurrido sobre un período demasiado breve de tiempo para que sea el producto de cambios de carácter genético (Crawford & Ball, 2002). Sin embargo, habida cuenta de su ritmo actual de desarrollo, poco compatible con hipótesis según las cuales el peso de la genética sería preponderante, los especialistas de esta patología consideran los factores medioambientales y comportamentales como determinantes en su etiología (Basdevant, Le Barzic & Guy-Grand, 1993; Hill & Peters, 1998).
Los argumentos científicos más fuertes que se refieren a los aspectos médicos de la obesidad, proceden del análisis epidemiológico de las relaciones estadísticas entre obesidad y morbosidad y, sobre todo, entre obesidad y mortalidad de origen cardiovascular. Esta relación toma la forma de una curva en U en las mujeres y en J en los hombres. La mortalidad aumenta, a la vez, con IMC bajos (delgadez) y elevados (sobrepeso y obesidad). Habría pues valores del IMC incluidos entre 18,5 y 25 que se califican de ideal, dónde los riesgos de salud son los más escasos. Sin embargo, el estado de los conocimientos actual no permite aún entender, completamente, la parte de lo que los especialistas en epidemiología designan como “factores que confunden”, es decir, factores asociados capaces de actuar simultáneamente con la obesidad como: el tabaquismo, el alcoholismo y el sedentarismo.

Varios autores calcularon su incidencia sobre la duración de vida (Baik et al., 2000; Calle, Thun, Petrelli, Rodríguez & Heath, 1999; Fontaine, Redden, Wang, Westfall, & Allison, 2003; Jeffreys, McCarron, Gunnell, McEwen & Smith, 2003; Lee, Blair & Jackson, 1999). Muchos estudios que examinan los efectos de la obesidad sobre la mortalidad prematura tienen en cuenta simplemente la adiposidad. No hacen referencia a los riesgos relativos a otros factores. Habitualmente, el índice de obesidad está acompañado por una serie de otras variables incluidas en el análisis. Lo mismo sucede para el examen del efecto de la actividad física sobre la mortalidad después de haber controlado la obesidad. Obviamente, esto vuelve difícil definir los efectos independientes de la actividad física y la obesidad (Katzmarzyk, Janssen & Ardern, 2003). Estos autores constataron que la adiposidad se asociaba a un riesgo más elevado de mortalidad, independientemente de la actividad física. En el otro sentido, la actividad física se asocia, de manera independiente, a la obesidad. En una perspectiva de salud pública, estos autores recomiendan ser físicamente activo manteniendo, al mismo tiempo, un peso normal.

1.2. Etiología

Prentice y Jebb (1995) examinaron el origen de la obesidad en el Reino Unido. Estos autores concluyen que los estilos de vida sedentaria son al menos tan importantes como las modificaciones del modo de vida alimentario en el desarrollo de la obesidad.
Las causas del exceso de peso en los adultos son multifactoriales. La obesidad se instala sobre la base de una interacción compleja de factores genéticos y del comportamiento. Se previeron varios factores de riesgos de orígenes comportamentales: una alimentación de alta densidad energética, elevado consumos de bebidas azucaradas, las cantidades introducidas, los patrones alimentarios, las fuertes proporciones de comportamientos sedentarios y los bajos niveles de actividad física (Rennie, Johnson & Jebb, 2005).
La causa fundamental de la obesidad y el sobrepeso es un desequilibrio entre el ingreso y el gasto de calorías. Su aumento es atribuible a: (1) la modificación mundial de la dieta, con una tendencia al aumento de la ingesta de alimentos hipercalóricos, ricos en grasas y azúcares, pero con escasas vitaminas, minerales y otros micronutrientes; y (2) la tendencia a la disminución de la actividad física debido a la naturaleza más sedentaria de muchos trabajos, a los cambios en los medios de transporte y a la creciente urbanización.

1.3. Aspectos socioeconómicos y medioambientales

En las sociedades desarrolladas, el vínculo entre la obesidad y los estatus socioeconómicos puede ser explicado por los modos de vida susceptibles de determinar varios factores importantes de la toma de peso, como las prácticas alimentarías o la actividad física. En las sociedades modernas, los gastos energéticos de las personas bajaron considerablemente. Las causas son la calefacción y la climatización de los locales de vivienda, el desarrollo de los medios de transporte individual o colectivo, las formas de la actividad profesional. En paralelo a esta reducción del gasto energético, los consumos alimentarios, que habrían disminuido, pero, sin embargo, en una medida menor.
Evoluciones medioambientales son, por lo tanto, causa del aumento del sobrepeso y de la obesidad. Prentice y Jebb (1999) pusieron de manifiesto que modificaciones del IMC ocurrían al mismo tiempo que cambios del medio ambiente personal, como la compra de una televisión o de un coche. Generalmente, estos cambios causan un aumento de la inactividad física.
En los adultos, los comportamientos relacionados con la alimentación y la actividad física varían según la edad, el sexo, el estatus económico y el grado de instrucción (Rennie et al., 2005).

1.4. Actividad física

Como otros autores, Stofan, DiPietro, Davis, Kohl III y Blair (1998) concluyen que existe numerosas evidencias de la existencia de riesgos más elevados de enfermedades cardiovasculares y mortalidad prematura en los sujetos sedentarios y de menos buena condición física (fitness). Ekelund et al. (1988), Lee, Hsieh y Paffenbarger (1995), Paffenbarger, Hyde, Wing y Hseih (1986), Paffenbarger et al. (1993), indican que estos riesgos pueden reducirse con mejoras de la condición cardiovascular o con una subida del nivel de actividad física. En efecto, incluso una actividad física de insuficiente intensidad para garantizar una muy buena condición física cardiaca puede, sin embargo, resultar beneficiosa sobre la salud (Blair et al., 1996; Blair et al., 1995; Haskell, Montoye & Orenstein, 1985; Pate et al., 1995). Los datos de Stofan et al. (1998) soportan la afirmación que un estilo de vida sedentario representa uno de los factores, el más importante, que contribuyen a una muerte precoz. Sus resultados sugieren que se asocian algunos niveles modestos de actividad física a grados moderados de condiciones cardiovasculares, que se traducen en una reducción sustancial del riesgo de mortalidad precoz.
Varias observaciones ponen de relieve una relación opuesta entre la actividad física y la obesidad. En la prevención del aumento del peso por la actividad física, el patrón de relación edad-peso corporal evidenció un aumento de la prevalencia del peso corporal durante las últimas décadas.
La hipótesis de que los sujetos, que se caracterizan por un elevado gasto energético, tomarían menos peso con el tiempo, que las que tienen un gasto energético menor, no es absolutamente constatable, si atendemos a los resultados de las investigaciones científicas. Observaciones que se ponen de manifiesto en hombres que describen realizar una práctica, casi diaria de 45 a 60 minutos, y que tomarían menos pesos que los sujetos menos activos (Di Pietro, 1999).
Actualmente, los autores de las recomendaciones relativas a la actividad física en los adultos, preconizan que es mejor suponer que la cantidad específica de actividades físicas que contribuyen a prevenir una ganancia de peso es diferente según cada persona. No obstante, en general, más actividades físicas aumentarían la probabilidad de un éxito del mantenimiento del peso (Haskell et al., 2007). También existen recomendaciones específicas referidas al grupo de los sujetos mayores de 65 años (Nelson et al., 2007).
Aunque la actividad física puede reducir la subida del peso, no constituye necesariamente una prevención de este aumento o una acción que favorece la pérdida de peso (Mulvihill, Quigley & Health Development Agency, 2003). El peso aumenta con la edad, incluso en los más activos y los que poseen una excelente condición física. No obstante, este aumento puede ser reducido por la actividad física. Se constató que la actividad física regular ejerce, sobre todo, efectos positivos sobre las co-morbilidades, particularmente en la mujeres mayores (Hu et al., 2004).
Un grupo de expertos organizado por el ACSM, dedicado a la prevención de la obesidad, concluyó que la dieta combinada con el ejercicio producía más beneficios que la sola dieta en el mantenimiento de una pérdida de peso. Esta conclusión es consolidada por análisis correlaciónales que indican, de manera muy coherente, que la actividad física se asocia mucho a un mantenimiento a largo plazo de la pérdida de peso.
En las sociedades desarrolladas, el estatus social influye también sobre la actividad física. Si la actividad vinculada con el trabajo disminuyó considerablemente, la de los ocios se desarrolló de manera socialmente muy diferenciada. Sujetos al modelo de estética corporal de esbeltez, los hombres y, más aún las mujeres de las clases sociales medias y superiores, practican de una manera más intensa que las de otras clases sociales los deportes y las actividades físicas.

