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19 Jun 2012

La fatiga aguda en el fútbol

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La recuperación es entendida como una función de la fatiga por lo que determinar la solicitación de los distintos sistemas implicados supondría el primer paso lógico hacia la gestión del proceso de recuperación específico de una modalidad deportiva.

Autor(es): Ezequiel Rey Eiras
Entidades(es): Universidade de Vigo
Congreso: II Congreso Internacional de Ciencias del Deporte
Pontevedra 2008
ISBN:9788461235186
Palabras claves: fatiga aguda, fútbol, rendimiento.

La fatiga aguda en el fútbol

RESUMEN COMUNICACIÓN

La recuperación es entendida como una función de la fatiga por lo que determinar la solicitación de los distintos sistemas implicados supondría el primer paso lógico hacia la gestión del proceso de recuperación específico de una modalidad deportiva. Esta revisión de la literatura científica tiene por objetivo describir los diversos indicadores empleados para categorizar la fatiga aguda en el fútbol que provoca el deterioro del rendimiento del jugador durante y después de la competición. Para ello se ha recopilado la evidencia empírica de diversos marcadores constatándose entre otros una disminución en el rendimiento condicional en la parte final de los encuentros, deterioro de la función muscular de los grupos musculares del tren inferior así como la depleción local de sustratos energéticos.

1. INTRODUCCIÓN

El problema de la recuperación, como un proceso dinámico de regeneración y reconstrucción psicobiosocial, está directamente vinculado con el efecto inmediato y acumulativo de las influencias del entrenamiento y la competición, es decir, la magnitud y el carácter de la fatiga que se desarrollan como resultado del trabajo efectuado son factores básicos que influyen sobre los mecanismos y procesos de recuperación (Zhelyazkoz, 2001). Dicho de otro modo, la recuperación es entendida como una función de la fatiga, lo que posibilita la capacidad de trabajo del sistema funcional como magnitud variable, constituyendo dicha relación entre la fatiga y la regeneración condicionantes del nivel de rendimiento actual del deportista (Schnabel, Harre, y Borde, 1994), por lo que determinar la solicitación de los distintos sistemas implicados supondría el primer paso lógico hacia la gestión del proceso de recuperación específico de una modalidad deportiva (Bompa, 1994).

Las características y demandas de la disciplina deportiva se convierten en factores decisivos en la tipificación de los cuadros de fatiga predominantes y en la selección de una estrategia adecuada para la gestión del balance estrés-recuperación. Desde esta perspectiva Norris y Smith (2002) introducen el concepto de frecuencia de rendimiento, en donde la frecuencia competitiva y los momentos en los que deberían de alcanzarse los picos de máximo rendimiento, determinado por los objetivos y el calendario competitivo, se alzan como aspectos clave en la categorización de la modalidad deportiva en referencia a la gestión de dicho balance. El fútbol, como juego deportivo colectivo, en el que se suceden microsecuencias de entrenamiento, competición y recuperación a lo largo de una semana, dinámica que se repite en los aproximadamente diez meses que dura el macrociclo competitivo estaría encuadrado dentro de las actividades de rendimiento de media densidad, que son aquellas modalidades que tienen un calendario competitivo que se dilata a lo largo de prácticamente un año (Norris y Smith, 2002). La frecuencia competitiva en el fútbol es de un partido cada 4.3 días, incluyendo el tiempo de desplazamiento. Según estos autores, el hecho de jugar dos o tres partidos por semana hace a menudo muy complicada la consecución de una recuperación psicobiosocial completa, sumiendo al deportista en cuadros de fatiga aguda e incluso subaguda, asociados a descensos del rendimiento en épocas de gran densidad (Bangsbo, 1994b; Brady, Maile, y Ewing, 1994; Rebelo y Soares, 1998), incrementándose el riesgo de sobreentrenamiento de corta duración que puede llegar a comprometer la forma deportiva llevando al futbolista a adentrarse en una espiral de bajo rendimiento (Lehmann, Foster, Gastmann, Keizer, y Steinaker, 1999; Parry-Billings, Matthews, Newsholme, Budgett, y Koutedakis, 1993; Suay, 2003).