2. Método

2.1. Participantes

Se presenta un estudio de carácter transversal. Se ha llevado a cabo entre los meses de febrero y mayo de 2007, en las provincias de Almería (509.111 habitantes), Granada (728.168 habitantes) y Murcia (1.094.426 habitantes) escogiéndose las personas mayores de 15 años. Los datos de la población fueron facilitados por el INE (Instituto Nacional de Estadística). Para asegurar que la muestra era representativa de las tres provincias (error ±3%, intervalo de confianza 95,5%), se empleó un diseño de muestreo polietápico estratificado por afijación proporcional y por conglomerados. Se tuvo en cuenta, el tamaño de la población (más de 50.000 habitantes, de 20.001 a 50.000 habitantes, de 10.001 a 20.000 habitantes, de 5.001 a 10.000 habitantes, de 2.001 a 5.000 habitantes y menos de 2.001 habitantes), municipios, distritos y secciones censales (determinados para su identificación, según codificación numérica). Igualmente, la distribución de la población por sexo (varones y mujeres) y edad (grupos quinquenales) en cada municipio.
La muestra fue de 3.373 personas de ambos sexos (1.685 varones=50% y 1.688 mujeres=50%) pertenecientes a las provincias de Almería (1100 personas; 555 varones y 545 mujeres), Granada (1104 personas; 554 varones y 550 mujeres) y Murcia (1169 personas; 576 varones y 593 mujeres). El rango de edad estuvo comprendido entre los 16 y 96 años (M=43,01; DT=19,05). Los componentes de la muestra dieron su consentimiento para participar en el estudio.

2.2. Instrumentos

Para obtener los datos se empleó la técnica de la encuesta, que permite extrapolar los resultados al total de la población adulta. Se utilizó un cuestionario ad hoc denominado “Hábitos físico- deportivos y estilos de vida” al que se le pasaron las correspondientes pruebas de validez de contenido y constructo (juicio de expertos en la materia y psicometría) (Ruiz, García & Piéron, 2010). Se realizaron cuatro estudios piloto con el fin de probar si el contenido de preguntas, terminología y vocabulario eran comprendidas por los entrevistados.
En este cuestionario se recogen datos de talla y peso que, sin ser extremadamente precisos, permiten, sin embargo, la determinación del IMC. El «índice de masa corporal» (IMC; el peso en kilogramos dividido por el cuadrado de la talla en metros, kg/m2) es una indicación simple de la relación entre el peso y la talla que se utiliza, frecuentemente, para identificar el sobrepeso y la obesidad en los adultos. La forma de calcularlo no varía en función del sexo ni de la edad, en la población adulta. No obstante, debe considerarse como una guía aproximativa. Para determinar la clasificación de los diferentes grupos de población, en base a los valores del IMC, nos hemos basado en los datos de la OMS para cada grupo de edad y sexo.
Para el presente capítulo se han seleccionado cuatro categorías de personas en relación al IMC: (1) los que tienen un peso bajo (2) peso normal (3) sobrepeso y (4) los obesos. Realizamos las comparaciones siguientes según:

  • El sexo.
  • La edad: cuatro categorías, 15-29 años (adultos jóvenes), 30-44 años (adultos de edad mediana), 45-59 años (adultos de edad mediana) y más de 60 años (adultos mayores).
  • El nivel de estudios: sin estudios, primarios, secundarios y universitarios.
  • La implicación o no en actividad física de tiempo libre: práctica regular, abandono y nunca haber practicado.
  • El índice global actividad física: diferenciando, por una parte, los que realizan una ligera o insuficiente actividad, los que la llevan a cabo de forma moderada y los que muestran una actividad intensa o vigorosa.
  • Factores psicológicos, las percepciones de salud, condición física, apariencia, competencia y ser activo y/o sedentario.

2.3. Procedimiento

El cuestionario fue autoadministrado a través de entrevista personal, con consenso y adiestramiento previo de los encuestadores, el propio entrevistador tomó nota de las respuestas que dio la persona entrevistada, realizándose éstas en la propia vivienda del encuestado, que fueron seleccionados por rutas aleatorias. Todos los componentes de la muestra fueron informados del objetivo del estudio, de la voluntariedad, absoluta confidencialidad de las respuestas y manejo de los datos, que no había respuestas correctas o incorrectas y solicitándoles que contestaran con la máxima sinceridad y honestidad. Este trabajo posee informe favorable de la Comisión de Bioética de la Universidad de Murcia.

2.4. Análisis estadísticos de los datos

Se utilizó el paquete estadístico SPSS (17.0) para realizar el análisis descriptivo, inferencial (prueba Chi-cuadrado).

3. Resultados

3.1. Prevalencia del sobrepeso y de la obesidad en relación con factores socio-demográficos

3.1.1. El sexo y la edad

Las personas de peso normal tienen un IMC variando de 18,5 hasta 24.9. El IMC de 25 hasta 29.9 corresponde al sobrepeso, teniendo, las personas de este grupo, un factor de riesgo para su salud. Los obesos se caracterizan por un IMC superior a 30, siendo el riesgo para la salud evidente para estas personas, particularmente, los que tienen un IMC superior a 35.

Imagen 1. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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Los perfiles de evolución según la edad, del conjunto de las personas con exceso de peso, presentan numerosas analogías en las tres provincias (figura 1). La prevalencia de esta agrupación aumenta, regularmente con la edad, hasta el grupo de los de 45 a 59 años. Más allá de los 60 años, se constata una ligera disminución en las provincias de Granada y Murcia.
La proporción de las mujeres que figuran en la agrupación de las personas en exceso de peso, es inferior a la de los hombres, excepto en los grupos mayores de 60 años de las provincias de Granada y Murcia.
En las tres provincias, la prevalencia de obesidad aumenta muy rápidamente, desde valores cercanos al 5%, en el grupo de 15 a 29 años, hasta alcanzar valores entre el 30% y el 35%, en los sujetos que superan los 60 años (figura 2). Se aprecia que, a lo largo de la evolución, las mujeres presentan un prevalencia de obesidad menor que la de los hombres, excepto en adultos mayores de 60 años, donde esta prevalencia es ligeramente superior en las mujeres de las provincias de Almería y Murcia.

Imagen 2. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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3.1.2. El nivel de estudios

Las proporciones más elevadas de sujetos con peso normal se encuentran en los que poseen estudios secundarios y universitarios (figura 3). No existen diferencias significativas cuando se comparan sus perfiles. Se constata un aumento regular de la proporción de personas con peso normal, pasando de las categorías de personas que no tienen estudios ningunos hasta los universitarios. Los porcentajes de obesos disminuyen, regularmente, a medida que el nivel de los estudios realizados aumenta.

Imagen 3. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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3.2. Relación del IMC con los comportamientos de actividad física

En las tres provincias, se puede generalizar la observación hecha en los adultos de peso normal. La proporción de los que certifican practicar regularmente actividades físico-deportivas de tiempo libre, representa entre el 55%, cerca del 70% en los hombres y, aproximadamente, el 40% en las mujeres. Cuando el peso es normal, los que nunca han practicado representan alrededor del 15% de los sujetos en cada provincia. En las mujeres con sobrepeso, la proporción de las que nunca han participado en actividades físico-deportivas de ocio sigue siendo superior a las que abandonaron. En los obesos, la proporción de los inactivos varía en torno al 70% en los hombres, mientras que, en las mujeres, se sitúa alrededor del 75%. La figura 4 ilustra la situación en la provincia de Almería

Imagen 4. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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En las tres provincias, se constata un aumento regular con la edad y el nivel del IMC en la proporción de adultos que nunca han practicado una actividad física de ocio y una disminución, igualmente regular, de la proporción de los que indican que practican regularmente. La figura 5, relativa a la provincia de Almería, ilustra claramente estas evoluciones que pueden generalizarse para las tres provincias. La proporción de los inactivos es particularmente alta en los adultos mayores, el 80% en las personas de peso normal y el 90% en los obesos. Existe una convergencia de estos resultados en las tres provincias.

Imagen 5. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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Figura 5. Comparación de los porcentajes de personas de pesos normales y obesos, según la edad y el comportamiento en relación con la actividad física, en la provincia de Almería.

3.3. Edad e IMC en relación con el nivel de práctica

En las tres provincias, en los sujetos de peso normal, la práctica de intensidad moderada-intensa prevalece sobre la práctica de nivel insuficiente y ligero, tanto en los hombres como en las mujeres (figura 6). Lo mismo sucede en los adultos en sobrepeso, a excepción de las mujeres de la provincia de Almería. En los obesos, el nivel de la práctica insuficiente representa del 30% al 40% en los hombres y del 45% al 60% en las mujeres.

La práctica de nivel moderado se escalona del 35% (Murcia) a más del 50% (Almería y Granada) en los hombres, y del 30% (Almería) al 50% (Granada y Murcia) en las mujeres. Por otra parte, las proporciones de práctica intensa se revelan superiores en los hombres (del 15% al 20%) en comparación con las mujeres (del 5% al 15%). Generalmente, la participación de nivel intenso de los hombres sobrepasa al de las mujeres, en todos los niveles del IMC. No obstante, sigue siendo inferior a la de las otras intensidades en todas las categorías de IMC.

Imagen 6. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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Figura 6. Comparación de los porcentajes de personas con pesos normales y obesos, según la edad y los niveles de práctica, en relación con la actividad física en la provincia de Almería.

3.3. IMC en relación con varias percepciones

De una manera extremadamente clara, las percepciones más favorables de salud, condición física, competencia, apariencia y de sentirse activo o sedentario se distribuyen según una jerarquía, que van del peso normal hacia la obesidad, pasando por un nivel intermedio en las personas en sobrepeso. Esta comprobación se observa en las tres provincias y, por lo tanto, puede generalizarse al conjunto de nuestras muestras (figura 7).

Imagen 7. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

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Figura 7. Comparación de varias percepciones en relación con las categorías del IMC en la provincia de Granada.

4. Discusión

La discusión tratará, sucesivamente, de las recomendaciones en cuanto a salud, de las variaciones de prevalencia en función de factores sociodemográficos -sexo, edad, y nivel estudios realizados- de varias percepciones y de las relaciones con la práctica de actividades físicas de tiempo libre.

4.1. Recomendaciones

Nos parece útil acordarnos de las recomendaciones destinadas a los adultos. Son útiles en la discusión cuando se tienen en cuenta los efectos de la actividad física sobre la salud. Se refieren, principalmente, a los dos grupos de sujetos de 30 a 44 años y de 45 a 65 años (Haskell et al., 2007). Son completadas por recomendaciones específicas destinadas a las personas mayores de 65 años (Nelson et al., 2007). Esta utilidad se aplica a las distintas categorías de peso que establecimos tomando como base el índice de masa corporal (IMC).

4.2. Relaciones con factores socio-demográficos

4.2.1. Prevalencia (sexo y edad)

La prevalencia posee una importancia que es necesario no descuidar. Pone de relieve el carácter casi universal de la epidemia de obesidad, su gravedad, por el número o el porcentaje de sujetos afectados. La prevalencia de grupos de sujetos clasificados por edad, sexo u otro criterio tiene un interés incuestionable. Comparando con las recomendaciones en cuanto a la salud, permiten la definición de grupos de riesgos. Autoriza comparaciones nacionales e internacionales que merezcan suscitar una reflexión sobre la evolución de la obesidad y la inactividad física. Daremos ejemplos en España, en Dinamarca (un país nórdico de la Unión Europea que tiene de la reputación de una alta cultura deportiva bien establecida) y en los Estados Unidos (un país muy avanzado en la investigación sobre la obesidad y también con un fuerte crecimiento de ésta en el país y sobre el carácter epidémico afirmado que existe en él).
De una manera muy general, puesto que en el estudio paneuropeo no se distinguen las edades de los sujetos, los españoles figuran en el grupo de cabeza de las personas en exceso de peso. Un 33% de las personas se clasifican en el grupo de sobrepesados y 11% entre los obesos, lo que representa un total del 44% presentando este factor de riesgo para la salud. Sólo los alemanes y los griegos presentaban porcentajes más elevados que los españoles.
Gutiérrez-Fisac, Banegas Banegas, Artalejo y Regidor (2000), analizaron la tendencia de la prevalencia de la obesidad (IMC > 30) y del exceso de peso (IMC incluido entre 27 y 29,9), sobre un período de 10 años, en españoles de 25-64 años. Los sujetos, 14.676 hombres y 7.004 mujeres, constituían una muestra representativa de la población española adulta. Entre 1987 y 1995/97, la prevalencia del exceso de peso aumentó un 2,2% (p<.01). El aumento fue más fuerte en los hombres (3,8%, p<.01) que en las mujeres (0.6%, p=.05). Es en el grupo de edad de entre 25 y 34 años en el que la prevalencia del exceso de peso se constató más en los hombres (5,2%, p=.01) y en las mujeres (2,3%, p=.05). Durante el mismo período, la prevalencia de la obesidad aumentó de un 3,9% (p=.01), 4.6% en los hombres (p=.01) y el 3,2% en las mujeres (p=.01). Los aumentos más fuertes se notaron en los hombres de 45-54 años (6,5%, p=.01) y en las mujeres de 25-34 años (2,2%, p=.05). Hay de recordar que en el periodo de adultez media es muy peligrosa la muerte prematura en los inactivos y obesos (Adams et al., 2006).
La prevalencia de la obesidad aumenta en todo el mundo. Datos publicados sobre el desarrollo de la obesidad en los adultos daneses se basan, principalmente, en la información sobre el peso corporal y la altura informado por la persona. 1.940 hombres y 1.844 mujeres, nacidos en 1922, 1932, 1942 y 1952, participaron en una primera investigación en 1982. Se incluyó un total de 808 hombres y 816 mujeres, nacidos en 1932, 1942, 1952 y 1962, en una segunda investigación en 1992. La prevalencia de obesidad (IMC > 30) aumentó aproximadamente del 10% al 13%, en los hombres, y del 9% al 11%, en las mujeres (p = 0.03) (Heitmann, et al., 2000). El aumento más pronunciado se constató en los grupos de los más jóvenes. Por ello, la prevalencia de los adultos de 30 años aumentó del 3,1% al 7,8%, en las mujeres (p = 0.06) y del 5% al 9,4%, en los hombres (p = 0.045), siempre con esta divergencia de 10 años (Heitmann et al., 2000).
En los EE.UU., en los hombres, la prevalencia de la obesidad aumentó significativamente entre 1999-2000 (27.5%) y 2003-2004 (31,1%). En las mujeres, no se observó crecimiento significativo en la obesidad entre 1999-2000 (33,4%) y 2003-2004 (33,2%). En los adultos de 20 a 39 años, el 28,5% eran obesos, mientras que el 36,8% de los adultos de 40 a 59 años y el 31% de los adultos mayores de 60 años eran obesos en 2003-2004 (Ogden et al., 2006).
Así pues, en los EE.UU., la prevalencia de sobrepeso en los niños y los adolescentes, así como la obesidad en los hombres, aumentó significativamente durante el período de seis años que iban desde 1999 hasta 2004. En las mujeres, no se observó ningún aumento de la prevalencia de la obesidad. Estas evaluaciones se basaron en un período de seis años y sugieren que los aumentos del peso corporal siguen en los hombres, en los niños y en los adolescentes. Por otro lado, pueden estabilizarse en las mujeres (Ogden et al., 2006).