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2. DEFINICIÓN Y TIPOS DE FATIGA

Bonete y Suay (2003) definen el concepto de fatiga como la disminución de la capacidad funcional de un sistema por sobresolicitación. Dicha disminución puede deberse a múltiples y diversas causas: la disminución de las reservas energéticas, la acumulación de sustancias intermedias y terminales del metabolismo, alteraciones hidroeléctricas, inhibición del nivel de determinadas hormonas, cambios en los órganos de la célula muscular, o procesos inhibidores a nivel del sistema nervioso central y en la regulación de los distintos sistemas orgánicos (Zintl, 1991). Siguiendo a Platonov (2001) las causas que condicionan la aparición de la fatiga pueden ser agrupadas en cinco grupos principales: fisiológico, psicológico, médico, material-técnico y deportivo-pedagógico. Con el objetivo de atender a la diversidad en las respuestas generadas por los cuadros de fatiga y dar una idea sobre la naturaleza, límites y magnitud de las reacciones del organismo ante este estado-proceso, se han establecido diferentes taxonomías siguiendo varios criterios; en función del lugar de aparición y estructuras afectadas (Green, 1987), en función del tiempo (Fernández y Diego, 1992) o duración del estado de fatiga y en función del carácter (Zhelyazkoz, 2001). Desde una concepción analítica y ciertamente simplificada del proceso, basada en los modelos lineares-catastróficos de la fatiga (Edwards, 1983), que postulan que el ejercicio termina cuando los límites bioquímicos o fisiológicos del organismo son excedidos causando un fallo en la homeostasis intracelular, ésta es clasificada según el lugar de aparición en central y periférica, de acuerdo al punto del proceso excitación-contracción-relajación alterado en la producción de fuerza esperada o requerida (Green, 1987), reflejado en la respuesta electromiográfica ante ambos tipos de fatiga (St.Clair Gibson y Noakes, 2004).

Otro de los criterios taxonómicos empleado es la duración del estado de fatiga. A pesar de tratarse de un proceso continuo, este criterio de clasificación puede facilitar la identificación de ciertos estados patológicos vinculados a la fatiga. Fernández et al. (1992) proponen tres tipos de fatiga desde el punto de vista del tiempo de aparición: aguda, crónica y subaguda. La fatiga aguda es aquella que ocurre durante y/o después de una sesión de entrenamiento o competición, provocando un deterioro del rendimiento del deportista, que pude durar entre minutos y horas. La fatiga subaguda, también denominada sobrecarga, es aquella que sobreviene tras uno o varios microciclos de cierta intensidad y frecuencia y/o pocas e inadecuadas sesiones regenerativas (García, Navarro, y Ruiz, 1996). El nivel de saturación más alto de la fatiga subaguda coincide con uno de los cuadros patológicos del balance estrés-recuperación, el overreaching. La fatiga crónica, también denominada overtraining o Síndrome de Sobreentrenamiento (Fernández García y Terrados, 2004; Bonete y Suay, 2003), aparece tras varios microciclos en los que se produce un imbalance entre el estrés y la recuperación, ocasionando un cuadro sistémico de fatiga global (Fernández García et al., 2004). El último criterio contemplado es el carácter de la fatiga, en función del cual ésta puede ser identificada como predominantemente física, mental, emocional o sensorial. Si bien en la actividad deportiva prevalece con mayor frecuencia la fatiga de tipo física, en ciertas disciplinas, como los juegos deportivos colectivos y en este caso el fútbol, la fatiga emocional, sensorial y mental tienen una correlación con la de tipo físico (Zhelyazkoz, 2001).