4.2.2. Comparación según el sexo

En los EE.UU., datos recientes de 2005 indican que un 50,7% de los hombres responderían a las recomendaciones del CDC/ACSM, así como un 47,9% de las mujeres. La evolución es bastante paralela en los hombres y las mujeres de 1990 a 2005. Igualmente, del 25% al 30% de las personas declaraban no efectuar actividades físicas durante tiempo libre. El porcentaje de inactivos es siempre superior en las mujeres, a lo largo del período reseñado(Haskell et al, 2007).
Existía una disminución regular de las prevalencias respecto a las recomendaciones, cuando se pasa de grupos de 15 a 24 años (cerca del 60%) al menos de 40% en las personas de 65 años. Calle et al. (1999) constataban que un IMC elevado permite una predicción fiable de la muerte por enfermedad cardiovascular, especialmente en los hombres (riesgo relativo igual a 2,90).

A partir de los resultados relatados por los sujetos, el exceso de peso (IMC > 25) y la inactividad (no respetar las recomendaciones actuales de los adultos) son responsables de 31% de las muertes prematuras, 59% de las muertes prematuras debido a enfermedades cardiovasculares y 21% de muertes debidas al cáncer en las mujeres no fumadoras (Hu et al., 2004).
A medida que la prevalencia de la obesidad crece en los EE.UU., la preocupación sobre la asociación del peso corporal con la mortalidad excesiva aumenta también. El peso insuficiente y la obesidad, en particular los niveles de fuerte obesidad, se asoció a la mayor mortalidad en comparación con la categoría de peso normal. El impacto de la obesidad sobre la mortalidad pudo haber disminuido con el tiempo, probablemente debido a las mejoras de la Salud Pública y a los cuidados médicos. Estos resultados son compatibles a los aumentos de la esperanza de vida en los EE.UU. y a las tasas de mortalidad de baja de la enfermedad cardiaca (Flegal, Graubard, Williamson & Gail, 2005). No obstante, existen indicaciones bastante recientes indicando un retroceso posible de la esperanza de vida, en particular, tras la prevalencia cada vez más fuerte de la diabetes.
La edad constituye un factor que importa cuando se determina, del IMC, el sobrepeso y la obesidad sobre datos de peso y altura a partir de la información proporcionada por las propias personas. A partir de una muestra compuesta de 7.772 hombres y de 8.801 mujeres mayores de 20 años, Kuczmarski, Kuczmarski y Najjar (2001) constataron algunas diferencias significativas del error medio, entre las respuestas y los datos registrados, para la altura y el IMC. Este último era mayor, en particular, para grupos de edad más avanzada. A pesar de la elevada correlación entre los datos medidos y los informados por el individuo, la prevalencia del exceso de peso calculado a partir de los valores medidos era más fuerte que los valores informados por el individuo, en los adultos más viejos. El IMC era de una unidad menos, en comparación con el valor obtenido sobre la base de datos medidos, en particular, en las personas de más de 70 años.

La prevalencia de la obesidad en los EE.UU. ha aumentado considerablemente estas últimas décadas. Gregg et al. (2005) examinaron las tendencias en relación con la evolución de los factores de riesgo de CVD, desde hace 40 años, en grupos de adultos de 20 hasta 74 años, clasificados según el IMC. Estos autores constataron que, la prevalencia de todos los factores de riesgo, excepto la diabetes, disminuyó con el paso del tiempo en todas las clases del IMC, encontrándose las más fuertes reducciones entre los sujetos en exceso de peso. No obstante, aunque las personas obesas tengan siempre niveles de factores de riesgos más elevados que las personas delgadas, estos niveles están claramente más bajos que durante las décadas anteriores.
La prevalencia del sobrepeso y la obesidad aumentó en los EE.UU. entre 1978 y 1991. Informes más recientes sugirieron que estos aumentos seguirán produciéndose. Sin embargo, estos últimos se basan en datos informados por las propias personas, procediendo de una investigación, referente a una muestra de 4.115 hombres y mujeres adultas, representativa de la población de los EE.UU. Los aumentos de la prevalencia de la obesidad y del sobrepeso observados anteriormente quedaron constatados. La prevalencia de la obesidad, ajustada con la edad, pasó del 22,9% (1988-1994) al 30,5% (1999-2000). La prevalencia del sobrepeso ha subido también, de manera significativa, durante este período pasando del 55,9% hasta el 64,5%.

A medida que la prevalencia de la obesidad crece en los EE.UU., la preocupación sobre la asociación del peso con la mortalidad prematura aumentó también. El peso insuficiente y la obesidad, en particular los niveles de fuerte obesidad, se asociaron a una mortalidad aumentada que pudo haber disminuido con el tiempo, probablemente, debido a las mejoras de la Salud Pública y a los cuidados médicos. Estos resultados son compatibles con los aumentos de la esperanza de vida en los EE.UU. y a las bajas tasas de mortalidad de la enfermedad cardíaca isquémica (Flegal et al., 2005). No obstante, existen indicaciones bastante recientes indicando un retroceso posible de la esperanza de vida, en particular, tras la prevalencia cada vez más fuerte de la diabetes.
En un estudio longitudinal de una duración de 24 años, llevada a cabo en mujeres adultas, Hu et al. (2004) constatan un notable aumento de la mortalidad, con elevados valores del IMC (p>.001). Niveles elevados de actividad física aparecían como beneficiosos en todas las etapas de la obesidad, no obstante, sin eliminar el más fuerte riesgo de muerte asociado a ésta. Comparado a mujeres cuyos IMC es inferior a 25 y que además son activas (más de 3 horas, 30 semanas de actividad física ajustadas a las recomendaciones en relación con salud), el riesgo relativo de mortalidad era igual a 1,55 en las mujeres delgadas e inactivas, 1,91 en las mujeres obesas (los IMC superiores a 30, pero activas) y a 2,42 en las obesas inactivas (Hu et al., 2004).
Calle et al. (1999) concluyeron que el riesgo de muerte por causa de enfermedad cardiovascular, cáncer, o de otras enfermedades, aumenta en toda la gama de sobrepeso y obesidad, tanto en hombres y como en mujeres en todos los grupos de edad. Estos autores realizaron este estudio prospectivo sobre los efectos de la edad, de la raza, el sexo, el estado de tabaquismo y de la historia de la enfermedad, sobre la relación entre el IMC y la mortalidad. Se refirió a más de 1 millón de adultos en los Estados Unidos (457.785 hombres y 588.369 mujeres) y sobre más de 200.000 muertes durante un seguimiento de 14 años. Los valores ideales del IMC en relación con la mortalidad corresponden a un índice situado entre valores de 23,5 a 24,9 en los hombres y de 22,0 a 23,4 en las mujeres. Entre sujetos que presentan un IMC entre los más elevados, los hombres blancos y las mujeres corren un riesgo relativo de muerte de 2,58 y de 2,00, respectivamente, con relación a los cuyos IMC se situaba entre 23,5 y 24,9.

4.2.3. Nivel de estudios

Según el grado de la instrucción, la prevalencia del exceso de peso aumentó significativamente en los hombres con menos de 12 años de educación (4.7%, p<.01). La obesidad aumentó el 4,6% (p<.01) y el 4,9% (p<.01) en los hombres y mujeres con menos de 12 años de educación (Gutiérrez-Fisac et al., 2000).
Las diferencias puestas de relieve de la disminución de la prevalencia de exceso de peso, según el nivel de los estudios alcanzado, corresponden mucho con los resultados globales del estudio paneuropeo, en el cual, en cada grupo de edad en cuestión la prevalencia de sobrepeso y obesidad disminuye, pasando de las personas que realizaban estudios primarios, a continuación secundarios y por fin superiores.
En 1992, el 8% de los hombres con más de 12 años de instrucción figuraban entre los obesos si lo comparamos con el 3%, 10 años antes (p= .045). En las mujeres con más de 12 de instrucción no existía ninguna diferencia. En el grupo de menos de 7 años de estudios, la proporción de mujeres obesas aumentó del 12,8% al 19,8% (p=.02) y los hombres obesos del 15% al 21,2% (p=.048), siempre con una divergencia de tiempo de 10 años (Heitmann et al., 2000).
Constatamos que la obesidad disminuía con el nivel de los estudios realizados. La evolución es paralela a la de la actividad física. Estos resultados están de acuerdo con datos recogidos sobre una muestra representativa de la población de España. Sobal y Stunkard (1989) realizaron un metanálisis con 144 estudios que trataban de las relaciones entre obesidad y estatus socioeconómico. Este metanálisis incluye investigaciones referentes a la vez de poblaciones occidentales (Norteamérica, Europa, Nueva Zelanda) y poblaciones de sociedades en desarrollo. En las sociedades desarrolladas, sobre 54 estudios reuniendo datos relativos a las mujeres, se constata una muy fuerte constancia de un vínculo opuesto entre la obesidad y el estatus social (46 estudios contra uno solo, presentando un vínculo directo y 7 con ausencia de vínculo).
Se observa que la obesidad afecta, en gran medida, a las mujeres de la parte baja de la escala social y que está en fuerte desarrollo en los hombres de estos mismos grupos sociales. Ahora bien, estas categorías presentan, por otra parte, las tasas de mortalidad más importantes de la escala social. La sociología de la salud puso de manifiesto que, una parte de la explicación de ésta sobre mortalidad, se producía por la gran diferencia de accesibilidad de los cuidados (Drulhe, 1996).

4.3. Actividad física

Manson et al. (1999) examinaron las asociaciones entre los resultados de la actividad física total, de marcha y ejercicio intenso, y la incidencia de los accidentes coronarios en más de 72.000 enfermeras femeninas de 40 a 65 años. Durante un seguimiento de ocho años, estos autores detectaron un índice 645 casos de infarto del miocardio no mortal o de muerte a raíz de una enfermedad coronaria. Los sujetos se distribuyeron en 5 grupos de 20% en un 20%, según su gasto energético expresado en equivalentes metabólico (METs). Los riesgos aumentaban significativamente (p<.001) pasando de los niveles de actividad más bajos hacia los más altos. Las mujeres del grupo más bajo que son activas (equivalente a tres horas o más por semana a un ritmo vivo) presentaban un riesgo relativode 0.65 con relación a las que sólo practicaban raramente. Los autores pudieron concluir con una fuerte asociación opuesta entre la actividad física y el riesgo de accidentes coronarios.
Nos parece útil recordar las recomendaciones destinadas a los adultos. Son útiles en la discusión cuando se tienen en cuenta los efectos de la actividad física sobre la salud. Se refieren, principalmente, a los dos grupos de sujetos de 30 a 44 años y de 45 a 65 años (Haskell et al., 2007). Estas son completadas por recomendaciones específicas destinadas a las personas mayores de 65 años (Nelson et al., 2007). Esta utilidad se aplica a las distintas categorías de peso que establecimos tomando como base el índice de masa corporal (IMC).
La definición de los riesgos para la salud y de los peligros funcionales de un modo de vida sedentario, condujo a numerosos grupos de consenso a emitir recomendaciones de Salud Pública relacionada con la actividad física. En un informe de síntesis, Blair, LaMonte y Nichaman (2004) examinaron la evolución de las recomendaciones de actividad física, discutieron las razones de las diferencias entre las recomendaciones y proporcionaron una versión de síntesis con el fin de armonizar las diferencias existentes. Actualmente en los adultos, son de 30 minutos de actividad de intensidad a moderada cada día. Esto proporciona los beneficios sustanciales de salud en los adultos sedentarios. Esta dosis de ejercicio puede ser insuficiente para impedir una ganancia de peso perjudicial para personas que pueden tener necesidad de ejercicio adicional o de restricción calórica para reducir, en la medida de lo posible, la probabilidad de una ganancia de peso suplementaria. Las personas que realizan ya 30 minutos de ejercicio de intensidad moderada al día pueden obtener beneficios adicionales sobre la salud si ellas se ejercitan aún más (Blair et al., 2004)
Después de una revisión de literatura especializada, Brooks, Otero, Rand, Flatt & Caballero (2004) constataron que la mayoría de los adultos (66%) que mantenían un IMC dentro del margen establecido (de 18.5 a 25 kg/m2), en relación favorable con la salud, practicaban el equivalente de 60 minutos de actividad física de intensidad moderada cada día. Por lo tanto, estos datos basados en la técnica especialmente precisa y fiable del agua doblemente marcada y los resultados de estudios epidemiológicos, condujeron a la recomendación de una actividad física diaria de 60 minutos en los adultos. Una actividad física adecuada asegura, por una parte, la protección contra enfermedades crónicas y, por otra, parte contribuye a equilibrar el gasto energético y “la entrada”.
En las personas que se declararon ser activas, el análisis del nivel de actividad física permite determinar las que alcanzan realmente un umbral de actividad física que corresponde a las recomendaciones relacionadas con la salud. Efectuamos un análisis de las diferencias entre las categorías de IMC a dos niveles:

  1. Según las respuestas directas a una cuestión que implica tres posibilidades de respuesta (nunca, abandono, práctica) que permiten una distribución en personas inactivas y las que se declaran activas.
  2. En estas últimas, otros elementos de respuesta se refieren a la frecuencia, a la duración y a la intensidad de su compromiso. Permiten hacer la distinción entre los que respetan las recomendaciones relativas a la actividad física y los que no las hacen, declarando al mismo tiempo que son activas.