3. INDICADORES DE FATIGA AGUDA EN EL FÚTBOL

Existen numerosas investigaciones que han analizado la carga competitiva, externa, fundamentalmente física, en el fútbol de rendimiento (Bangsbo, 1994c; Bangsbo, Nørregaard, y Thorsøe, 1991; Mohr, Krustrup, y Bangsbo, 2003; Reilly, 2000; Rienzi, Drust, Reilly, Carter, y Martin, 1998; Van Gool, Van Gerven, y Boutmans, 1988), hallazgos que han servido para justificar la caracterización de la carga interna, subjetiva, y su incidencia sobre la fatiga auga y subaguda en el fútbol. Varios indicadores han sido empleados con el objetivo de cuantificar la fatiga aguda en el fútbol competitivo, aplicando técnicas de diversa naturaleza, como por ejemplo: técnicas de análisis del movimiento, indicadores fisiológicos, bioquímicos e incluso marcadores psicológicos de la fatiga.

La aplicación de estas técnicas de análisis de movimiento ha permitido constatar un descenso en la cantidad de esfuerzos de alta intensidad realizados por los jugadores hacia el final del encuentro (Bangsbo, 1994c; Bangsbo et al., 1991; Mohr et al., 2003). Del mismo modo, Mohr et al. (2003) observaron también una reducción en la cantidad de carreras de máxima intensidad en los últimos 15 min del partido. Tales indicadores han sido interpretados como signos de la fatiga aguda experimentada por los jugadores hacia el final del encuentro. También se ha determinado una reducción en la habilidad de rendimiento en sprints repetidos tras la competición comparados con el valor obtenido previo al encuentro (Krustrup et al., 2003; Rebelo, Krustrup, Soares, y Bangsbo, 1998; Mohr, Krustrup, Nybo, Nielsen, y Bangsbo, 2004; Rebelo et al., 1998). La reducción en la intensidad del ejercicio y el rendimiento en sprints al final de los encuentros es independiente de la posición de juego o nivel competitivo, lo cual sugiere que la gran mayoría de los jugadores extenúan su potencial físico durante los encuentros (Mohr, Krustrup, y Bangsbo, 2005), evidenciándose cuadros de fatiga muscular aguda, entendida como el fallo para mantener la producción de fuerza requerida o esperada (Edwards, 1983).

Dicha fatiga muscular se ve reflejada en una disminución de la fuerza máxima y potencia muscular asociada al ejercicio continuo que provoca esta pérdida de rendimiento (Rahnama, Reilly, Lees, y Graham-Smith, 2003; Reilly, 1994; Taylor, Bulter, y Gandevia, 2000), el cual podría estar justificado por el decremento del número de fibras que pueden ser reclutadas (Reilly, 1994). Dependiendo de la intensidad de este cuadro puede manifestarse, entre las 8 y las 72 horas siguientes al ejercicio, como un cuadro de Inflamación Muscular Retardada, que cursa con dolorimiento muscular e incremento de enzimas musculares en sangre, leucocitosis (Creatinkinasa) (Terrados, Mora, y Padilla, 2004). La inflamación retardada se caracteriza por alteraciones del citoesqueleto, debidas a microlesiones, más o menos importantes, en el tejido muscular. Existen otros síntomas asociados al daño muscular inducido por el ejercicio como un incremento de la stiffness muscular, hinchazón, dolor muscular (DOMS) y decrementos en el rendimiento en acciones dinámicas rápidas como saltos, rebotes o sprints (Byrne, Twist, y Eston, 2004; Rahnama et al., 2003). También se ha especulado sobre la posible relación entre una reducción de la fuerza muscular, consecuencia de la fatiga aguda, con un incremento de la susceptibilidad del jugador a sufrir una lesión, particularmente en episodios de alta intensidad hacia el final del encuentro, fundamentalmente en el último cuarto (Hawkins, Hulse, Wilkinson, Hodson, y Gibson, 2001; Rahnama, Reilly, y Lees, 2002). Rahnama, Reilly, Lees y Graham-Smith (2003) examinaron los efectos de un protocolo de ejercicio de inducción a la fatiga simulando el ratio de trabajo competitivo en fútbol sobre la fuerza de los extensores y flexores de rodilla de 13 jugadores de fútbol amateur, testados durante la temporada 2000-2001.