Las tres categorías de sujetos considerados, peso normal, sobrepeso y obesos se distinguen por su distribución en dos grupos según su comportamiento determinado por sus respuestas al cuestionario, en inactivos (aquéllos nunca han practicado y abandonados) y activos, es decir, los que declararon una práctica habitual de actividades físicas. Conviene analizar estos comportamientos según las categorías del IMC.
En los sujetos de peso normal, proporciones cada vez más fuertes de personas se clasifican entre los inactivos, cerca del 40% en los jóvenes adultos hasta más del 80% en los adultos mayores. Su peso no los coloca con riesgo para las consecuencias del sobrepeso y la obesidad. Sin embargo, no se benefician ciertamente de los beneficios que para la salud se obtiene de la actividad física. El sedentarismo representa su riesgo principal. En nuestras muestras representativas, el riesgo de sedentarismo es superior en las mujeres que en los hombres. Las diferencias entre hombres y mujeres se reducen con la edad, para convertirse en no significativas en el grupo de los adultos mayores.
La situación es claramente más grave, o incluso más dramática, en los que están en exceso de peso. En estos últimos, un 50% (jóvenes adultos) y cerca del 90% (adultos mayores) se sitúan bajo el umbral de las recomendaciones que acabamos de citar. El riesgo de sedentarismo se acumula con el de la obesidad.

4.4. Nivel de práctica de las actividades físicas

En el análisis de la actividad en los adolescentes, pusimos de relieve que todos los que declaraban practicar actividad física, no lo hacían de una manera suficiente, es decir, lo suficientemente intensa como para generar beneficios presentes y futuros sobre la salud. Algunas respuestas pueden darse por “políticamente correctas”, respondiendo a una presión social relacionada con la actividad física (Piéron & Ruiz Juan, 2010; Ruiz Juan & Piéron, 2010). La comparación de los niveles de intensidad de práctica permite acercar mejor la realidad, teniendo en cuenta otros elementos de respuestas de los sujetos, en particular, la frecuencia, la intensidad y la duración de las actividades físicas realizadas.
Cuando se refiere a los efectos de las actividades físicas sobre la salud, se debe preguntarse cuál es el nivel de intensidad que conviene realizar, especialmente en personas en riesgo debido a su sedentarismo o su obesidad. Las recomendaciones difieren según el objetivo: cardíaco, de condición física u obesidad. Un problema en los adultos mayores está incluido en la su movilidad. Ésta disminuye con la edad. Aquí también las recomendaciones de actividades físicas pueden ser útiles. La cuestión de la intensidad de la práctica es bastante delicada. Por una parte, las percepciones de fuerte intensidad del ejercicio y los esfuerzos para efectuarla figuran entre los correlatos negativos de la participación identificados por Trost, Owen, Bauman, Sallis y Brown (2002) en su revisión de la literatura. No obstante, Focht, Knapp, Gavin, Raedeke y Hickner (2007) constataron efectos beneficiosos de ejercicios intensos bien controlados en adultos mayores
En los adultos de peso normal que declaran practicar una actividad física, del 30% al 40-50% no alcanzan el límite recomendado, aunque este considera la actividad de intensidad moderada como beneficiario. Será necesario reducir aún la proporción de personas que se beneficiarán de la prevención del riesgo cardiovascular y garantizarán un mantenimiento del peso dentro de los límites de un IMC que corresponderá al peso normal. Se puede esperar que, del 50 al 70% de los que declaran practicar, lo hagan de tal modo que obtengan un beneficio para la salud.
Las consecuencias de la obesidad se refieren a numerosos aspectos de la salud y de la vida diaria de los que la sufren. Se conocen bien los efectos sobre el sistema cardiovascular y sobre la mortalidad prematura. Estos fueron ya desarrollados en el capítulo 1 del presente libro.
En cuanto a la obesidad, los análisis de la literatura y las conclusiones informadas por Blair et al. (2004) y Brooks et al. (2004) nos enseñan que las recomendaciones difieren bastante de lo que se prevale para la prevención principalmente de los riesgos cardiovasculares. Estos autores han concluido, después de una amplia revisión de diferentes estudios de la literatura internacional, que para mantener el peso perdido después de haber padecido obesidad es necesario realizar el doble de actividad física que la recomendada para obtener beneficios cardiovasculares.
Dos aspectos de la obesidad deben tenerse en cuenta: la cantidad de grasa total y la grasa abdominal y visceral. Por lo que se refiere a la grasa total, el examen de la evidencia disponible sugirió distribuir en dos categorías basadas en la duración de los estudios, evaluando la utilidad de la actividad física en la reducción de obesidad. El análisis de la literatura efectuada por Ross & Janssen (2001) indica también que aunque la actividad física está asociada a la reducción de grasa abdominal y visceral, no existía aún evidencias suficientes para determinar una relación de dosis-respuesta.
En estudios correlaciónales sobre grandes muestras y estudios longitudinales, los investigadores informan uniformemente de que medidas de las funciones motrices en adultos mayores están vinculadas a los sentimientos del bienestar. Los que prosiguen una actividad física describen también niveles más elevados de bienestar y funciones motrices. Los resultados más coherentes (consistentes) destacaban que, a largo plazo, la actividad física permitía retrasar la incapacidad y de mantener la vida independiente en los ancianos. Incluso en los que sufren de enfermedad crónica, la participación sistemática en las actividades físicas mejora la función motriz (Spirduso & Cronin, 2001).

5. Consecuencias prácticas y conclusiones

Es interesante conocer las prevalencias y las relaciones de la obesidad con varios tipos de factores. El conocimiento adquirido en este ámbito pone de manifiesto claramente que se no se puede simplemente detenerse y de hacer comprobaciones pesimistas. Es urgente y crucial desarrollar estrategias de intervención y aplicar los más eficaces. Existen varias investigaciones que ponen de relieve que un escaso aumento de actividad física ya actúa sobre los co-morbididades de la obesidad. No obstante, la sola actividad física no puede reducir la obesidad a menos que sea de larga duración e intensa. Será necesario pues guardarse presentar la educación física en los jóvenes y la actividad física en los adultos como una clave capaz de solucionar solamente los problemas de reducción del peso.
Existe una evidencia clara que la actividad física, incluida la marcha, presenta ventajas sustanciales para la salud. La marcha como forma de actividad física favorable a la salud comenzó a retener la atención en los años 90 tras las nuevas recomendaciones que destacan los efectos positivos de la actividad física de intensidad moderada. La puesta en evidencia de los beneficios de la marcha para la salud procede en gran parte de los estudios epidemiológicos. La marcha constituye un comportamiento simple de salud que puede reducir unas enfermedades crónicas y reducir los costes crecientes de asistencia sanitaria (Lee & Buchner, 2008). La marcha es una forma importante de actividad física para los adultos como lo indica una investigación paneuropea sobre los ocios (European Commission Directorate-General for Employment, Industrial Relations and Social Affairs, 1999). Es practicada por personas de todas las edades y en todo el mundo. Forma parte de la vida, y reúne cada vez más evidencias indicando que desempeña un papel esencial para una buena salud.
En numerosos inactivos en exceso de peso, la marcha ya constituye un primer paso hacia la actividad física con sus efectos beneficiosos (Lee & Buchner, 2008). Es accesible a todos excepto en algunos casos de obesidad extrema o a problemas agudos de movilidad. Actúa de manera favorable sobre los co-morbididades y los problemas de mortalidad prematura.
La prevalencia de obesidad, con todas las implicaciones de la enfermedad y los beneficios que se pueden esperar de las actividades físicas, querría que la mayoría de las personas obesas intenten responder a las recomendaciones en relación con la salud. Obviamente, esta respuesta debe ser progresiva sobre todo en los inactivos y también en los que efectúan sus actividades físicas pero con frecuencias, duraciones e intensidades insuficientes para beneficiarse plenamente. Es cierto que la marcha puede constituir el primer paso hacia la aplicación de una actividad física. Es accesible por una inmensa mayoría de los adultos mismos los que son viejos.

Manson et al. (1999) examinaron las asociaciones entre los resultados de la actividad física total, de marcha, y ejercicio intenso y la incidencia de los accidentes coronarias en a más de 72.000 enfermeras femeninas de 40 a 65 años. Durante un seguimiento de ocho años, estos autores pusieron un índice 645 casos de infarto del miocardio no mortal o de muerte a raíz de una enfermedad coronaria). Los sujetos se distribuyeron en 5 grupos de 20% en un 20% según su gasto energético expresado en equivalentes metabólico (METs). Los riesgos aumentaban significativamente (p<.001) pasando de los niveles de actividad hacia los más altos. Las mujeres del grupo que van la equivalente más bajos las tres horas o más por semana a un ritmo vivo, presentaban un riesgo relativo de 0.65 con relación a las que sólo fueron raramente. Los autores pudieron concluir a una fuerte asociación opuesta entre la actividad física y el riesgo de accidentes coronarias.
La Organización Mundial de la Salud, a raíz de estudios japoneses lanzó el valor de 10.000 pasos que debe efectuar por día. Este valor fue reanudado y difundido por numerosos medios de comunicación. Si puede corresponder a una realidad en niños y adolescentes activos, nos parece muy poco realista en los adultos especialmente los inactivos. Según Hatano (1997) citado por Tudor-Locke (2002), 10.000 pasos al día corresponden a un gasto energético de 300 a 400 kcal/día. Según Tudor-Locke (2002) este valor representa el doble de la que el informe del “Surgeon general” de los EE.UU. indicaba como que obtenía un beneficio para la salud (U.S. Department of Health and Human Services, 1996).
10.000 pasos al día representan manifiestamente un valor irrealista cuando se consideran las personas sedentarias y los obesos. Este valor representa de dos a tres veces lo que gastan muy numerosas personas en un día. Al colocar tal objetivo, está claro que se va directamente al fracaso y al abandono para los que necesitan más de la actividad física. Varios autores estimaron en 3100 – 4000, el número de pasos realizados en marcha de intensidad moderada de una duración de 30 minutos (Welk et al., 2000; Wilde, Sidman & Corbin, 2001).

Las prevalencias indican, claramente, la necesidad urgente aumentar el nivel de actividad física en la gran mayoría de las tres categorías de sujetos: peso normal, sobrepeso y obesos. La actividad física regular genera beneficios a todos aquellos que se adhieren de manera regular. La marcha representa la práctica más accesible. Recurrimos a algunos estudios que ponen de manifiesto que ya produce beneficios apreciables en los que necesitan más movimiento, los inactivos, los mayores y los obesos. Desde una perspectiva de promoción de la marcha, el objetivo de realizar 10.000 pasos al día merece toda nuestra atención. Analizaremos su significado, los informes relacionados con las recomendaciones en cuanto a Salud Pública y las posibilidades de aplicación. El podómetro, un instrumento simple, permite considerar, de manera relativamente fiable, la medida de la actividad realizada en la marcha y la obtención de los objetivos del practicante. Sus medidas constituyen un factor de motivación y un medio de control de los objetivos.
Es interesante conocer las prevalencias y las relaciones de la obesidad con varios tipos de factores. El conocimiento adquirido, en este ámbito, pone claramente de manifiesto que no es posible simplemente detenerse y hacer comprobaciones pesimistas. Es urgente y crucial desarrollar estrategias de intervención y aplicar los más eficaces. Existen varias investigaciones que ponen de relieve que un escaso aumento de actividad física ya actúa sobre los co-morbididades de la obesidad. No obstante, la sola actividad física no puede reducir la obesidad, a menos que sea de larga duración e intensidad. Es necesario considerar que hay que presentar la educación física en los jóvenes y la actividad física en los adultos como una clave capaz de solucionar los problemas de reducción del peso.
El conocimiento adquirido, a partir de las prevalencias y relaciones de la obesidad con la actividad física practicada y distintas características sociodemográficas y psicológicas, exige una acción urgente y enérgica para mejorar una situación epidémica. En cada edad, un porcentaje importante de las personas interrogadas presenta uno, o incluso los dos factores de riesgos que previmos directamente. Es también posible que un tercero e incluso un cuarto factor se añadan. Por ello, es necesario considerar los resultados relativos al alcohol y a la alimentación que se tratan en otros capítulos.
¿Qué hacer? Es cierto que es necesario actuar y obtener una actividad suplementaria, mantener o reducir la obesidad en los adultos y, sobre todo, beneficiarse de los efectos favorables de la actividad física.
La marcha constituye una actividad, en gran medida, accesible y cuyos efectos son beneficiosos:

  • Sus efectos son confirmados por datos de investigación sobre la mortalidad relacionada con la actividad física y la obesidad.
  • Por resultados de investigaciones sobre los efectos de la actividad física sobre la obesidad y sus co-morbididades.