La fuerza muscular de cuádriceps e isquitibiales fue medida mediante un dinamómetro isocinético. El protocolo de inducción a la fatiga consistía en un ejercicio intermitente específico de fútbol de 90 min de duración con 15 min de intermedio, con el cual lograr un ratio de trabajo similar al de la competición. Las mediciones de fuerza muscular fueron realizadas antes del ejercicio, en el descanso e inmediatamente después del ejercicio. El análisis de la varianza muestra reducciones significativas (P < 0.001) en la tensión máxima tanto en cuádriceps como en isquiotibiales en todas las velocidades angulares (concéntrica: 1.05, 2.09, 5.23 rad·s-1; excéntrica: 2.09 rad·s-1). El pico de máxima tensión de los extensores y flexores de rodilla fue mayor antes del protocolo de inducción a la fatiga que en el descanso, y superior en el descanso respecto al momento final del ejercicio. Se hallaron modificaciones significativas (P < 0.05) en ambas piernas en el ratio isquiotibiales : cuádriceps, siendo éste mayor en el instante previo al ejercicio. En cuanto al ratio no dominante : dominante, tanto de cuádriceps como de isquiotibiales, no se encontraron modificaciones significativas. En conclusión, tales hallazgos son apuntados por los autores como indicativos de la caracterización de la fatiga muscular generada por la actividad competitiva en el fútbol, en este caso mediante su inducción a través de un protocolo de ejercicio intermitente, que muestran un deterioro en la capacidad de los extensores y flexores de rodilla para generar fuerza, reflejada en el pico de tensión máxima. Si bien tales hallazgos suponen un gran avance en el conocimiento de la fatiga muscular aguda en el fútbol, una vez más la falta de especificidad en el protocolo de inducción a la fatiga debe ser apuntado como un requerimiento mejorable que permita extraer información más precisa y fiable de este estado-proceso, ya que tal y como fue apuntado en líneas anteriores la actividad competitiva en el fútbol presenta requerimientos de carácter sensorial o psicológico de acción sinérgica con las demandas condicionales (Zhelyazkoz, 2001).

El deterioro de la fuerza absoluta en presencia de fatiga muscular aguda aparece reflejada en la progresiva deshidratación y la también paralela depleción de las reservas de glucógeno en los músculos activos (Rahnama et al., 2003). En microciclos de elevada densidad competitiva la correcta recuperación ergogénica se torna todavía más esencial ya que el nivel de repleción de las reservas de glucógeno antes de un encuentro es un factor decisivo en la posterior manifestación de la fatiga (Reilly, 1997). Para muchos futbolistas, fundamentalmente los profesionales, asumir múltiples sesiones de entrenamiento en una jornada o afrontar más de un partido de competición por semana, supone un coste energético substancial, por lo que es de una importancia capital conocer dichos requerimientos y su relación con la fatiga (Burke, Loucks, y Broad, 2006). Con tal propósito, Saltin (1973) filmó a jugadores de fútbol durante un encuentro de competición, realizando un muestreo de la actividad de cada sujeto en fragmentos de tres min, pudiendo observar como los jugadores con reservas bajas de glucógeno en cuádriceps (? 200 mmol·kg-1) al comienzo del encuentro recorrieron una distancia 25 % menor que aquellos jugadores con niveles estándar de glucógeno (? 400 mmol·kg-1). También se pudieron apreciar diferencias en la intensidad, velocidad de carrera. Mientras los jugadores con niveles bajos de glucógeno cubrieron el 50 % de la distancia total caminando y 15 % a máxima velocidad, los jugadores con niveles normales realizaron el 27 % caminando y otro 27 % en sprint. Estos hallazgos han sido posteriormente corroborados por otras investigaciones usando la manipulación dietética, que indican la importancia del glucógeno muscular como factor desencadenante de la fatiga durante el ejercicio intermitente de larga duración (Balsom, Gaitanos, Søderlund, y Ekblom, 1999; Burke, Kiens, y Ivy, 2004; Bangsbo, Nørregaard, y Thorsøe, 1992). Recientemente, ha sido analizada la depleción específica del glucógeno en función del tipo de fibras a partir de muestras de tejido muscular obtenidas antes y después de un partido de fútbol (Krustrup et al., 2006). Después de un encuentro alrededor del 36 ± 6 % de las fibras musculares estaban prácticamente deplecionadas de glucógeno muscular mientras el 11 ± 3 % lo estaba completamente. Un total del 54 ± 10 % y del 46 ± 11 % de las fibras tipo I y las tipo IIa, respectivamente, estaban competa o totalmente vacías de glucógeno tras la competición, mientras que las tipo IIb lo estaban el 25 ± 10 %.

Estos resultados han sugerido que tal vez la fatiga aguda post-competición en el fútbol vinculada a la depleción de sustratos pueda estar causada, en parte, por la depleción de fibras musculares de manera individual, ya que la depleción global de las reservas de glucógeno muscular no suele ser inferior a los ? 200 mmol·kg-1 y sin embargo el jugador experimenta cuadros de fatiga (Jacobs, Westlin, Karlsson, Rasmusson, y Haughton, 1982; Krustrup et al., 2006; Krustrup et al., 2006; Smaros, 1980). En una serie de estudios sobre habilidades específicas del fútbol, fatiga y la influencia de la ingesta de carbohidratos, Ali et al. (2002) analizaron la destreza de un grupo de jugadores antes, durante y tras la realización de 90 min del LIST (Loughborough Intermittent Shuttle Test) (Nicholas, Nuttall, y Williams, 2000). El LIST fue empleado para estimular los patrones de actividad comunes al fútbol en un entorno controlado, así como para centrarse en la ejecución de habilidades específicas que no sería posible en un encuentro per se, encontrándose como los valores de rendimiento en el test de pase y disparo a portería fueron significativamente peores tras los 90 min del LIST. La hipoglucemia ha sido también apuntada como factor de fatiga en ejercicios de larga duración (Fitts, 1994), sin embargo la concentración de glucosa sanguínea no alcanza valores críticos durante los encuentros de fútbol (Bangsbo, 1994c; Ekblom, 1993; Krustrup et al., 2003). La concentración de ácido láctico en sangre varía a lo largo de un encuentro y por momentos ésta puede alcanzar niveles superiores a los 8 mmol·l-1 (Bangsbo, 1994c; Krustrup et al., 2003). Como es sabido, el fútbol entraña variaciones constantes en la intensidad del ejercicio e intermitencia en los esfuerzos por lo que la producción de ácido láctico no responde a un comportamiento lineal.

Consecuentemente los niveles de lactato obtenidos al final de un encuentro serán dependientes de la frecuencia, tipo e intensidad de las acciones realizadas en los aproximadamente cinco minutos previos aunque la tendencia indica una reducción respecto de los niveles observados al final de la primera parte (Bangsbo, 1998). Roi et al. (2003) midieron la concentración de lactato en sangre capilar del lóbulo de la oreja en jugadores de la Serie A italiana tras 18 encuentros oficiales de la temporada 2001-2002. La media de la concentración de ácido láctico medida al finalizar de cada uno de los 18 partidos fue de 6.3 ± 2.4 mmol. No se encontraron diferencias estadísticamente significativas en la concentración de lactato entre atacantes (6.6 ± 1.8 mmol; n = 12), centrocampistas (6.1 ± 2.7 mmol; n = 23) y defensas (6.2 ± 2.4 mmol; n = 17). Tampoco se hallaron diferencias significativas en función de la condición de visitante o locatario, así como del resultado obtenido al final del encuentro. La reducción en la concentración de ácido láctico hacia el final del encuentro, unida al incremento de la concentración plasmática de ácidos grasos libres, de manera independientemente vinculada a la hipoglucemia pero asociada a elevadas concentraciones de catecolaminas, se ha interpretado como una modificación de la tendencia en la utilización de los sustratos energéticos (Bangsbo, 1994c; Krustrup et al., 2003; Krustrup et al., 2006; Weltan, Bosch, y Dennis, 1998), lo cual unido a la modificación y reducción de los esfuerzos predominantes en torno a los últimos 15 min, observado a través de técnicas de análisis del movimiento, sugiere una alteración en la manifestación físico-condicional del jugador en la fase final de los encuentros. Los frecuentes periodos de descanso y acciones de baja intensidad en el juego, han sido sugeridos como precursores de un significativo flujo sanguíneo al tejido adiposo, que promueve la liberación de dichos ácidos grasos libres (Bangsbo, Mohr, y Krustrup, 2006).