Existe una evidencia clara de que la actividad física, incluida la marcha, presenta ventajas sustanciales para la salud. La marcha, como forma de actividad física favorable para la salud, comenzó a atraer la atención en los años 90, tras las nuevas recomendaciones que destacan los efectos positivos de la actividad física de intensidad moderada. La puesta en evidencia de los beneficios de la marcha para la salud procede, en gran parte, de los estudios epidemiológicos. La marcha constituye un comportamiento simple de salud que puede reducir unas enfermedades crónicas y reducir los costes crecientes de asistencia sanitaria (Lee & Buchner, 2008). La marcha es una forma importante de actividad física para los adultos, como lo indica una investigación paneuropea sobre los ocios (European Commission Directorate-General for Employment, Industrial Relations and Social Affairs, 1999). Es practicada por personas de todas las edades y en todo el mundo. Forma parte de la vida y reúne cada vez más evidencias, indicando que desempeña un papel esencial para una buena salud.
El análisis de Sesso, Paffenbarger & Lee Min (2000), en el marco de “Harvard Alumni Health Study”, distinguió varias categorías en hombres, los que realizan aproximadamente de 3 a 6 millas (de 5 a 10 km por semana) se caracterizaban por un riesgo de enfermedades cardiovasculares del 13% menor que los que no alcanzaban esta cantidad de marcha. Con mayores distancias, el riesgo permanecía del mismo orden de magnitud.
En las mujeres, Lee, Rexrode, Cook, Manson & Buring (2001) observaron una relación opuesta entre el tiempo de actividad física de ocio y el riesgo de desarrollo de enfermedades cardíacas. Incluso, en mujeres que sólo iban de una a dos horas por semana, el tipo de las enfermedades cardiovasculares sólo alcanzaba, aproximadamente, la mitad del de las personas que no iban, todo ello después de haber tenido en cuenta los otros factores que pueden interferir en las relaciones.
La marcha tiene algunas características muy interesantes. El estudio paneuropeo (European Commission Directorate-General for Employment, Industrial Relations and Social Affairs, 1999) y encuestas en los EE.UU. (Eyler, Brownson, Bacak & Housemann, 2003). indican que es la actividad que más eligen los adultos, ya que requiere poco equipamiento, puede realizarse solo, con un compañero o con un grupo grande de amigos. Del mismo modo, la preferencia para realizar marcha aumenta con la edad (Eyler et al., 2003). Igualmente, es también eficaz para la prevención de caídas y fracturas producidas en ellas. Es considerada como una modalidad terapéutica de una cierta importancia, que puede contribuir a la reducción de los costos de salud y puede proporcionar también beneficios indirectos (Lee & Buchner, 2008).
En relación con la marcha, es bastante usual manejar la cifra de los 10.000 pasos al día. El podómetro constituye un material simple y accesible para medir los pasos realizados diariamente. Su utilización en la marcha suministra posibilid ades deconocer su estado actual e individualizado. Es fácil de utilizar y su coste moderado, alrededor de 10 €. A partir de los datos proporcionados por el podómetro, la persona puede fijarse objetivos que puede lograr bastante rápidamente y encontrar allí un éxito que constituye un elemento excelente de motivación. Un valor de 10.000 pasos/día parece ser una evaluación razonable de la actividad diaria para que los adultos puedan tener una buena salud (Tudor-Locke & Myers, 2001). Welk et al. (2000) constataron que, un 73% de participantes que informaron efectuar como mínimo 30 minutos de actividad moderada cualquier día específico de los últimos 7 días, realizaron también al menos 10.000 pasos en un mismo día. Los participantes de este estudio eran jóvenes (edad media 29 años) y de un centro de investigaciones sobre la actividad física. Esto explica valores más elevados que los normales para el número de pasos/día. En comparación, Wilde et al. (2001) informaron de que, incluso con una marcha controlada de 30 minutos, solamente del 38% al 50% de las mujeres alcanzaban los 10.000 pasos en un único día.
La recomendación de acumular 10.000 pasos a lo largo del día presenta muchas ventajas. Es simple, fácil de acordarse y proporciona a personas un objetivo concreto para aumentar su actividad. Por otra parte, con el objetivo de un número determinado de pasos diario, la recomendación se centra sobre el comportamiento (y no sobre el coste metabólico del comportamiento) y que se pueda aplicar a los individuos de todas dimensiones corporales.
Sin embargo, recientemente, estudios longitudinales en mujeres sedentarias, demostraron beneficios para la salud con el aumento hasta a 10.000 pasos/día. Las intervenciones mostraron una mejora de los resultados importantes en la salud, con un incremento de 4.300 pasos /día sobre la línea de base, pero también con aproximadamente 2.500 pasos /día sobre la línea de base (Sugiura et al., 2002)

La ausencia de consenso persiste sobre la definición del número de pasos que se corresponden con el sedentarismo. Según Bernstein, Morabia & Sloutskis (1999), el sedentarismo se determina tradicionalmente según los niveles comparativamente bajos del gasto energético total, del tiempo o la distancia de marcha, del número de escaleras subidas, y/o de la falta de participación informada por la persona en actividades de ocio intensas, incluidos deportes y el ejercicio (Bernstein et al., 1999).
Las recomendaciones de Salud Pública recomiendan un mínimo de 30 minutos de actividad física de intensidad moderada, la mayoría de los días de la semana y si es posible cada día. Welk et al. (2000) han extrapolado el número pasos efectuados en una marcha de 30 minutos (aproximadamente 3.800 a 4.000 pasos). Mujeres sedentarias con buena salud registraron aproximadamente 3.100 pasos durante una marcha de 30 minutos en un paseo no supervisado (intensidad no informada) incluidos en día típico de actividad (Wilde et al., 2001). Los adultos mayores y con buena salud (edad 59-80 años), los pasos que efectuaron en 30 minutos de marcha continua fue de 3.411 ± 577 pasos, en programa de grupo (lo que pudo haber influido sobre el ritmo de la marcha) (Tudor-Locke et al., 2002).
La evidencia sugiere que el objetivo de 10.000 pasos/día podría ser inalcanzable para varios grupos de adultos, en particular los mayores, que sufren de enfermedades crónicas y los obesos. Típicamente, estas personas realizan una media comprendida entre 3.500 y 5.500 pasos /día (Tudor-Locke & Myers, 2001), por lo que se los clasifica como sedentarios, según el índice de sedentario de estilo de vida propuesto por Tudor-Locke y Bassett 2004 (ver tabla 1). En un estudio de Tudor-Locke et al. (2002), adultos mayores con buena salud, sólo realizaron una media de 6.559± 2.956 pasos/día a pesar de participar 2 ó 3 veces por semana en una clase estructurada de ejercicio, además de la marcha informal frecuente para ser activo. Así pues, un objetivo de 10.000 pasos/día podría ser inadecuado para este grupo, aunque puedan existir notables excepciones.
Sólo disponemos de poca información sobre la viabilidad a largo plazo del 10.000 pasos/día. Iwane et al. (2000) informaron de experiencias destinadas a favorecer un programa de marcha de 10.000 pasos/día en obreros de manufacturas. De 730 voluntarios al principio del estudio, 306 prosiguieron después de 4 semanas, y sólo 83 persistían después de 12 semanas, lo que representa un porcentaje de abandono del 89%.
Tenemos una preocupación, en relación con la utilización de los 10.000 pasos al día, y es la de emplear el día como objetivo universal. Ya que este valor es demasiado bajo para niños y adolescentes, particularmente para los obesos, si se quiere orientar a esta grupo en la lucha contra la obesidad.
A partir de datos de investigación, Tudor-Locke y Bassett (2004) han realizado un propuesta de clasificación de la actividad física saludable en adultos. Se puede utilizar esta clasificación como medio de motivación o de evaluación para las conductas de los sujetos (tabla 1).

Tabla 1. Sobrepeso, obesidad y sedentarismo en adolescentes. Intervención para invertir la tendencia.

Contenido disponible en el CD Colección Congresos nº 21

 

6. Agradecimientos

El contenido de este artículo es el resultado del subproyecto “Factores determinantes para la práctica físico-deportiva y asociaciones probabilísticas entre variables físico-deportivas y de salud. Tipologías de estilos de vida de la población adulta y detección de poblaciones con riesgo para la salud” (DEP2005-00231-C03-02/ACTI) de la Universidad de Almería. Forma parte del proyecto coordinado “Hábitos físico-deportivos y de salud. Estilos de vida en jóvenes y adultos”, subvencionado por el Ministerio de Educación y Ciencia dentro del Plan Nacional de I+D+I (2004-2007) Acción Estratégica: “Deporte y Actividad Física” Práctica de la Actividad Física y el Deporte.

 

 

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