Otros factores tales como la deshidratación y la hipertermia asociada han sido también sugeridos como agentes responsables en el desarrollo de la fatiga aguda en el fútbol (Magal et al., 2003; Reilly, 1997). Las glándulas sudoríparas pueden llegar a producir entre 12 y 30 g de sudor por minuto dependiendo de las condiciones ambientales y la intensidad de las acciones (McGregor, Nicholas, Lakomy, y Williams, 1999). El ratio de sudoración en el fútbol se sitúa en torno a 1.5 l·h-1 (Kirkendall, 1993; Reilly y Cable, 2001), con lo cual en condiciones térmicas y ambientales normales, los jugadores pueden llegar a experimentar pérdidas de más de tres litros de fluido, llegando hasta los 4-5 l en condiciones de elevada temperatura y humedad (Bangsbo, 1994c; Reilly, 1997). Estás pérdidas están ligadas a descensos en el rendimiento de los jugadores en la parte final de los encuentros, se han constatado deterioros en el rendimiento en sprints de 5-10 m por deshidratación relativa a pérdidas de alrededor del 2.7 % del peso corporal (Magal et al., 2003). Sin embargo, en una reciente investigación de Krustrup et al. (2006), reducciones significativas en el rendimiento en sprint fueron observadas con pérdidas de tan sólo el 1 % del peso corporal. Como se ha dicho en líneas anteriores a la deshidratación aparecen asociados incrementos en la temperatura central, concretamente ha sido demostrado como pérdidas de masa corporal de 1-2 % contribuyen a la aparición de hipertermia (Cable y Bullock, 1996). La elevación de la temperatura corporal puede ser mayor durante el ejercicio intermitente que durante el ejercicio continuo de similar carga de trabajo total (Ekblom, 1986; Guerra, Chaves, Barros, y Tirapegui, 2004; Mohr et al., 2004; Smodlaka, 1978). En el fútbol, la temperatura central media oscila entre los 39.0 y los 39.5º C (Mohr et al., 2005; Nybo y Nielsen, 2001), alcanzándose valores individuales por encima de los 40º C, que podrían ser lo suficientemente elevados como para inducir fatiga central por deterioración de la función cerebral (Gleeson, Blannin, y Walsh, 1997).

Otra de las variables analizadas en momentos de alta densidad competitiva en el fútbol, en las que existe una gran congestión en el calendario, ha sido la respuesta hormonal y su relación con la función inmune del organismo del futbolista en los estados de fatiga aguda y subaguda. La competición puede ocasionar estrés hormonal que conduzca a un aumento de diversas substancias conocidas por su influencia sobre la función leucocitaria, cuya capacidad numérica y funcional puede verse reducida tras el ejercicio intenso (Nieman y Bishop, 2006; Reilly y Ekblom, 2005; Shephard, 1997). Varios cambios producidos en la función inmune, como el descenso en el número y actividad de Natural-killer respecto de los niveles pre-ejercicio, podrían contribuir a un debilitamiento de la respuesta ante agentes patógenos y a un incremento de la vulnerabilidad ante infecciones en las horas siguientes al ejercicio, descrito como hipótesis de “open-window” (Nakamura, Akimoto, Suzuki, y Kono, 2004). Este debilitamiento del sistema inmune puede también llevar a infecciones del tracto respiratorio superior y otras enfermedades relacionadas, proponiéndose la monitorización de inmunoglobulina mediante muestras de su concentración en saliva como método válido para gestionar el riesgo ante tales agresiones (Nieman et al., 2006). Como se había indicado con anterioridad los deportes sociomotores, en concreto lo juegos deportivos colectivos, y entre ellos el fútbol, presentan un carácter de la fatiga en la que no sólo prevalece el componente físico sino también el emocional, sensorial o mental (Meeusen, Watson, y Dvorak, 2006). A pesar de haberse reconocido la importancia de estos componentes de la fatiga en el éxito del desarrollo técnico-táctico (1996), no existe apenas evidencia científica al respecto. La fatiga mental y sensorial, resultado de la actividad competitiva, se ha tratado de justificar mediante indicadores de rendimiento y variables de tipo fisiológico. Así, Bangsbo (Bangsbo, 1994c) señala como posible indicador que evidencie este tipo de fatiga la distribución de los goles logrados durante los encuentros que muestra una parcialidad en la consecución de más goles de los pronosticados hacia el final del encuentro, lo cual no puede ser atribuido al descenso en el ratio de trabajo, que debería de afectar ambos equipos, ni tampoco a la caída en la glucosa sanguínea, ya que el hígado libera la cantidad suficiente como para mantener la euglucemia durante la duración de un encuentro, aludiendo como uno de los posibles factores a la fatiga mental y sensorial del futbolista (Marriott, Reilly, y Miles, 1993). Sin embargo tal hipótesis no ha sido contrastada empíricamente, suponiendo no más de una mera conjetura en busca de causalidad, que si bien pudiese tener cierta lógica teórica, su argumentación difícilmente podría ser sostenida sin mayores evidencias.

Otra de las variables apuntada como posible factor limitante de la función cognitiva relacionada con la toma de decisiones específica en el fútbol, ha sido la habilidad del jugador, de forma que los futbolistas con menor habilidad serán aquellos que sufran mayor deterioración en el rendimiento cognitivo como resultado de la acción competitiva (Meeusen et al., 2006). No obstante, es previsible que aquellos jugadores con menor habilidad, tanto en la toma de decisiones (táctica) como en la ejecución motriz (técnica), ofrezcan peores respuestas ante las diversas situaciones que se le presenten en la competición, independientemente del nivel de la fatiga experimentada en comparación con los jugadores más hábiles, por lo que se sugiere que dicho nivel de habilidad difícilmente podría ser empleado como factor explicativo de la fatiga mental sufrida por los futbolistas en la competición. Más recientemente, otra investigación, también de carácter descriptivo, ha tratado de vincular el deterioro de la función cognitiva con la síntesis y metabolismo de monoaminos centrales, de forma que la concentración de serotonina, dopamina y noradrenalina se presenta como origen etiológico de la fatiga central que limita el rendimiento cognitivo por afectación de la percepción subjetiva de letargo y cansancio. Como se puede comprobar no existen hallazgos concluyentes en torno al origen etiológico de la fatiga mental, psicológica, emocional o sensorial sufrida por los jugadores como resultado de las demandas de la competición, siendo necesaria mayor evidencia empírica al respecto.

4. CONCLUSIONES

De la revisión de la evidencia científica sobre los distintos indicadores y marcadores de fatiga aguda competitiva en el fútbol podemos extraer las siguientes conclusiones:

? la actividad competitiva en el fútbol ocasiona un deterioro del rendimiento condicional evidenciado por el descenso cuantitativo y cualitativo de las esfuerzos de máxima intensidad

? la actividad competitiva en el fútbol acarrea la depleción de sustratos energéticos, fundamentalmente a nivel muscular sobre el glucógeno en las fibras tipo I y tipo IIa

? la actividad competitiva en el fútbol ocasiona el deterioro de la función muscular con una disminución de los valores de fuerza máxima y pontecia.

Referencias

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